martes, 16 de diciembre de 2008

Pensando en Scrap

lunes, 15 de diciembre de 2008

¡Sin pelos en la lengua ni en la cabeza!

Dulós:
Llegó el gran día. El día que tanto había temido desde que en aquella amarga mañana de agosto me dijeron que padecía cáncer de mama: el de rasurarme completamente la cabeza. No fue un momento nada fácil; aún así, me armé de valor y me enfrenté a la situación con una mezcla de inquietud y optimismo. Hacía días que me imaginaba la situación y había tenido el tiempo suficiente de prepararme psicológicamente para no derrumbarme. Y lo conseguí.



jueves, 11 de diciembre de 2008

A Jirones...

Dulós:
Eduardo me ha despertado como todas las mañanas: con un cariñoso beso en mi mejilla. Inmediatamente después, mis dos perros -Mistu y Gos- me han comido a lametones, su particular manera de darme los buenos días. Me he tocado la cabeza con las manos y mi cabellera estaba intacta, y en el cojín -de color amarillo limón- no había ningún resto de cabellos caídos. He sonreído a Eduardo y medio dormida me he tomado un zumo de naranja recién exprimido. Cuando mi pareja se ha ido a trabajar, yo he aprovechado para descansar un poco más. Con la quimioterapia las mañanas se me hacen especialmente cuesta arriba.

Hoy quería ir al banco y a hacer unas compras, así que a mediodía, ya me he puesto las pilas. Me he desperezado y me he ido al baño a asearme. Desde que me he cortado la melena, siempre que me miro al espejo recién levantada me río de lo tiesos que me han quedado mis pocos y cortos pelos al dormir. Al pasarme la mano por la cabeza para intentar peinarlos, me he quedado con la mano llena de cabellos. 16 días después de la primera sesión de quimioterapia, ha empezado a caerme el pelo. Con la mano un poco temblorosa, he cogido un pequeño mechón, y he tirado fuerte. Y sí, parte de él ha cedido. Pero he comprobado que no cae todo el cabello a la vez, sino que lo hace poco a poco. Por la noche, ya me he visto alguna zona de la cabeza más clara que otra. También he estirado fuerte de los pelos de mis cejas, pero éstos de momento parecen fuertes.

Imagino que todas las mujeres que recibimos quimioterapia esperamos con ser una de las pocas afortunadas a las que finalmente no les cae el pelo. Yo, cada día que pasaba soñaba con ello y albergaba esa gran esperanza. Pero no ha sido así.

No sé cómo estará mi cabeza mañana. No sé con la rapidez con la que caerá el cabello. Pero yo me adelantaré con la máquina de rasurar y se acabará la incógnita. Ahora lo que más me apetece es disfrutar de mis pañuelos, gorras, sombreros, y por supuesto, de mi peluca. No quiero verme más la mano llena de horribles y desagradables pelos negros. Se que el momento en que me vea como una “bombilla” no será nada grato, pero he dedicado demasiadas horas en superar este problema para ahora desfallecer. No me lo puedo permitir. Hoy me he acordado de mi amigo Pep que, para animarme, me dijo: “A mi me gustaría verme calvo, pero no me atrevo a afeitarme la cabeza. Debe ser una imagen de uno mismo curiosa y divertida”. ¡Así lo veré, Pep!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El mañana no existe

Dulós:
Me quedan seis días para volver a encadenarme al líquido rojo y no quiero desperdiciar ni un segundo. Porque se que luego me esperan otros tantos días de sufrimiento y molestias recostada en el sofá de mi casa. Y no se muy bien cómo la quimioterapia atacará ahora a mi cuerpo; sólo se que será más duro y peor que la primera vez porque mis defensas están más bajas. En la primera sesión me llevé una pequeña decepción. Al quinto día de haberme inyectado la quimio me levanté como una rosa y pensé que ya se me habían pasado todos los efectos. Creí que era una de las pocas afortunadas que la quimioterapia les afectaba tan sólo cuatro días. Y nada más lejos de la realidad. Porque esa misma noche de nuevo sentí ese horrible sabor a hierro en mi boca y volví a vomitar. Los siguientes dos días el mal sabor y los vómitos me acompañaron por la mañana, por la tarde o por la noche. No puedo decir que me sentí bien hasta pasada una semana de la primera sesión de quimioterapia.

Estos últimos días me encuentro bastante bien, aunque un poco más cansada de lo habitual. Y del resto de síntomas que me avanzó la oncóloga, los padezco todos. Me han salido unas llagas en la boca que son muy molestas. Por fortuna, mi amigo Enric, que también ha padecido cáncer, me ha aconsejado una crema dental que lleva mucho bicarbonato, que de momento me esta funcionando bastante bien. También sufro de bastante mucosidad en la nariz. Es un goteo permanente un poco molesto. Y los ojos los empiezo a notar bastante resecos. He empezado a usar lágrima artificial que me alivia bastante.

Y la cabeza, ¡no os podéis imaginar lo que me pica y duele el cuero cabelludo! ¿Será por qué se me va a caer el pelo pronto? De momento, no se me cae, pero lo primero que hago nada más abrir los ojos por la mañana es llevarme las manos a la cabeza para comprobar si ya estoy calva. Pero de momento, sigo con todo mi pelo.

Ya que son pocos los días que me quedan para volver a estar fuera de juego, tengo que organizarme para aprovechar muy bien los días útiles. Ya no hago nada por compromiso o porque socialmente haya que hacerlo. Eso lo dejo para los demás. Yo ya formo parte de ese grupo de “privilegiados” que sabemos que la vida es hoy, y no mañana. El mañana no existe. El mañana existirá mañana, o quizá no existirá. Por eso el hoy lo disfruto, lo saboreo y me deleito con él. Nada más.

Y así lo hice cenando con mis amigos Sergi y Pilar. Él, productor de televisión, y ella co-presentadora del programa “Saber y Ganar” de TVE -por cierto, lo haces fenomenal y estás guapísima-. Hablamos de la tele, de nuestros trabajos, de cotilleos de nuestra profesión, y pasamos una velada muy agradable. Sergi siempre se preocupa por mí porque cree que como poco, y esta vez nos invitó a cenar a un restaurante muy especial. Pilar es muy cariñosa y generosa, y me colmó de mimos y abrazos. Un buen recuerdo para una deliciosa noche de diciembre.

martes, 9 de diciembre de 2008

¡Y yo con estos pelos!

Dulós:
Después de derramar infinidad de lágrimas, de afligirme, quejarme, y lamentarme, hoy, por fin puedo afirmar que… ¡he superado totalmente la tristeza que me provocaba el perder mis cabellos! Nadie se puede imaginar la alegría que siento al escribir estas palabras. Si hace unos meses me dicen que me cortaré el pelo “a lo garçon” y que me vería guapa, nunca me lo hubiera creído. Y esta claro que en mi propia piel he confirmado el dicho que dice “de esta agua no beberé”.

Con el pelo corto me siento liberada. Liberada porque ya no le temo a las tijeras, y el miedo siempre comporta dolor. Nunca más sufriré en una peluquería porque el oficial me corte unos centímetros de más. Se acabó. Ahora la libertad que siento se transforma en sueños maravillosos en los que me veo con el pelo corto y teñido de rubio platino o rojizo, con cortes asimétricos o adaptados a la moda de cada momento… ¡Cuántos años he malgastado desaprovechando la posibilidad de verme diferente! ¡Cómo voy a disfrutar a partir de ahora pensando en mis nuevos looks y redescubriendo mi imagen cada dos por tres!

Y es que tengo un peluquero excepcional. Se llama Antonio Mahugo y en su centro “La Belleza Oculta”, además de cortarte el pelo y peinarte, te hace terapia personalizada. En su peluquería sólo trabaja él y su ayudante Lara. Nadie más. Me gusta definir a Antonio como a un “artista”. A parte de peluquero y estilista, es escritor, actor, bailarín, pintor, maestro de reiki, y un consejero espiritual para muchas personas. Su fortaleza, ánimo y energía las utiliza con gran maestría para contagiar a sus clientas el amor por la vida. Yo, cada vez que le veo me llevo a casa un nuevo peinado y una moral muy alta. Antonio tiene una especial faceta como peluquero: hace 20 años que asesora y corta el pelo a mujeres tratadas con quimioterapia.

Al llegar a la peluquería estaba un poco abatida. Otra vez debía pasar por el suplicio de un nuevo corte de pelo, y esta vez, un corte total. Mis amigos Miriam y Jorge se acercaron al centro para hacerme la sesión un poco más agradable. Antonio empezó a cortar y comenzó su terapia. Me recordó las sabias palabras de Tagore de que no debemos llorar si hemos perdido el sol porque las lágrimas no nos dejarán ver las estrellas. Mientras, Edu hacía de fotógrafo oficial. Y Antonio siguió cortando. Yo me iba encontrando cada vez mejor. Hasta que al final, me vi. estupenda. Mi peluquero también me explicó cómo debía ponerme la peluca y me enseño a anudarme el pañuelo en la cabeza de muy variadas formas. Fue una tarde muy grata y volví a casa muy alegre y contenta. De todas maneras, ese fenomenal corte de pelo sólo me duraría unos pocos días. La calvicie total no puede tardar mucho y será un nuevo descubrimiento en mi vida: ver mi rostro sin cabellos. Sé que será duro en un primer momento, pero me apetece verme. No todo el mundo puede decir que se ha visto sin un solo pelo en la cabeza. Una vivencia más para contar en mi ya enriquecida vida. Gracias Antonio.

Eduardo:
Otro paso más dentro de esta larga travesía, adelantarnos a la caída muy traumática del cabello de Dulós. Si, muy traumática porque casi nunca lo ha llevado corto, y para ella, es SU pelo. Demasiados cambios en su cuerpo, demasiadas sensaciones y hay que acometerlas poquito a poco. Menos mal que Antonio está con nosotros, excelente peluquero y mucho mejor persona. Desde el primer momento ha sabido como “tratarla”, como sacarle esa tan necesaria sonrisa, como prepararla para lo que está sintiendo.

Pues como siempre llegamos muy justos a la peluquería, culpa del tráfico en Madrid, eso sí que no tiene arreglo… Y ahí estaban Miri y Jorge esperándonos, siempre que vamos a la pelu, ahí están. Ya estamos los 5 charlando y con la sonrisa puesta cuando Antonio empieza a cortar. Y esta vez ha cortado mucho, la ha dejado como si fuera un chavalín! Pero entre tanta charla y chascarrillo, Dulós lo ha llevado muy bien.
Desde entonces, cada mañana cuando se despierta lo primero que hace es llevarse la mano a la cabeza y me pregunta: ¿todavía tengo pelo? Y cada mañana le pongo mi mano en su cabeza y le doy un beso de buenos días, “tranquila nena, esto pasa rápido”.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Sólo quedan cinco

Dulós:
Una bolsa negra llena de un líquido rojo que recuerda la sangre. Así se presentan los fármacos de la quimioterapia a los pacientes. Asustada, te sientan en un sillón, y durante dos largas horas te inyectan esa sustancia dentro de las venas. Una sustancia que para salvarte, antes te romperá y martilleará.

Y así ha sido. Hoy por fin he sido capaz de levantarme del sofá y escribir cuatro líneas. El martes por la tarde me inyectaron los medicamentos de la quimioterapia. Durante las dos horas de sesión, no noté nada. Al llegar a casa, tampoco. Cené bien, y me tumbé en el sofá a dormir. Todo normal. Estaba asustada y nerviosa, esperando alguna reacción de mi cuerpo. Pero el sueño no llegaba y los cambios tampoco… La noche fue extremadamente larga. Encendí y apagué la televisión muchas veces, fui a la cocina otras tantas… hasta que el cansancio me venció. ¡Y de repente, sobresaltada, me desperté! Parecía que me hubieran dado una paliza porque me dolía todo el cuerpo. Aún así, conseguí levantarme porque si no bebía agua urgentemente me iba a morir. ¡Mi boca me sabía a hierro! Llené un vaso enorme de agua y tragué con la misma desesperación con la que al instante la escupí. Acababa de descubrir que ese horrible sabor provenía de mis entrañas y que el agua no lo apaciguaba, sino que lo agravaba. Se acabó el beber agua en los siguientes días. Tuve que sustituirlo por bebidas con sabor. Y una desagradable sensación de náuseas me ha acompañado estos cuatro días. Aún así, he comido poco, pero bien. No tenía mucho apetito, pero no me ha sentado mal la comida. Sólo he vomitado dos veces, el primer día y el cuarto, y sólo mucosidades.

La Dra. García Estévez me había explicado perfectamente cuáles son los efectos secundarios de la quimioterapia que se repiten cada tres semanas. Y no se había equivocado. Los primeros días, nauseas, vómitos y cansancio. A los 15 días, alopecia e irritación de la mucosa bucal, y a los 18 días conjuntivitis. Aunque he hablado mucho de mi pelo, y ya me lo he cortado bastante, ahora ya estoy de lleno en la real y amarga espera de la caída. Se supone que cae a los 15 días, pero se que algunas mujeres se han quedado calvas a la semana. Cada vez que me paso los dedos entre mis cabellos, temblorosa, me miro la mano para descubrir si ya ha llegado ese momento que he imaginado tantas veces entre sollozos. Pero no, todavía no. Sigo esperando.

Otros efectos de la quimioterapia son diarrea o estreñimiento y sequedad de la piel. Y si, mucho estreñimiento y la piel como la de los elefantes. ¡No ganaremos para crema hidratante! La quimioterapia también disminuye el número de células blancas o defensas, y es a partir del décimo día de haber sido administrada cuando su número es más bajo pudiendo aparecer infecciones. La oncóloga se puso seria en este punto y me dijo que si tenía fiebre por encima de 38º acudiera a urgencias. Estos días está haciendo mucho frío. Intentaré salir poco de casa, o si lo hago, abrigarme como un esquimal.

Hoy estoy muy contenta porque me encuentro bien. El cambio lo he notado nada más abrir los ojos. Me he sentido limpia, con el “veneno” fuera de mi cuerpo. En la primera sesión me he encontrado mal sólo 4 días, pero sé que en la segunda será peor, porque ya no estaré tan fuerte físicamente. Me quedan cinco sesiones de quimioterapia… ¡ya sólo necesito una mano para contarlas!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tertulia en el quirófano

Dulós:
No os podéis imaginar la alegría que sentí el viernes al ver de nuevo la zona de quirófanos del Hospital de Madrid Sanchinarro donde el 23 de septiembre perdí mis pechos. Era como volver a lo que yo pensaba que era el patíbulo… pero donde no encontré la muerte, sino el inicio de mi salvación. Me reencontré con los celadores y las enfermeras y enfermeros. Les saludé con mucho cariño, porque me vino a la mente la ternura con la que me atendieron en aquellos difíciles momentos, aunque para ellos hoy no era más que la paciente número dos de esta mañana.

Dos doctores se acercaron a mí y me pidieron permiso para mirar mi escote. “¿Qué pasa?” les pregunté. Y me respondieron: “Tenemos un conflicto de espacio”. Me iban a colocar un Port-a-cath, que es un catéter que se introduce bajo la piel en el tórax que lleva un tubo que va a una vena cercana al corazón, la subclavia, y sirve para evitar pinchazos en los brazos durante la administración de la quimioterapia. El catéter del Port-a-cath va unido a un reservorio o receptáculo de titanio con silicona y que es lo que se pincha con unas agujas especiales. Los cirujanos, al ver mi escote, se dieron cuenta que ya llevo dos reservorios de titanio para rellenar los implantes de mis pechos. Y era complicado colocar este tercero en su espacio habitual. Así que decidieron colocarlo unos centímetros más arriba, casi tocando al cuello.

Todo listo. Los celadores me entran en el quirófano. Estoy tumbada en la camilla. La intervención es con anestesia local, y yo, ilusa de mi, pienso que no va a ser dolorosa. El doctor Díaz Conradi va a “pincharme” la anestesia local. Grito de dolor. Me ha clavado la aguja en el hueso. Y hace mucho daño. No me lo esperaba. “Esto es para que luego te duela menos”. Me convence. “No te preocupes, que te iré explicando todo lo que te haga”. A los pocos segundos, siento como si un cable me atravesara el pecho. “Por favor, doctor, pare, pare, por favor”. Evidentemente, no me hace caso. Y el cable sigue penetrándome… “¿Por qué noto tanto dolor?” “Porque los nervios no se duermen”. Me siento estafada con la anestesia local. Es un sufrimiento tan extraño, diferente y profundo que decido que, o la intervención se convierte en una tertulia o no lo voy a resistir.

En el quirófano, el cirujano me obliga a tener la cabeza girada hacia mi lado izquierdo. Allí está trabajando un enfermero con el aparato de rayos x que le va proporcionando al doctor imágenes casi instantáneas de mi tórax. Lleva un traje protector un tanto estrafalario. No puedo dejar de mirarle. “¿Y este traje?”, le pregunto. “Es para protegerme de los rayos x, porque este trabajo lo hago todos los días… bueno, en realidad lo llevo porque me sienta bien”. Consigue que sonría y que me relaje un poco. De repente, dejo de escuchar la máquina de los latidos del corazón y oigo un pitido uniforme. “¡Me he muerto!”, exclamo. Pero no es que mi corazón haya dejado de palpitar, no, es que los pitidos de esa máquina correspondían a frecuencias del bisturí. Durante los siguientes minutos no paro de hablar. Les digo que lo hagan todo extremadamente bien, porque estoy escribiendo un blog, y lo explicaré todo en Internet. Ríen y prometen una intervención perfecta.

Las manos del cirujano siguen trabajando y el dolor no se detiene. Ahora el doctor ya ha colocado el reservorio en mi cuerpo y oigo un ruido parecido al de una sierra y empiezo a oler a quemado. Un enfermero me dice que “así estamos por dentro de quemados” y consigue hacerme reír. “Yo creo que lo que queréis es hacerme a la parrilla”. Y así, tontería tras otra, me siento menos angustiada.
A la media hora, el cirujano, por fin cierra la herida, me ponen unos vendajes, y me llevan a la habitación del Hospital de día, donde una vez supervisada por el médico, me dan el alta. 3 días con calmantes y 20 sin hacer fuerza con el brazo derecho. Cuando me pregunten por la colocación del Port-a-cath, seguro que sólo recordaré la agradable tertulia que organicé en el quirófano.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Apurando cada segundo


Dulós:
Mi sobrino Biel abrió los ojos a la vida hace un mes, el 14 de octubre. Recién nacido, su madre, -mi hermana pequeña, Cesca- nos envió su fotografía a través de un SMS. Al ver a esa criatura tan hermosa y tan frágil me emocioné tanto que empezaron a caerme las lágrimas. “¡Qué bonito es! ¡Qué precioso es!” repetía entre sollozos. Se me agolparon tantos sentimientos y emociones que mi corazón estalló. Eduardo, que sabía muy bien porqué lloraba, quería consolarme y me distrajo de la mejor manera que supo: ilusionándome con un próximo viaje para conocer al pequeño Biel. Afortunadamente en un par de semanas teníamos un hueco de tres días. Contenta, acabé enjuagándome las lágrimas y sonriendo.

Eduardo y yo deseamos tener un hijo, pero hasta ahora no ha habido suerte. Pero al someterme al tratamiento de quimioterapia, no tendré la menstruación durante unos tres años. En caso de decidir adoptar, no se pueden empezar los trámites hasta que haya pasado un año después del alta de una enfermedad grave. El cáncer es una de ellas. Siempre he tenido muy vivo el instinto maternal, y parece que ahora el cáncer me lo ha puesto muy, pero que muy difícil. Cada vez soy más consciente que cuando con el cáncer perdí dos pechos perdía muchas más cosas…

Hace tres fines de semana, el sábado, nos subimos al coche y mi pareja y yo viajamos a la población catalana de Premià de Mar, donde vive Cesca con su marido Miquel y su hijo Oriol de dos años, a conocer al nuevo miembro de la familia: Biel. El peque es un niño muy guapo y bueno y sólo llora cuando tiene hambre. Para mí, este nacimiento es muy especial. El pequeño, con toda una vida por delante y su tía Dulós, luchando por dejar la vida del cáncer atrás… Él lo tiene todo; yo, sólo tengo el ahora. Ya desde pequeño le voy a inculcar que debe disfrutar de todos los momentos, que hay que vivir apurando cada segundo. Muchas veces nos perdemos en guerras personales inútiles que nos alejan de la felicidad del instante.

Y ese fin de semana practiqué ese lema. El domingo por la mañana, los primos de Eduardo, Marta y Julio, que casualmente también viven en Premià de Mar, nos invitaron a navegar. Me sentí libre, vital… me crecí en la proa de la embarcación como la protagonista de Titánic… El mar estaba en calma, hacía sol y la temperatura era agradable. Fue una mañana estupenda. No tenía ninguna otra preocupación que la de disfrutar del día y de la compañía de la familia. Luego nos invitaron a comer una excelente paella y nos despedimos hasta la próxima visita, que espero que sea en Navidades.

Y el domingo por la tarde, mi familia materna –toda vive en Cataluña- me preparó una gran sorpresa. Fui a visitar a mi tía Pilar, la enfermera, en Granollers, imaginando que se acercarían a su casa unos pocos parientes, los que pudieran, a saludarme… Pero, ¡no daba crédito a lo que pasó! ¡Se presentaron mi madre y sus siete hermanas con sus respectivos maridos, y también mis miles de primos y sobrinos…! Nadie quiso perderse mi fugaz visita a Barcelona, y cambiaron sus planes para ir a mimarme, abrazarme, agasajarme… La familia de mi madre es muy extensa y todo el mundo esta muy pendiente de mi y de mi enfermedad. ¡Hay momentos en que mi teléfono móvil saca humo! Es una pena que hoy en día las familias sean de tan solo dos o tres hijos, porque yo me siento muy arropada y querida con mi larga y extensa dinastía.

Eduardo:
Pues si, el día que recibimos la foto de Biel tomamos conciencia de que ya no podríamos tener un/a peque. Fue un momento tenso en el que Dulós miraba la foto con ojos llorosos y me miraba a mi, y si, fue lo que nos faltó para reventar. ¿Porqué lloras? Me preguntaba, y lo sabía muy bien. Instantes después me repuse y en un hábil movimiento se me ocurrió proponer el ir a Barcelona a ver a Biel cuanto antes, así que nos pusimos a planearlo. Dicho y hecho, la sola idea de salir a ver a la familia hizo que cambiara la cara.
Y el viaje fue de los mejores que hemos hecho, aunque sólo durase 4 días. Su familia había montado una fiesta para ella, son gente increíble muy muy buena gente, y en todo momento han estado con ella. Están consiguiendo que todo esto pase mejor y más rápido para Dulós. Con sus hermanas, su cuñado, Biel y su hermanito lo pasamos de miedo, vaya par de sobrinillos! Te alegran el día con solo mirarles. Y con mi familia pudimos disfrutar del mar en un paseo en barco, por cierto que me maree, pero no un mareo de nada, omitiré los detalles. Dulós dice que el mar estaba en calma y yo estoy en total desacuerdo, que conste en acta. Han sido unos días maravillosos.

A su familia, a la mía, a amigos y conocidos desde aquí quiero mostrar mi eterna admiración y gratitud por estar ahí haciendo que todo sea más fácil, mucho más fácil.

martes, 11 de noviembre de 2008

Primer corte de pelo

Dulós:
Hace 32 años que no me corto mucho el pelo. Desde los 13 años. Y entonces lloré durante días. Siempre he querido llevar el pelo largo. Desde pequeña. Me gustaba lucir melena. Durante el verano de 1976 me apunté a unos campamentos en los Pirineos con el centro excursionista de Granollers. Mi madre debió pensar que sería más cómodo y más práctico para mí llevar el pelo corto en la montaña. Así que, cuando fui a la peluquería de mi pueblo yo sola a cortarme las puntas, mi madre había ido antes a hablar con la peluquera. “Cuando mi hija venga y te diga que le cortes tan sólo las puntas, déjaselo como a un chico. Estará mucho más mona y adecuada para ir de acampada.” ¡Qué disgusto me llevé ese día! Todavía hoy lo recuerdo. Si bien es cierto que no tuve ningún problema con mis cabellos durante mis días en el monte, me sentí fea, desnuda... Me faltaba algo de mi personalidad. Y esa sensación se tornó en trauma. Hasta hoy. Necesito mi melena.

Siempre luzco una cabellera muy larga. Me gusta. Me siento bien. Cuando voy a la peluquería a cortarme las puntas, amenazo a la oficial con que si me corta más de un centímetro, no le pagaré. O bien le digo que le diré a su jefa que se ha sobrepasado. Y es que normalmente a los peluqueros, y con mucha razón, les gusta cortar más de lo que les pedimos las clientes. Muchas de nosotras solemos tener las puntas muy abiertas por culpa precisamente de cortar poco y lo que desean ellos es sanear el pelo y dejarlo en buenas condiciones. Pero yo odio que me corten más de lo que quiero.

Y hoy, precisamente he tenido que cortarme más de lo que quería. Me han dejado mi melena 5 centímetros más corta. Y dentro de poco, me dejaran el pelo como a un chico. Son los pasos previos a la alopecia total. Estos cortes son para que me acostumbre a verme con el cabello corto, y no me vea de repente sin pelo. Sin embargo, para mí, cuando eso ocurra, será tan duro con cortes previos como sin ellos. Pero toda historia siempre tiene su final feliz: Cuando esta tarde me he visto en el espejo, me he encontrado más atractiva de lo que imaginaba. ¡32 años después, hoy he superado el trauma de mi melena!

Quimioterapia, Sí


Dulós:
“Tendrás que someterte a quimioterapia. Tu caso es muy complicado. En su estudio he empleado mucho tiempo.” Así me comunica la doctora Laura García Estévez la fatal noticia. Al hablar, la médico me mira directamente a los ojos, y utiliza una voz dulce pero firme y contundente. Yo, hacía días que estaba nerviosa. Cuanto más se acercaba la cita con la oncóloga, más me dolía el estómago y más inquieta me encontraba. Tenía el presentimiento de que me diría que sí debía recibir quimioterapia. Y yo misma me tranquilizaba pensando que lo primero era conservar la vida, que las sesiones pasarían rápido, que mi fortaleza me impediría caer en un pozo profundo… Pero no cabe duda de que una ínfima esperanza me mantenía animada, pensaba que quizá tendría suerte y no tendría que pasar por este tratamiento tan duro… Al recibir la noticia me quedo inmóvil, con la mente en blanco. No siento nada. No digo nada. No estoy asustada.

Mis sentimientos ante la quimioterapia son contradictorios. ¿Quizá es que en el fondo deseo recibir quimioterapia? Si me hubieran dicho que no, ¿siempre me habría quedado la duda de que alguna célula maligna campara a sus anchas por alguna parte de mi cuerpo? ¿Hubiera tenido desesperantes pesadillas en las que me anunciaban que el cáncer reaparecía en mis pulmones o en mis huesos? Me aterra recibir el tratamiento, pero también me aterra irme a casa sin él.

“¿La prueba del fish her2 ha salido positiva?”, le pregunto a la doctora Estévez? Incomprensiblemente me contesta que no, que ha salido negativa. Me quedo estupefacta. No entiendo nada. Tantos días esperando el resultado negativo de ese análisis clínico que determina la virulencia del cáncer y ahora no sirve para salvarme del infierno de mi deterioro físico. La médico, como siempre con su discurso sencillo y claro, me argumenta que he padecido un tipo de cáncer en el que que sus células se multiplican a una velocidad de vértigo. Demasiado rápido. Y me da una serie de datos más de mi enfermedad que, todos juntos, no dejan lugar a dudas para el tratamiento de quimioterapia.

Ahora me siento realmente enferma. Enferma de verdad. Cuando me dijeron que tenía cáncer sabía que estaba localizado en mis senos, porque después de practicarme multitud de pruebas, no tenía metástasis. Una vez extirpados, estaba libre de ese maldito mal que podía acabar con mi vida. El demonio había abandonado mi cuerpo. Pero ahora, al anunciarme el tratamiento de quimioterapia, me siento desprotegida, indefensa, desarmada, como si miles de alimañas preparadas para atacar pasearan libremente por mi cuerpo acechando mis órganos.

El 25 de noviembre, a las 5 de la tarde, recibiré la primera sesión. En total, serán 6, una cada tres semanas. En el hospital me han dado un libro en el que me explican todo lo que debo saber sobre la quimioterapia. He podido leer algunos de sus devastadores efectos: náuseas, vómitos, cansancio, alopecia, mucositis y conjuntivitis. Estoy asustada. Lo que peor llevo es la caída del cabello. Me horroriza pensar en el día en que me vea ante el espejo totalmente calva. Todo el mundo me dice que es poco tiempo, que luego me crecerá el pelo más fuerte y más sano, que hay pelucas maravillosas… Pero no soy capaz ni de pensar en ese momento. Cuando me lo imagino, me entra ese dolor típico de estómago previo al lloro. No tengo pechos, y ahora, no tendré cabello. Serán momentos duros, lo sé, pero es lo que me toca vivir. Y menos mal que puedo decir “vivo”.

Eduardo:
El día de hoy ha sido complicado, toda la mañana preguntandonos que diría la oncóloga y, por supuesto, agarrandonos como locos a la última visita en la que nos dijeron que quizás podríamos librarnos de la quimio… Pero por desgracia va a ser que no, el cáncer de Dulós era “virulento”, así que la doctora nos explica los resultados de las últimas pruebas, tiene la decisión tomada de antemano, pero aun así prefiere explicarnos muy llanamente cuales han sido y Dulós, con esa entereza que lleva demostrando desde el primer día, decide sin ninguna duda someterse al tratamiento. ¡Qué puedo decir!!!. Un momento de susto, un par de miradas entre nosotros y ya está, a mentalizarse y a prepararse para lo que haga falta.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Por fin en casa...

Dulós:
“Nena, parece que estés trabajando, todo el día con el teléfono en la oreja y la agenda abierta”. Mi madre sonreía: se sentía orgullosa de que los amigos no se hubieran olvidado de su hija. Todos los días venían a verme y me hacían pasar un buen rato.

Sólo yo era plenamente consciente de que al cruzar el umbral de mi casa empezaría a vivir lo que era mi nueva vida. Atrás quedarían los cuidados de las amables enfermeras del hospital, la cama mecanizada, los medicamentos con el gota a gota… Ahora me enfrentaba a unos utensilios y mobiliario normales, y no sería nada fácil adaptarme a ellos.

La primera noche en casa intenté pasarla en la cama de matrimonio junto a Eduardo, pero de madrugada, desistí y me fui al salón. Las cicatrices del pecho me dolían mucho y sólo podía dormir mirando al techo. En la cama, inconscientemente, intentaba darme la vuelta, y cada dos por tres y me despertaba con un inmenso dolor. Intenté poner cojines a ambos lados de mi cuerpo, pero igualmente me daba la vuelta. Durmiendo en el sofá, al ser estrecho, no me muevo, y duermo de un tirón toda la noche. Hace ya más de un mes que he vuelto del hospital y sigo durmiendo en el sofá del salón. No sé cuánto tiempo seguiré durmiendo sin Eduardo a mi lado. La verdad es que es triste y duro.

El cirujano plástico, el Dr. Martínez Murillo, no me dejó duchar hasta pasadas tres semanas de la operación. Me ha indicado unas esponjas que llevan jabón incorporado y que no necesitas enjuagarte. Las mojas con un poco de agua, te lavas, y ¡lista! Sin estas esponjas alguien tendría que haberme ayudado a lavarme. ¡Menos mal que me encanta que me peinen, porque sola tampoco podía hacerlo!

Otro de los inconvenientes que tuve al llegar a casa fue para comer. En las axilas tenemos muchas terminaciones nerviosas, con lo cual sufrí mucho dolor en los brazos y casi no podía moverlos. A parte de que necesitaba que me cortaran la comida en trozos pequeños, el plato debía estar a pocos centímetros de mi boca, porque no podía hacer el movimiento de subir y bajar las manos. Mi madre lo solucionó estupendamente con la bandeja del microondas.

Cuando por fin puedes salir a la calle, nada de llevar peso. En el bolso, sólo las llaves de casa. El primer día, quieres verte guapa y maravillosa, después de tanto tiempo sin arreglar. Abrí el armario… esto no, esto tampoco, esto es muy ajustado, esto marca pecho, esto es muy liso… No encontré nada que disimulara que estaba plana de pecho completamente. La verdad es que me hubiera podido poner cualquier cosa con un pañuelo que disimulara un poco, pero mi suegra me dijo que mejor que compráramos algo especial que ocultara mi pecho liso. Y así nos encontramos paseando por unos grandes almacenes mi suegra, mi suegro, Eduardo y yo, buscando algo que era casi imposible de encontrar. ¿A quién se le ocurre pensar que vendan ropa para mujeres sin senos? De mostrador en mostrador, y con los hombres ya casi desquiciados pero sin atreverse a quejarse por respeto a mí, de repente vi una maravillosa blusa roja con unos volantes en su parte delantera. Me acerqué a la dependienta, se la pedí, me la probé, y me estaba bastante bien. La verdad es que los volantes distraían la atención del poco pecho que tapaban. Le comente en un susurro a la dependienta que tenía cáncer y que me acababan de quitar los pechos y estuvo muy comprensiva y cariñosa conmigo. Da gusto encontrar gente como ella.

viernes, 31 de octubre de 2008

El Renacer


Dulós:
Todavía hoy no recuerdo en qué momento ni cuándo desperté de la operación. Me intervinieron el martes 23 de septiembre a las tres de la tarde, y no se si volví a la consciencia el mismo martes por la noche, el miércoles por la mañana, por la tarde… o por la noche. Enfermeras cambiándome el suero y comprobando los cuatro drenajes, palabras de aliento a mis oídos, la puerta de la habitación abriéndose y cerrándose, manos temblorosas acariciándome la frente, y dolor, mucho dolor en el pecho que apenas se apaciguaba después de cada nueva dosis de nolotil… Pero lo que si recuerdo de una forma muy clara -como si fuera una evocación de aquellas que de niños nos marcan y traumatizan que nunca conseguimos olvidar- son las horas -más de tres- que pasé en la sala de reanimación. Con todas las fuerzas de que disponía -que quizá no serían muchas- gritaba y lloraba pidiendo ayuda y calmantes. Me sentía como el soldado al que una bomba ha arrancado medio pecho y que yace en el suelo a merced de la muerte. Así era el dolor que yo sentía, como el soldado mutilado que se desangra…un sufrimiento tan fuerte que parecía que el mismo diablo se hubiera instalado en mi propio cuerpo.

Ya acostada en la cama de la habitación del hospital, -sin pechos, por supuesto- de repente me di cuenta de que comía, hablaba, bostezaba, miraba la televisión… ¡Había vuelto a la vida! Y sin reparar en ello, estaba contenta, feliz y alegre. ¡Qué incongruencia! Escuché lo que quería que me dijeran: “la operación ha ido muy bien. El cáncer no ha llegado a los ganglios.” La espada dejó de pender a un milímetro de mi corazón y ahora, por primera vez en mi vida, me sentía viva de verdad… Y de lo más profundo de mi ser nació una angustiosa necesidad de saborear cualquier segundo que la nueva existencia me regalara. Me sentía como una muñeca de porcelana plana de pechos pero bella, guapa, y de piel suave. Y también guapa por dentro. Hice reír a todos los familiares y amigos que vinieron a visitarme -que fueron muchos- …a algunos de ellos, incluso fui yo quien tuve que animarles y asegurarles que mi vida sería muy, muy larga. Pero durante esos felices días de renacimiento a la vida todavía no era consciente de que me quedaba mucho por descubrir de mi propio cuerpo mutilado…

Estuve 6 días en el Hospital de Madrid Sanchinarro. Los primeros días era incapaz de mover ni un solo músculo de mi cuerpo. El dolor era insoportable. Las tres primeras noches no dormí ni un solo minuto. Eduardo, mi pareja, trabajaba y me cuidaba. Me cuidaba y trabajaba. Derrochaba amor y cariño. Le amo profundamente y me ama profundamente. También estuvieron al pie del cañón mis padres y mis suegros. Nunca estuve sola y los ramos de flores llegaban sin cesar. El teléfono no dejó de sonar y los amigos sacaron tiempo de donde fuera para traerme un poco de consuelo y distracción. No me arrepiento en absoluto de haber contado mi enfermedad. Y hoy todo el mundo sigue cuidándome. Me siento muy querida y amada. En vosotros está mi fuerza. Gracias por quererme.

viernes, 24 de octubre de 2008

Primera visita a la oncóloga

Ayer visité por primera vez una oncóloga, la Dra. Laura García Estévez. La enfermedad sigue su proceso habitual, pero la espera de esta cita me ha parecido una eternidad. He perdido demasiado tiempo en imaginarme lo peor: largas y fuertes sesiones de quimioterapia que resquebrajarían mi frágil y delicado cuerpo. A las dos en punto de la tarde mi pareja Edu y yo llegamos al CIOCC -Centro Integral Oncológico Clara Campal- del Hospital de Madrid. Uno se imagina que en un centro oncológico sólo verás personas sin cabello, o con el pelo muy corto y negro, con pañuelos en la cabeza, caras demacradas, con enormes y oscuras ojeras… Y no es así.

A simple vista, este hospital parecía un centro de salud cualquiera, con enfermedades comunes, fiebres, lumbalgias, huesos rotos... Pero en pocos segundos Eduardo y yo descubrimos lo que hace distinto y único a un centro oncológico: la angustia, la congoja, la incertidumbre y el miedo flotan en el ambiente de una forma tan invisible como palpable al menor roce. Y la gente suplica con gritos silenciosos por un poco de afecto y ternura. Después de preguntar por mi cita en recepción, Edu disparó la máquina para hacer la fotografía que ilustra este articulo. De repente, una señora de cara amable y ojos claros me ha preguntado si yo era la enferma. Le he dicho que sí, que me habían extirpado los dos pechos. Cuando yo le he preguntado qué le ocurría a ella, ha llorado desconsoladamente y ha hablado balbuceando: “mi marido está muy mal, muy mal, tiene cáncer de pulmón, y esta noche le ha dado por querer dormir en el salón de casa. ¿Y cómo le voy a dejar sólo en el salón? Y yo no he podido dejarle solo. A las 4 se ha despertado, y luego más tarde otra vez… Y por la mañana le he acompañado a quimioterapia, y después a otras pruebas…”

La he visto tan cansada y débil que no he podido más que acariciarle la mejilla, abrazarla y decirle que en cuanto durmiera un poco estaría mejor… Mientras la estrechaba fuerte, he sentido otros brazos que nos envolvían a las dos. Eran los de Edu que también se ha acercado a consolarla. A mi pareja se le ha ocurrido invitarla a un café, y ha conseguido que la señora sonriera: “no, gracias, tengo que irme enseguida. Además, soy muy llorona y os daría la mañana”. Nos hemos vuelto a besar, a abrazar, nos hemos dicho que nos veremos en el hospital… “Por cierto, me llamo Cristina” “y yo Dulós”. Nos hemos dicho adiós con la mano varias veces. Y Cristina ya no lloraba. Sonreía. Ahora parecía tener más energía y aliento para ayudar a su marido enfermo.

En la planta inferior del CIOCC la Dra. Laura García Estévez ya nos estaba esperando. Inquietos y nerviosos, nos sentamos en la consulta. Ante nosotros, una médica de mediana edad, afable, guapa, con voz suave y delicada que transmitía confianza y franqueza. A los pocos minutos ya hablábamos como si se tratara de una antigua amiga. Después de estudiar minuciosamente todos mis informes médicos, la conclusión de la especialista fue la siguiente: “Debo hacerte una prueba de Biología Molecular, el Fish Her2, si sale positiva, deberás someterte a sesiones de quimioterapia, si sale negativa, no”. La Dra. Estévez nos lo explicó lo mejor y lo más llanamente que pudo: esta prueba nos dirá la virulencia del cáncer que he padecido. También nos dijo que si no era necesaria la quimioterapia, debería tomar unas pastillas de hormonas. Estas pastillas tienen la misma eficacia que la quimioterapia, es decir, también evitan que se reproduzcan los tumores cancerosos, pero son mucho menos agresivas, con lo cual ni se te cae el pelo, ni te mareas, ni vomitas. Eduardo y yo nos miramos a los ojos. Sonreímos tímidamente y nos cogimos de la mano. Los dos confiábamos plenamente en la doctora, a la que acabábamos de conocer hacia apenas una hora. Sabíamos que no se equivocaba, que cualquiera de las dos opciones sería la que me salvaría la vida. Ahora que cabe la posibilidad de que me libre de la quimioterapia, he dejado de tenerle miedo. ¡Pase lo que pase, y pase por lo que pase, lo único que quiero, es vivir, luchar, sufrir, caminar, acariciar, besar, amar!

Eduardo:

Pues ya estamos en el siguiente paso, saber si hay quimio o no. Desde que los médicos empezaron a ver las pruebas antes de la operación, siempre nos habían dicho que probablemente Dulós necesitaría quimioterapia. Y ahora nos encontramos con la grata sorpresa de que puede ser que no haga falta. Pues Dulós lo lleva muy bien, está muy animada y estas sorpresas la animan más todavía, lo cual debo reconocer que me preocupa mucho. No sería plato de gusto que al final necetirara quimio, sería lo que coloquialmente se denomina "un buen palo". Pero hay que estar preparado para todo, así que el día 4 veremos. De cualquier manera, Dulós va a seguir rodeada de gente estupenda y pase lo que pase, seguro que entre todos haremos que el camino sea más facil.

domingo, 19 de octubre de 2008

"Eres una preciosa figura de barro sin moldear"

“Eres una preciosa figura de barro sin moldear”… Me quedé, estupefacta, sin palabras… ¿Cómo era posible que mi pareja me describiera de una forma tan sensible y tierna después de ver mi cuerpo, sin mamas y con dos espantosas y negras cicatrices de lado a lado de mi pecho?

Hacía más de dos semanas que me habían extirpado los pechos, y yo todavía era incapaz de mirarme ni tan siquiera el escote. Me daba un miedo atroz. Incluso nunca me atreví a palparme con la mano por debajo del jersey. No podría soportar que mi mente obtuviera la más mínima información de las cicatrices. En el fondo, imaginaba cuál era mi aspecto real, pero inconscientemente pensaba que mientras no me viera, era como si todavía conservara mis senos. Mi cuerpo seguía viviendo igual que lo hacía con ellos, pero me negaba a aceptar la cruel realidad. Pensaba que, si nadie me obligaba, quizá no tendría que verme hasta que mis prótesis ya me hubieran hecho de nuevo mujer completa. Pero es difícil no verse reflejada en los espejos que adornan los modernos baños. Aún así, en casa nunca me vi, hasta que un día…

Estaba tumbada en la consulta de mi cirujano plástico, el Dr. Martínez Murillo, del Hospital de Madrid, mientras me efectuaba una de las habituales curas semanales. De repente, se me ocurrió preguntarle: “¿Asusto?” Y él, con su habitual sonrisa, contestó: “Sí”. Consiguió que me riera. Entonces me contó que una de sus pacientes le aseguró que ella se parecía a la novia de Chuky, el muñeco diabólico, a lo que yo, volví a preguntarle: “¿y yo, me parezco a esa muñeca?” Y volvió a responderme: “Sí”. Y acto seguido le preguntó a Eduardo: por cierto, “¿Tú eres Chuky?” En ese momento, los tres empezamos a reírnos de esa situación absurda y a la vez divertida. El doctor consiguió que mi nerviosismo desapareciera y, casi sin pensarlo, le dije, “dame un espejo, seguro que estoy más guapa que la novia de Chuky”. Y de nuevo nos reímos. Me miré y…

¡Qué gran trabajo el que hizo conmigo el Dr. Murillo ese día! Quitó dramatismo a la primera vez que me vi el pecho después de la operación. No os lo vais a creer, pero no me vi monstruosa. Sí, me vi sin pechos, plana completamente, no tenía pezones, me vi dos cicatrices horribles, negras y con multitud de puntos… La verdad es que estaba desagradable, antiestética, imperfecta… pero no me impactó. No lloré. Mi mente estaba preparara para esa visión de mi misma. Para la visión de una mujer a la que le han extirpado las dos mamas y que tiene que pensar en el mañana, en el futuro con las heridas cerradas y las prótesis implantadas. Mientras, tenía que vivir el día a día con naturalidad y teniendo claro que estaba venciendo una enfermedad grave. Está claro que… ¡con una sonrisa y buen humor, se superan mejor las penas!