viernes, 27 de marzo de 2009

¡La sexta y la última!

Dulós:
Cuando llegué al hospital para recibir los medicamentos de la sexta y última sesión de quimioterapia, no me encontraba especialmente contenta ni animada. Me sentía apática. Ni yo misma sabía por qué mi mente reaccionaba de una forma tan fría. Todo el mundo, Eduardo, amigos, familiares… se empeñaban en recordarme con gran alegría que “era la última toma, que ya había terminado”. Debía estar contenta, pero… mi alma se negaba a sentirse aliviada.

Era verdad que se habían acabado las torturas de la quimioterapia, pero… ¿para siempre? Esa pregunta todavía hoy me martillea el cerebro. Quienes me quieren, piensan y me transmiten que he superado el cáncer, que nunca en la vida deberán volver a administrarme quimio, pero… yo no lo tengo tan claro. Por lo menos no lo siento así. Si el cáncer ya ha atacado mi cuerpo dos veces, ¿por qué no tres?

Hace ahora cinco años me diagnosticaron un cáncer de recto en su primera fase llamado “carcinoma in situ”. En este tipo de tumores, las células malignas están en el revestimiento más interno del recto, y no han sobrepasado la membrana basal, que es una capa acelular de sostén que se encuentra en la base de los tejidos epiteliales. Esta capa recubre internamente las cavidades, órganos, conductos y la piel de nuestro organismo.

Después de una intervención de hemorroides, encontraron las células malignas al hacer la biopsia posterior, y en consecuencia y por lo tanto, ya las habían extirpado de mi cuerpo. Este tipo de cáncer, si se coge a tiempo, -como fue mi caso- no entraña riesgos para la vida del paciente, porque no crea metástasis. Ahora bien, si no se controla adecuadamente, acaba por diseminarse por todo el recto, por los tejidos anexos, a los ganglios linfáticos, y finalmente, a órganos importantes como hígado, ovarios o riñones.

El carcinoma que estaba creciendo en mi recto nunca dio señales de vida. No se notaba, no dolía, no sangraba… Como me dijo mi cirujana después del hallazgo, “la operación de hemorroides te ha salvado la vida, sino, dentro de un año estarías muerta”. Desde entonces pienso “que triste, y a la vez que maravilloso que una casualidad como esta te salve la vida”.

Aquí no acaban mis antecedentes con células “complicadas”. A los veinte años sufrí lo que se llama displasia cervical, que es un desarrollo anormal de células en el cuello del útero. Esta enfermedad no es cáncer, pero estas células pueden convertirse en cancerosas si no se tratan adecuadamente. Actualmente se habla mucho de este mal, porque el ya conocido Virus del Papiloma Humano es una causa común de él. En España han empezado a vacunar a niñas y a adolescentes contra este virus, pero ha creado problemas a alguna de las vacunadas. Mi ginecóloga me quemó con láser estos tejidos anormales, y, por fortuna, nunca más he vuelto a padecer displasia.

Con todo lo que os he contado, ¿entendéis que mi cabeza le dé vueltas a la posibilidad de recaer de mi cáncer actual? Lo que siento es absolutamente humano…

Yo creía que al mes de haberte administrado la última sesión de quimioterapia te hacían el “chequeo completo” para ver si había surgido metástasis del cáncer en alguna parte del cuerpo. Mi oncóloga, Laura García Estévez, me dio la “mala” noticia: “Hasta dentro de tres meses no te controlamos todo tu organismo. Ahora sólo te vamos a hacer análisis de sangre”. Otra vez me sentó como un tiro las noticias de mi doctora -por fortuna sabe transmitirlas tan bien….-. Como buena enferma que soy, reconozco que debe ser así, que sus motivos habrá, pero… ¡tres meses más de agonía es mucho tiempo!

Está claro que esta enfermedad requiere grandes dosis de paciencia. Y avanzar poco a poco, alcanzando metas. Pero soy demasiado impulsiva, y me gustaría poder decirme ya: “Dulós, tu cuerpo está sano”. No tengo otro remedio que esperar a junio. No por ello voy a desperdiciar estos tres meses llorando mi pena, deprimiéndome y encerrándome en casa. Me niego. Seguiré disfrutando todo lo que pueda. Seguro que con esta actitud ganaré más que perderé.

¿Y que os puedo contar de los efectos de esta sexta sesión de quimioterapia? Todo lo que me ha dolido las cinco veces anteriores vuelve a molestarme, pero en un grado superior: piernas, músculos, encías, estómago, ojos… con una novedad, y es que ahora me han salido pupas en el interior de la nariz y en los labios. ¡Estoy hecha una piltrafa!

Al acabar esta última sesión, Eduardo quiso “celebrarlo”, y sin yo saberlo, había comprado una caja de bombones y me la dio en el mismo hospital de día. Pero la gran fiesta todavía está por llegar. Serán unos momentos mágicos, seguro.


Eduardo:

Pues ha sido la última, pero no lo parece. Dulós no se ha hecho a la idea de que ya no hay más, y creo que su problema son los nervios. Después de estos meses de pasarlo mal, ahora queda la larga espera hasta los análisis completos para saber que todo ha acabado. Básicamente, tiene mucho miedo.

En los análisis previos a la última quimio, todo estaba perfecto, como siempre... sólo salió un poquito alto el colesterol… Debe ser por los medicamentos porque nunca se ha cuidado tanto una alimentación como lo hace Dulós con la suya. Pero en estas pruebas había un dato nuevo que en otros análisis nunca nos había planteado la doctora: al ver los resultados, nos comento que hasta el día siguiente no sabríamos cómo habían salido “los marcadores tumorales”. ¡Esto no lo sabíamos!, en el resto de los análisis de cada quimio nunca nos habían incluido “los marcadores” -que nosotros sepamos-. Así que yo me lo tomé como una primera aproximación a los resultados de tantos meses de sufrimiento, y en la confianza de que todo iba a salir bien, no volví a nombrar el tema. Con la Doctora Laura Gracía Estévez quedamos en que si saliera algo, digamos, fuera de lo normal, nos avisaría por teléfono. Le quitamos hierro al asunto, nos fuimos a la quimio, y después a casa. Fin del martirio silencioso.


Y efectivamente, no hubo llamada del hospital, por tanto, todo correcto, tan correcto que ni lo hemos comentado en casa, y cuando Dulós lea lo que estoy escribiendo… sonreirá. Y a recuperarse para los análisis, que ya queda menos. Esto ya está “¡finiquitado!”

viernes, 20 de marzo de 2009

¡De ésta se sale!

Dulós:
El sol y el buen tiempo espabilan mi cuerpo y me provocan unas ganas tremendas de ver mundo. Como ahora es imposible que viaje demasiado lejos porque sigo “encadenada” a médicos y a hospitales, me conformo con salir de casa y visitar España… ¡Y hay tantas cosas maravillosas que ver!

Eduardo y yo decidimos por pasar un fin de semana en Andorra, un valle que me tiene robado el corazón. Salimos en coche el sábado 14 de marzo por la mañana. Después de viajar más de seis horas, dejar las maletas en el hotel y pasear por las calles plagadas de tiendas de Andorra la Vella, nos merecíamos una buena cena. Teníamos hambre y estábamos cansados. Así que a las ocho de la noche decidimos cenar para ir pronto al hotel a descansar.

- “¿Tiene calor?” -me preguntó el camarero del restaurante donde estábamos cenando-
- “No, gracias… “-le contesté mientras me abanicaba- “Son cosas mías”
- “¿Es por la quimio?” –me preguntó con delicadeza-
- “Sí”.
- “Yo también he tenido cáncer, de pulmón…”

Eduardo y yo compartíamos unos mejillones a la marinera, una pizza y una butifarra. El camarero del local era un hombre de mediana edad, simpático, amable y discreto. Ahora sé que en cuanto me vio entrar en el comedor recordó lo mal que lo pasó hace unos tres años con el cáncer de pulmón que padeció. Al verme sin cabellos, debió de pensar que yo también estaba pasando por esta terrible enfermedad. Y no se equivocó. Y al momento se sintió identificado con mi estado. Las personas solemos reunirnos y simpatizamos con otras de gustos, aficiones y características comunes, y la enfermedad del cáncer es una de ellas. El camarero tenía unas terribles ganas de hablarme, de contarme que él había tenido cáncer de pulmón, que lo había superado y que se encontraba muy bien. Quería transmitirme fuerza, esperanza... Mientras cenábamos, me vino un sofoco y rápidamente me quité la rebeca y la gorra. Aunque tomo isoflavonas que teóricamente reduce y apacigua los acaloramientos, éstos son cada vez más fuertes y frecuentes. Me ahogo con el calor y el sudor que me producen. Fue entonces cuando empecé a abanicarme y cuando el camarero se dirigió a mí.

- “Es horroroso perder el pelo. A mí me dijeron que no se me caería… y un día, en la ducha, me quedé con los cabellos entre mis manos”
- “A mí me avisaron y me corté el pelo muy corto. Por cierto… le veo muy bien, ¿verdad?”
- “Sí, estoy estupendo. Hace tres años de la enfermedad y todo va perfecto”
- “Suerte, pues dicen que el cáncer de pulmón es de los peores…”
- “Sí, pero de ésta se sale, ya lo verás”

Cuando Eduardo y yo abandonamos el local, me miró con aprecio, y me volvió a repetir: “Ánimo, ya verás que de esta se sale”. Fue un momento que recordaré siempre.

El fin de semana en Andorra ha sido tranquilo y agradable. No os voy a recordar una vez más lo cansada y en baja forma que me encuentro, así que os contaré lo que he hecho para remediarlo. He paseado, he tomado el sol, y he disfrutado de la naturaleza. Como dice el slogan, Andorra es una tierra de contrastes: he estado caliente al sol y he pasado frío junto a la nieve. También he comido mucho y bien, principalmente platos típicos de la tierra. Hacía mucho tiempo que no comía “Caracoles a la Llauna” acompañados del auténtico “all i oli” y me han seducido una vez más. Vida tranquila, pequeños placeres… y curarme. ¡Todas las otras cosas que me de la vida serán un regalo para mí!

martes, 17 de marzo de 2009

Precioso premio...


¡Qué ilusión recibir el Premio "Palabras como Rosas". Es un galardón con un nombre tan precioso y que implica tantas emociones y sentimientos... Gracias, mi querido Álvaro, por definirme así: "A Dulós, porque ha encontrado en la palabra la mejor arma para defenderse y luchar, sin perder la sonrisa, la alegría y la dulzura en ningún momento".

Yo también admiro profundamente a personas que, con sus palabras, consiguen "remover" dulcemente mis entrañas. Personas que ya forman parte de mi vida, porque no hay nada tan valioso y grandioso como "desprender amor por todos los poros del cuerpo". Y eso es lo que hacéis. Os quiero:

Y también hoy quiero destacar la dedicatoria que me ha escrito Carlos. Él sí que es un auténtico "guerrero" en esta vida. Estas son sus palabras:
"Llega el turno de uno de mis últimos blogs descubiertos. DULÓS (http://sisinmispechos.blogspot.com/) me ha fascinado tanto, que, aunque no tengo mamas, no soy mujer, he logrado entenderla y admirarla. La naturalidad con la que habla del tema, la fortaleza de poner sus fotos en todos los procesos de su enfermedad, y del resultado de la mastectomía dice mucho de ella. Es un ejemplo para todas las mujeres, con o sin esta enfermedad".

viernes, 13 de marzo de 2009

¡Sin duda, la peor!

Dulós:
La quinta sesión de quimioterapia es la antesala de la sexta, ¡de la última! Creía que, con el buen ánimo que mantengo, sería una quimio más, la penúltima, la que te deja a un paso del fin de la tortura… Pero no, ¡la quinta ha sido la peor! Recuerdo que mi oncóloga me dijo justamente lo mismo, que la quinta sesión era la más dura, y le pregunté: “¿por qué?”. Su respuesta fue: “porque todavía queda la sexta”. En ese momento pensé que lo decía porque los ánimos es cuando están más bajos, porque tienes ganas de acabar, porque es tan duro que parece que nunca llega el fin…

Pero está claro que los efectos negativos que causan la quimioterapia en tu organismo son acumulativos, y, cada día que pasa, te encuentras peor. Tu cuerpo no tiene tiempo de recuperarse de una sesión a otra, y al inyectarle más “matadores de células de crecimiento rápido”, vas a menos…

Me cuesta mucho andar. Me duelen mucho los huesos y los músculos, especialmente de las piernas. Aunque tomo hierba de salvia, que supuestamente reduce los sofocos, en mi cuerpo van a más y, al sudar repentinamente, me quedo toda empapada y en segundos, cojo un frío intenso, con lo cual, no me extraño de mi actual constipado. El dolor en las encías ya me impide comer las habituales nueces que tomo cada mañana. Sigo durmiendo mal, y las noches que decido tomar una pastilla para conciliar el sueño, al día siguiente, me encuentro medio adormilada. Y por supuesto, el dolor en los pechos no desaparece. Y una novedad: me noto las uñas muy débiles, como si de repente se hubieran vuelto finas como el papel de fumar. Me han salido unas manchas blancas muy sospechosas. ¡Espero que no acabe perdiéndolas!

Las buenas noticias son que los últimos análisis que me han practicado salieron fenomenales, como todos los que me han hecho justo antes de cada sesión de quimioterapia. Mi doctora, Laura García Sánchez, me dijo “a ti la quimioterapia no te afecta a la médula”. Me quedé unos segundos absorta, estupefacta. Y le pregunté: “¿eso es bueno, verdad?”, a lo que evidentemente contestó: “sí, muy bueno”.

Pensando ya en el inicio de mi vida sin quimio, tenía algunas dudas que deseaba que mi doctora me aclarara. Pero sus respuestas no hicieron más que inquietarme. Sé que los médicos “se curan en salud”, y que prefieren animarte lo justo porque cada cuerpo reacciona de una forma muy diferente. Cuando le pregunté cuánto tiempo tardaría en recuperarme para, por ejemplo, poder trabajar, sentenció: “muchas mujeres tardan un año”. Me enfadé. Le dije que era imposible. Que tal y como me encontraba, seguro que en dos meses estaba “casi en plena forma”. No contestó. Me miró con afecto. También le pregunté cuánto tiempo tardaría en empezarme a crecer el pelo después de la última sesión. Me contestó que unos dos meses. ¡Y yo que creía que era casi inmediato!

La doctora García Sánchez también me recomendó que a partir de ahora hiciera todo el ejercicio posible, porque así mi cuerpo liberaría serotoninas. Según he leído: “Se podría decir que la serotonina es la “hormona del placer", además de ser la "hormona del humor". En el sistema nervioso central se cree que la serotonina juega un papel importante como neurotransmisor en la inhibición del enojo, la agresión, la temperatura corporal, el humor, el sueño, el vómito, la sexualidad y el apetito. Estas inhibiciones están relacionadas directamente con síntomas de depresión”. Le expliqué que cada día sacaba a mi perro a pasear, pero me dijo que no era suficiente con andar, que debía correr y cansarme. Y así lo haré. Mi perro me lo agradecerá.

Mientras estaba en el Hospital de día a punto de recibir la quimioterapia, me pregunté qué me inyectaban en una primera bolsa con líquido transparente, antes de recibir los medicamentos de una solución roja llamada en argot “bitter Kas”. Amablemente, una enfermera me lo explicó: “Fortecortín y Ondansetrón”. Son preparados para evitar las náuseas y vómitos. Después de recibir las medicinas de la quimioterapia, me volvieron a inyectar los remedios de los vómitos. Y los tres días siguientes, ya en casa, los vuelvo a ingerir cada mañana en forma de pastilla.

Al poco de estar “atada a mi botella”, una chica que estaba a mi lado y en mi misma situación empezó a llorar desconsoladamente. Enseguida se acercaron a ella una enfermera y la acompañante de otra enferma. Oí que la chica, entre sollozos, comentaba: “ayer enterré a mi hermana. También ha muerto de cáncer”. La psicóloga del Hospital acudió de inmediato. Todos la escuchamos y la consolamos, y los que pudieron la abrazaron y besaron. “A tu hermana le hubiera gustado verte bien y contenta, ¿verdad?”. Con estas palabras se calmó un poco, aunque se sintió mejor cuando pudo desahogarse y explicar que “mi hermana luchó mucho, pero tenía metástasis. La gente se muere de cáncer. Y yo…” Y dejó aflorar sus sentimientos dolorosamente.

Yo estaba a su lado. Me costaba levantarme, al igual que el resto de enfermos, por los cables que me unían al goteo. Desde que empezó a llorar, no la dejaron sola un instante. Yo la miraba y sufría. Me cayeron varias lágrimas. Si ya me parecía dura mi situación, imaginaba el sufrimiento que ella debía padecer. Le ofrecí una revista, la que yo estaba leyendo en esos instantes. La cogió, me miró y sonrió tímidamente. No olvidaré nunca sus ojos que transmitían un padecimiento infinito. Después, miré plácidamente el relajante mural de la pared, e intenté transmitirle un poco de sosiego con mis pensamientos.


Eduardo:

Estamos en la penúltima ya!!!
Está cansada, mental y físicamente cansada. Aun sabiendo que sólo queda la recta final de la quimio, ¡está harta!. Muchos meses con molestias físicas, mal cuerpo, dolores musculares, demasiado tiempo sintiéndose fea, con su cabeza rapadita, sus cicatrices... y con todo, mantiene el tipo, y... ¡tanto que lo mantiene!. Sigue siendo la misma, y con las mismas ganas de enfrentarse a todo.
Como cada vez, llegamos al hospital y empiezan los análisis, mejor dicho, hago el papeleo correspondiente mientras ella ya está tumbada en la camilla para hacerle la extracción. Es la quinta vez que hacemos el mismo proceso, y la quinta vez que me tienen que recordar esto del procedimiento burocrático, uno también tiene la cabeza empanadilla a estas alturas. Y después del análisis, a esperar los resultados y a pasar consulta, y, también como siempre, está hecha un ¿toro?, pues si, la doctora está encantada y nosotros más. ¡A esperar los medicamentos para la quimio toca!
Esta vez, ya a la media hora de empezar con la sesión, estaba dormida. Le puse una manta por encima, y a esperar. Con la cantidad de líquido que te meten en el cuerpo, debe ser normal que te baje demasiado la temperatura del cuerpo.

Todo el proceso llega a resultar muy familiar. Entre que ya te conoce medio hospital, y que desde el primer día las maneras, los ánimos, el trato que nos han dado ha sido maravilloso, consiguen que la gente esté tranquila, que la gente se sienta a gusto, que el proceso sea menos traumático. La verdad es que nunca llegaremos a agradecer como debiéramos la inmensa ayuda que con su hacer y su saber nos están aportando.
Y tras casi tres horas de quimio, y cinco minutos para despertarla, se levanta como si nada, carrera al servicio, que ha sido mucho líquido y ya empieza a sobrar, y a casa. Por cierto que después de la primera quimio, inocentes de nosotros, nos fuimos sin pasar por el excusado, y de camino a casa tuvimos que hacer una parada urgentísima e imprevista en un, también imprevisto, servicio. De todo se aprende.

lunes, 9 de marzo de 2009

Valencia, mi amor...

Dulós:
El viernes 27 de febrero me encontraba fatal. Me dolía mucho la cabeza, los músculos, los huesos, los pechos, las encías… Pero mi “mal cuerpo” no fue motivo para anular mi esperado y deseado fin de semana en la ciudad de Valencia. Soy muy consciente de que estoy en un complicado momento físico, pero mi fortaleza me empuja a disfrutar de todo lo que se me ponga a tiro. Lo he dicho muchas veces: mientras pueda, y aunque sea “a rastras”, no quiero desperdiciar ni un solo segundo de vida.

El sábado me levanté con un increíble dolor de estómago. Eduardo y yo saltamos de la cama a las siete en punto de la mañana. Nos vestimos, hicimos la maleta, fuimos a dejar a los dos perros a la residencia canina y pasamos por la farmacia de guardia. Después de comprarme medicamentos para el dolor y para el estómago, fuimos a recoger a los padres de Edu. Los cuatro iniciamos el viaje en coche muy ilusionados…

Comimos por el camino y llegamos a Valencia alrededor de las cuatro de la tarde. Descansamos un rato en la habitación del hotel, para después patearnos la zona antigua de la ciudad. Hacía varios años que no visitaba Valencia. Y me ha parecido una ciudad bellísima y mucho más limpia y cuidada de lo que yo recordaba.

Poco antes de la hora de la cena, Eduardo empezó a encontrarse mal. No cenó -sólo bebió agua con limón- y nos encerramos en la habitación del hotel poco después de las nueve de la noche. ¡Vaya nochecita pasó! Yo también me sentí indispuesta todo el sábado, pero los medicamentos que compré me permitieron aguantar relativamente bien.

El domingo amaneció medio lluvioso, pero no anulamos la prevista visita al Oceanográfico, el gran parque marino de la Ciudad de las Artes y de las Ciencias de Valencia. Es el mayor y más espectacular acuario de Europa, y en sus 110.000 m2 puedes hacer un viaje fascinante a través de todos los ecosistemas marítimos del planeta. Está formado por 9 torres submarinas, comunicadas por túneles y pasarelas. Allí puedes ver más de 10.000 ejemplares de 500 especies diferentes, moviéndose en 42 millones de litros de agua salada, lo que equivale a unas 15 piscinas olímpicas. ¡Es espectacular!























Mis problemas de estómago mejoraron bastante el domingo. Lo que más me fallaban eran las piernas. Y tanto andar me cansaba mucho, aunque a menudo recuperaba fuerzas descansando en los bancos del complejo. Paseando por el oceanográfico, me reafirmé en la idea de lo pequeños que somos los humanos en el grandioso mundo en el que vivimos. Pero aunque pequeños, cada uno de nosotros somos únicos y especiales.

El domingo al mediodía, disfrutamos de una auténtica paella valenciana, disfrutamos todos… menos Eduardo, que casi ni la probó porque seguía mal.

Por la tarde, nos sorprendió el pistoletazo de salida de las Fallas de Valencia, una de las fiestas más arraigadas en esta comunidad, y una de las más famosas y espectaculares de España. Era el día de la cabalgata infantil, en la que los niños valencianos dieron muestra de todo su arte en unas comparsas que repasaban la historia de Valencia. La fiesta acabó con una impresionante mascletá. El ruido de los petardos te entraba en las venas y te paralizaba la respiración. ¡Fue una experiencia impresionante!

Después de una cena ligera, nos acostamos pronto y recuperar fuerzas para el viaje de vuelta a Madrid. Volvimos a comer por el camino, y a media tarde ya estábamos en casa. Fue un fin de semana tranquilo y muy agradable. Pensar en lo que vi, viví y disfruté me da fuerzas para seguir adelante.

sábado, 7 de marzo de 2009

Sexo y mujer... ¿con o sin pechos?

Dulós:
Cuatro mujeres compartiendo una comida. Cuatro mujeres hablando… de sexo. ¡Fue divertido, y a la vez útil! Yolanda, Nani, Lola y yo somos las protagonistas de esta sesión de “reflexión sobre nuestra sexualidad”. Quien iba a imaginarse que los gustos y deseos sexuales fueran tan distintos de una mujer a otra… en referencia a sus pechos.

“A mí, si me acarician un pecho es como si me tocaran un pie”, asegura una de las contertulianas, consciente y segura de que “el pie” no le excita nada. “Para llegar al orgasmo necesito muchos arrumacos por todo el cuerpo, pero sobretodo, que me besen. Sin besos, no hay orgasmo. Y que me toquen o no los pechos, me da absolutamente igual”, exclama en ese momento de intimidad femenina.

A otra de las amigas le gusta que le toquen los pechos. Le excita que le palpen uno y otro seno, pero no le provoca ningún placer adicional que le acaricien los pezones. En cambio, otra de las comensales es contundente a este respecto: “Que me toquen el pecho me da “morbo”, pero lo que realmente me provoca placer es que me estimulen suavemente los pezones”. “Que curioso” -añade otra de las cuatro mujeres-, “pues a mí me tienen que acariciar los pezones con mucha fuerza.”

Las cuatro asistentes a esta mesa redonda de “franqueza sexual” nunca nos habíamos sincerado tanto las unas con las otras. Porque para las cuatro, las horas de pasión en el lecho siguen siendo demasiado íntimas como para hablar abiertamente de ellas. Está claro que quien inició la conversación ese día fui yo. Porque yo se lo que representan para mi mis pechos, lo que han sido en mi vida, lo que me han aportado… y ahora, al sentirme mutilada, me pregunto constantemente si podré vivir sin ellos. Y me interesaba saber qué relación tienen mis amigas con sus senos.

Hablamos y hablamos, y nos contamos muchas confidencias. Y al final, todas llegamos a una misma conclusión: “el sexo está en la cabeza”. Y las cuatro mujeres nos reafirmamos en la idea de potenciar nuestra imaginación y fantasía. Sabemos que así tenemos aseguradas largas noches de locura y pasión… con o sin pechos.

Después de la “comida de reflexión”, Yolanda quiso hacer unas fotografías. Yo estaba recién operada, y le insistí en que intentara captarme en una posición en que se resaltaran mis poco abultados pechos. Al ver las imágenes, nos reímos y bromeamos sobre lo “plana” que se me veía.

Ese día, las cuatro amigas estábamos muy habladoras. A parte de comentar sobre el sexo, también profundizamos sobre la amistad. Al decirles que no entendía muy bien porque algunas personas, pocas, a las que yo consideraba amigas -aunque no hablaba con ellas desde hacía tiempo- no me habían llamado ni una sola vez para preocuparse por mi estado de salud, por mi cáncer, las tres coincidieron en afirmar que “es gente que tiene otro concepto de la vida, de la amistad”. “Cuando os veíais y hablabais a menudo, para ellos erais amigos del alma. Y en ese momento no mentían, lo sentían de verdad. Pero para ellos se pasó ese momento”, afirma una de las amigas. A lo que otra sentencia: “es como cuando te invitan a una boda en la que no pintas nada. Yo sólo invitaría a gente realmente especial…”

Las cuatro amigas estamos convencidas de que “este es el motivo que hace que nosotras, a veces, creamos que nos falla la gente”.

Creo que tengo muy buenos amigos. Y me siento orgullosa de ello. Pienso que la amistad hay que cuidarla, como todo en la vida. Y un buen amigo, aunque no tengas relación con él en meses o años, siempre pensará en ti con afecto y cariño, ¡siempre! Y cuando al fin compartas unas palabras con él, será como si el tiempo no hubiera pasado, como si fuera al día siguiente de la última conversación. En la amistad existe una complicidad y un amor tan especial que siempre permanece.

Sexo y mujer... ¿con o sin pechos?