miércoles, 13 de mayo de 2009

Con Tetas si hay paraíso

Dulós:
Ya luzco mis pechos definitivos. Los pechos que me acompañarán el resto de mi vida. Unos pechos que permanecerán firmes mientras mi cuerpo vaya envejeciendo. Durante los días previos a la operación en la que me han implantado las prótesis de silicona, me he sentido muy inquieta. Porque sé que ahora ya no tendré excusa para seguir echando de menos mis senos auténticos. Me digo: “ya está bien de tonterías… ¡Ya es hora de que aceptes tus nuevos pechos!” Lo sé. Pero el subconsciente todavía se niega a aceptar la realidad y a ver mis nuevos senos de silicona como algo bueno para mí. Veréis:

La noche antes de la operación tuve una pesadilla horrible. A las 5 de la mañana me desperté sobresaltada. En el sueño, me obligaban a viajar en avión. Yo gritaba que no podía volar, que temía por mis pechos, que podían estallar. Pero varias personas me subieron a rastras al avión… En la siguiente imagen que recuerdo me veo a mi misma atada a la butaca con los pechos reventados. Estoy llena de sangre y grito desesperadamente: “¡lo sabía!, ¡ya os lo decía!” En ese momento me desperté. Lo pasé fatal. Nunca llegué a creerme la historia del estallido de los pechos de la actriz Ana Obregón en un avión. De todas maneras, dejaré de ver tanto programa del corazón…

El día de la operación ingresé a la una del mediodía en el Hospital de Madrid Sanchinarro, en ayunas. Después del papeleo de rigor, Eduardo, su madre y yo subimos a la habitación. Me puse el camisón del hospital, y a los pocos minutos vinieron a buscarme para ir al quirófano. Una vez allí, todo fue muy rápido. Recuerdo que me pusieron el brazalete para controlar la tensión, en vez de en el brazo, en la pierna. Me llenaron de “cachivaches”, y me dormí mientras charlaba de mis nuevos pechos con las doctoras que me estaban preparando para la intervención. El despertar de la operación, también fue curioso. Recuerdo como “flashes” en los que grito: “¡ya tengo pechos!, ¡mis pechos!”, mientras me tocaba la zona con las manos para asegurarme de que los tenía implantados.

Estuve adormilada todo el día. Eduardo cogía el teléfono, que no paraba de sonar, y explicaba a familiares y amigos que todo había ido muy bien. Ya por la noche, me espabilé un poco, pero me sentía tan dolorida y cansada que apenas miré la televisión.

Después de una noche tranquila, me desperté con un dolor fuerte en el pecho, pero también con un raro escozor en el escote. Enseguida vi que el esparadrapo me quemaba la piel. La enfermera me lo quitó como pudo, porque al estirar se llevaba parte de mi piel con él y me hacía mucho daño. El esparadrapo me había producido alergia. Está claro que las sesiones de quimioterapia han dejado mi cuerpo demasiado sensible y débil.

El doctor Martínez Murillo me visitó muy pronto. Pasaban pocos minutos de las ocho de la mañana. Miró las cicatrices, y me explicó que había agrandado la zona que ocupaban los expansores, para que las prótesis se esparcieran más. Entendí porqué me hacía tanto daño la zona de debajo de las axilas y por encima de las costillas. Me dio el alta y me fui a casa.

Ahora estoy convaleciente. Paso los días descansando, escribiendo, leyendo… es toda la actividad que me permite el post-operatorio. Y contestando al teléfono. Todas las personas que llaman me felicitan por tener ya implantados mis nuevos pechos. Pero yo les explico que me siento casi igual de mutilada que antes de la operación. Creo que hasta que no me reconstruyan los pezones, me veré así. La intervención será dentro de unos dos meses. El camino de sentirse de nuevo mujer es lento y tortuoso. Pero sé que lo conseguiré. Aunque sufro, no pierdo la esperanza.

Eduardo
Volvemos a estar en una habitación del Hospital de San Chinarro… La situación nos resulta bastante familiar, pero hay muchísimo menos nerviosismo en el ambiente. No tiene nada que ver con la primera vez que estuvimos ingresados. En cuanto llegamos, Dulós ordenó sus cosas y se puso el camisón, y en poco menos de media hora ya vinieron a por ella. ¡Qué diferencia con la primera operación, en la que se fue llorando y casi gritando porque... la iban a amputar! Esta vez, estábamos de tan buen humor que incluso fuimos capaces de bromear con el camillero. Yo creo que no pasaron ni 45 minutos y Dulós ya estaba de vuelta en la habitación, y además, medio despierta. Otra gran diferencia de la primera intervención: esta vez sólo venia con goteros puestos, nada de botes de drenaje, nada de vendajes por todo el cuerpo… ¡su aspecto era mucho mejor!

viernes, 8 de mayo de 2009

La “máquina” de hacer pis y caca

Dulós:
Cuando caí enferma, pensé en el mucho tiempo libre que iba a tener. Me di cuenta de que jamás en la vida había estado tantos meses sin ocupaciones laborales. Y me preocupé. No sabía si sería capaz de aguantar todo este tiempo sin trabajar. Toda mi vida lo he hecho, y, a parte de sentirme orgullosa de ello, me lo he pasado genial. Fue entonces, al inicio de mi enfermedad, cuando se me ocurrió la idea de adoptar un nuevo perro en mi familia. Hace casi 13 años que convivo con Mistu -significa cerilla en catalán-, un cooker bonachón y tranquilo. El pobre ya está muy mayor, y aunque me niego a aceptarlo, se que no le queda mucho tiempo en este mundo. Le adoro, le cuido, le mimo… se ha quedado sordo, y no puedo evitar que en breve pierda los dientes o se quede ciego. Pensé que era un buen momento para conocer a una nueva mascota, y, además, tendría tiempo de sobras para dedicarme a ella, criarla y enseñarla.

Una tarde, merendando en casa de unos amigos, comenté mi deseo de una nueva mascota, mientras Edu y yo disfrutábamos de su maravillosa compañía y la de sus dos preciosas perras de raza Golden. Me dijeron que conocían a un criador muy bueno, y que podían conseguirme uno para mí. ¡Uf! ¡En ese momento explotó mi corazón! Por supuesto les dije que sí, que me encantaría, que muchas gracias… Pero lo mejor fue cuando una tarde, mientras yo estaba en el sofá de casa abatida por mi reciente mastectomía, me llamó Ester y me dijo que ya había recogido a nuestro cachorro. Me explicó que era precioso, muy cariñoso y juguetón, y que ella lo cuidaría hasta que yo estuviera un poco mejor y que pudiera moverme para ocuparme de él. Ester es una chica tremendamente cariñosa, natural y buena gente. Le pregunté si podía acercarse a casa para que pudiera conocer al animalito ¡Me hacía tanta ilusión! Nunca olvidaré la imagen de Ester con el perrito en brazos cruzando el umbral de mi vivienda. En cuanto vi al animal, le cogí en brazos y le acaricié, y me negué -con todas mis pocas fuerzas- a que el cachorro se fuera de casa. Pensé que la satisfacción de tenerle al lado superaría con creces mis dolores y mis dificultades físicas. Se quedó…

Eduardo empezó a llamarle “la máquina de hacer pis y caca”. Y me hacía reír. Todos los perros bebés hacen sus necesidades en el sitio en que les pilla. Pero es que nos parecía que este perro lo hacía demasiado a menudo, y en cualquier parte. Curiosamente, nunca escogía el jardín para desahogarse. A menudo, Eduardo se dirigía al perro -que le miraba con ojos curiosos- para explicarle el capítulo de barrio sésamo de “dentro-fuera”.

El cachorro era un labrador de pelo corto. Le llamamos Gos, que significa perro en catalán. El nombre lo sugirió el amigo que me lo regaló. Su madre le enseñó de pequeño a hablar en catalán y la palabra “gos” le hacía mucha gracia. Además, me dijo que le sonaba muy bien y que era original. Y le hice caso. Ahora, mi perro y su nombre me parecen los más estupendos del mundo. El Gos ya tiene nueve meses y por fin ha aprendido a hacer sus necesidades fuera. Sin embargo, ahora es mucho más travieso que de pequeño. Pero os aseguro que a los que defienden que las mascotas hacen una gran labor psicológica de ayuda, y además proporcionan autoestima a las personas, les aplaudo. Conmigo lo han conseguido.

Eduardo:

La “máquina” de hacer pis y caca… eso sería abreviando, porque también es un “comesillones” compulsivo, o un “tragamaderadesillas”… en fin, un pequeño destructor. Menos mal que es lo más lindo y cariñoso del mundo, y eso lo compensa todo.

Por las noches sube a la cama a dormir conmigo, y se queda tranquilo hasta que suena el despertador, momento en el que se desatan los nervios y comienza una sesión de lametones y arañazos con las patas, que dura hasta que uno se levanta y le da de comer. Pero esto solo pasa cuando el despertador consigue que me mueva y me despierte, porque si lo apago y sigo durmiendo, el Gos se coloca a mi lado con la cabeza en la almohada….y espera pacientemente a que me levante. La verdad es que tiene su gracia.

Por supuesto, si a eso de las 5 o 6 de la madrugada no le abrimos el jardín para que salga a hacer sus necesidades, por la mañana nos encontramos un par de regalitos en mitad del salón. Es lo que se llama un perro de costumbres puñeteras, pero es joven y se le pasará…espero…

Ha sido el regalo perfecto, es listísimo y más bueno que el pan, aunque no se esté quieto ni un minuto. Y lo de sus incursiones en el mundo del mueble, esperamos que con el tiempo deje de utilizarlas como aperitivos. Todavía podemos dar gracias porque no ha descubierto el maravilloso mundo de la moda y la zapatería. Cruzaremos los dedos.