lunes, 21 de junio de 2010

De nuevo, miedo en el cuerpo


















Dulós:
Es increíble cómo pasan de rápido los meses cuando uno desea que lo hagan despacio, y lo lentos que discurren cuando uno ansía que vuelen. Ya he superado con éxito dos revisiones de cáncer, y de nuevo me toca pasar por el “preceptivo examen”, al que yo llamo con cierto sentido del humor pasar la itv. Tres meses entre revisión y revisión son muy pocos, y entre que vas a la cita con el médico, te encarga las pruebas, te las haces, te dan los resultados y vuelves a ver al médico… ya has perdido un tiempo valioso que hace que de los tres meses sólo disfrutes de dos sin visitar hospitales y consultas. Ahora estoy en la plena tercera revisión, y otra vez mi cuerpo y mi cerebro están en estado de alerta, de nerviosismo y de angustia. Me cuesta dormir. Y aunque intento controlarme, en algunas ocasiones mi humor me traiciona. Me esfuerzo por pensar y creer que todo saldrá bien, pero sé que las posibilidades de recaer durante el primer año son elevadas. Esa idea martillea mi cabeza constantemente. Es inevitable. Aún así, me levanto a una hora razonable, me arreglo, peino lo mejor que puedo mis complicados cabellos –rizadísimos como secuela de la quimioterapia-, me alimento bien… y acudo a las pruebas médicas con la sonrisa en los labios…


De momento, me han encargado análisis de sangre, una colonoscopia –para controlar el cáncer de colon- y tengo pendiente una cita con la oncóloga, que me encargará una ecografía mamaria y otra abdominal para descartar un cáncer de mama o cualquier otro.

La colonoscopia es especialmente desagradable. Debes seguir un régimen estricto tres días antes de la prueba –hasta aquí todo bien-, pero el día antes sólo puedes ingerir líquidos y un "brebaje" que te vacía completamente los intestinos. ¡Te pasas la noche en el lavabo, con un dolor de tripa impresionante! Además, debes guardar ayun0 total durante 8 horas. Es un auténtico calvario. Mi doctor, Juan Gómez Durán, aunque sólo me ve una vez al año, siempre se acuerda perfectamente de mi historial clínico, algo que los pacientes agradecemos muchísimo. Es una eminencia en su campo: especialista en aparato digestivo. Hace poco recibió una distinción de manos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre.
En junio también coincide la revisión semestral del ginecólogo. La pastilla diaria que tomo de tamoxifeno que evita mi recaída en el cáncer de mama, sin embargo, puede provocar cáncer de endometrio -mucosa que cubre el interior del útero-. ¡Prueba superada! Mi ginecólogo, el doctor Manuel García Marcos, tan cariñoso y amable como siempre, me ha asegurado que estoy fenomenal y que aunque tengo dos miomas en la matriz (uno de 4 cms de diámetro), “si a mí no me preocupan nada, a ti te deben preocupar menos”. Con una amplia sonrisa me despedí de él, y quedamos en volver a vernos en enero.

Otro de los médicos que también he visitado es el doctor Martínez Murillo, mi cirujano plástico. Por cierto… si vamos sumando doctores a los que visito cada tres meses… son muchos, ¿verdad? En el fondo, creo que morir, no moriré por ahora, porque controlada, ¡estoy controladísima!

Hece ya un año y medio que estoy en sus sus manos, y me siento contenta por haberme convertido de nuevo en mujer. Pero hoy, yo tenía una queja. Lo primero que le dije fue:

- “Doctor, un pezón mira hacia Cuenca, y el otro hacia Badajoz…”
El médico examinó mis pechos y pezones, y me explicó:
- “Las prótesis no ocupan el mismo espacio en el interior de tu pecho. Una está más expandida que la otra. Cada día tienes que presionar tu mama izquierda para lograrlo. Si en 4 meses no lo conseguimos, habrá que operar, y abrirle más espacio”.
Cada noche, ante el espejo, una y otra y otra vez, oprimo con fuerza mi mama izquierda… Son muchas las secuelas físicas que te deja el cáncer, pero no esperaba una de este tipo. Aprieto mi pecho, y me lo tomo como un divertimento mientras escucho música…

He sumado ya muchos médicos. Cuando vuelva a escribir, el total habrá aumentado. Confío en que todas las pruebas salgan bien. Necesito creerlo. Por mi, por mi vida…













viernes, 18 de junio de 2010

Como una gacela...


Dulós:
“Un dos, un dos, arriba, abajo, un, dos…” Cinco meses después del fatal accidente en el que me rompí la cabeza del fémur, por fin el traumatólogo me ha dado una buena noticia: “El hueso se ha pegado completamente. Ya puedes empezar la rehabilitación para aprender a andar de nuevo”. Hace un par de meses que ya me muevo con una sola muleta, que me hace la vida un poco más llevadera. Pero la pierna afectada no tiene ni estabilidad ni fuerza, y sin ese apoyo, me es imposible caminar. “Porque lo que ahora tienes es atrofia muscular, en el muslo y en el glúteo, por culpa de mantener la zona inactiva durante tantos meses”, me comentó el doctor. Antes de despedirme, el médico me “recordó” que todavía no había llegado el momento de tirar cohetes en cuanto a mi fémur. “Aunque el hueso se ha pegado, ahora hay que controlar que las venas que corren en su interior se conecten de lado a lado. Hay peligro de que no lo hagan y el hueso se necrose”, me exlica el traumatólogo. En dos meses quedamos citados de nuevo. En ese momento me vinieron a la mente las palabras que me dijeron al anunciarme la rotura: “¿le han dicho que ha sufrido una fractura muy grave?”. Por supuesto que lo he comprendido, que es grave, lenta y dolorosa de curar.

Aquí estoy todos los días a las siete de la tarde en el Hospital de Madrid Montepríncipe reeducando mi pierna derecha. Lo sencillo que es tener un accidente, y lo mucho que cuesta recuperarte. Por fortuna tengo un fisioterapeuta que, además de simpático, es un gran profesional. Con los masajes de Álex llego al punto justo del inicio del dolor. No fuerza la pierna, pero si hace trabajar mucho mis músculos. En dos semanas mis progresos han sido espectaculares.

Los enfermos y cuidadores que acudimos a diario a la sala de rehabilitación del Hospital formamos como una pequeña familia, o eso al menos es la impresión que tuve desde el primer día. Todos estamos más o menos “lisiados”, y por eso nos sentimos unidos luchando contra un mismo enemigo: el dolor. No hablas con todos, pero a veces sólo una mirada, una sonrisa o un “¿Qué tal?” dice muchas más cosas que una palabras.

No todos los días tengo el mismo optimismo. Aunque sigo siendo la Dulós animada de siempre, alguna tarde llego con humor de perros. Un día conocí a Miguel Ángel, mi vecino de camilla. Le estaba contando las desgracias de mi vida, cuando me preguntó: “¿quieres que te anime?” Le respondí que me encantaría.

- “Me han operado 19 veces, tengo leucemia, ya he vivido 5 años de regalo, y ahora se me han roto de repente los ligamentos del pie simplemente por desgaste”.
Me lo dice con buena cara, su rostro emana dulzura, tranquilidad, sosiego… No pude más que sonreír y agradecer su detalle.

Como dicen los psicólogos, siempre hay alguien que está peor que uno, y no por ello pierden la sonrisa o el buen talante. Y por ello debemos sentirnos afortunados. Yo se que lo soy, y que en pocos días andaré como una gacela.