domingo, 30 de noviembre de 2008

Sólo quedan cinco

Dulós:
Una bolsa negra llena de un líquido rojo que recuerda la sangre. Así se presentan los fármacos de la quimioterapia a los pacientes. Asustada, te sientan en un sillón, y durante dos largas horas te inyectan esa sustancia dentro de las venas. Una sustancia que para salvarte, antes te romperá y martilleará.

Y así ha sido. Hoy por fin he sido capaz de levantarme del sofá y escribir cuatro líneas. El martes por la tarde me inyectaron los medicamentos de la quimioterapia. Durante las dos horas de sesión, no noté nada. Al llegar a casa, tampoco. Cené bien, y me tumbé en el sofá a dormir. Todo normal. Estaba asustada y nerviosa, esperando alguna reacción de mi cuerpo. Pero el sueño no llegaba y los cambios tampoco… La noche fue extremadamente larga. Encendí y apagué la televisión muchas veces, fui a la cocina otras tantas… hasta que el cansancio me venció. ¡Y de repente, sobresaltada, me desperté! Parecía que me hubieran dado una paliza porque me dolía todo el cuerpo. Aún así, conseguí levantarme porque si no bebía agua urgentemente me iba a morir. ¡Mi boca me sabía a hierro! Llené un vaso enorme de agua y tragué con la misma desesperación con la que al instante la escupí. Acababa de descubrir que ese horrible sabor provenía de mis entrañas y que el agua no lo apaciguaba, sino que lo agravaba. Se acabó el beber agua en los siguientes días. Tuve que sustituirlo por bebidas con sabor. Y una desagradable sensación de náuseas me ha acompañado estos cuatro días. Aún así, he comido poco, pero bien. No tenía mucho apetito, pero no me ha sentado mal la comida. Sólo he vomitado dos veces, el primer día y el cuarto, y sólo mucosidades.

La Dra. García Estévez me había explicado perfectamente cuáles son los efectos secundarios de la quimioterapia que se repiten cada tres semanas. Y no se había equivocado. Los primeros días, nauseas, vómitos y cansancio. A los 15 días, alopecia e irritación de la mucosa bucal, y a los 18 días conjuntivitis. Aunque he hablado mucho de mi pelo, y ya me lo he cortado bastante, ahora ya estoy de lleno en la real y amarga espera de la caída. Se supone que cae a los 15 días, pero se que algunas mujeres se han quedado calvas a la semana. Cada vez que me paso los dedos entre mis cabellos, temblorosa, me miro la mano para descubrir si ya ha llegado ese momento que he imaginado tantas veces entre sollozos. Pero no, todavía no. Sigo esperando.

Otros efectos de la quimioterapia son diarrea o estreñimiento y sequedad de la piel. Y si, mucho estreñimiento y la piel como la de los elefantes. ¡No ganaremos para crema hidratante! La quimioterapia también disminuye el número de células blancas o defensas, y es a partir del décimo día de haber sido administrada cuando su número es más bajo pudiendo aparecer infecciones. La oncóloga se puso seria en este punto y me dijo que si tenía fiebre por encima de 38º acudiera a urgencias. Estos días está haciendo mucho frío. Intentaré salir poco de casa, o si lo hago, abrigarme como un esquimal.

Hoy estoy muy contenta porque me encuentro bien. El cambio lo he notado nada más abrir los ojos. Me he sentido limpia, con el “veneno” fuera de mi cuerpo. En la primera sesión me he encontrado mal sólo 4 días, pero sé que en la segunda será peor, porque ya no estaré tan fuerte físicamente. Me quedan cinco sesiones de quimioterapia… ¡ya sólo necesito una mano para contarlas!

lunes, 17 de noviembre de 2008

Tertulia en el quirófano

Dulós:
No os podéis imaginar la alegría que sentí el viernes al ver de nuevo la zona de quirófanos del Hospital de Madrid Sanchinarro donde el 23 de septiembre perdí mis pechos. Era como volver a lo que yo pensaba que era el patíbulo… pero donde no encontré la muerte, sino el inicio de mi salvación. Me reencontré con los celadores y las enfermeras y enfermeros. Les saludé con mucho cariño, porque me vino a la mente la ternura con la que me atendieron en aquellos difíciles momentos, aunque para ellos hoy no era más que la paciente número dos de esta mañana.

Dos doctores se acercaron a mí y me pidieron permiso para mirar mi escote. “¿Qué pasa?” les pregunté. Y me respondieron: “Tenemos un conflicto de espacio”. Me iban a colocar un Port-a-cath, que es un catéter que se introduce bajo la piel en el tórax que lleva un tubo que va a una vena cercana al corazón, la subclavia, y sirve para evitar pinchazos en los brazos durante la administración de la quimioterapia. El catéter del Port-a-cath va unido a un reservorio o receptáculo de titanio con silicona y que es lo que se pincha con unas agujas especiales. Los cirujanos, al ver mi escote, se dieron cuenta que ya llevo dos reservorios de titanio para rellenar los implantes de mis pechos. Y era complicado colocar este tercero en su espacio habitual. Así que decidieron colocarlo unos centímetros más arriba, casi tocando al cuello.

Todo listo. Los celadores me entran en el quirófano. Estoy tumbada en la camilla. La intervención es con anestesia local, y yo, ilusa de mi, pienso que no va a ser dolorosa. El doctor Díaz Conradi va a “pincharme” la anestesia local. Grito de dolor. Me ha clavado la aguja en el hueso. Y hace mucho daño. No me lo esperaba. “Esto es para que luego te duela menos”. Me convence. “No te preocupes, que te iré explicando todo lo que te haga”. A los pocos segundos, siento como si un cable me atravesara el pecho. “Por favor, doctor, pare, pare, por favor”. Evidentemente, no me hace caso. Y el cable sigue penetrándome… “¿Por qué noto tanto dolor?” “Porque los nervios no se duermen”. Me siento estafada con la anestesia local. Es un sufrimiento tan extraño, diferente y profundo que decido que, o la intervención se convierte en una tertulia o no lo voy a resistir.

En el quirófano, el cirujano me obliga a tener la cabeza girada hacia mi lado izquierdo. Allí está trabajando un enfermero con el aparato de rayos x que le va proporcionando al doctor imágenes casi instantáneas de mi tórax. Lleva un traje protector un tanto estrafalario. No puedo dejar de mirarle. “¿Y este traje?”, le pregunto. “Es para protegerme de los rayos x, porque este trabajo lo hago todos los días… bueno, en realidad lo llevo porque me sienta bien”. Consigue que sonría y que me relaje un poco. De repente, dejo de escuchar la máquina de los latidos del corazón y oigo un pitido uniforme. “¡Me he muerto!”, exclamo. Pero no es que mi corazón haya dejado de palpitar, no, es que los pitidos de esa máquina correspondían a frecuencias del bisturí. Durante los siguientes minutos no paro de hablar. Les digo que lo hagan todo extremadamente bien, porque estoy escribiendo un blog, y lo explicaré todo en Internet. Ríen y prometen una intervención perfecta.

Las manos del cirujano siguen trabajando y el dolor no se detiene. Ahora el doctor ya ha colocado el reservorio en mi cuerpo y oigo un ruido parecido al de una sierra y empiezo a oler a quemado. Un enfermero me dice que “así estamos por dentro de quemados” y consigue hacerme reír. “Yo creo que lo que queréis es hacerme a la parrilla”. Y así, tontería tras otra, me siento menos angustiada.
A la media hora, el cirujano, por fin cierra la herida, me ponen unos vendajes, y me llevan a la habitación del Hospital de día, donde una vez supervisada por el médico, me dan el alta. 3 días con calmantes y 20 sin hacer fuerza con el brazo derecho. Cuando me pregunten por la colocación del Port-a-cath, seguro que sólo recordaré la agradable tertulia que organicé en el quirófano.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Apurando cada segundo


Dulós:
Mi sobrino Biel abrió los ojos a la vida hace un mes, el 14 de octubre. Recién nacido, su madre, -mi hermana pequeña, Cesca- nos envió su fotografía a través de un SMS. Al ver a esa criatura tan hermosa y tan frágil me emocioné tanto que empezaron a caerme las lágrimas. “¡Qué bonito es! ¡Qué precioso es!” repetía entre sollozos. Se me agolparon tantos sentimientos y emociones que mi corazón estalló. Eduardo, que sabía muy bien porqué lloraba, quería consolarme y me distrajo de la mejor manera que supo: ilusionándome con un próximo viaje para conocer al pequeño Biel. Afortunadamente en un par de semanas teníamos un hueco de tres días. Contenta, acabé enjuagándome las lágrimas y sonriendo.

Eduardo y yo deseamos tener un hijo, pero hasta ahora no ha habido suerte. Pero al someterme al tratamiento de quimioterapia, no tendré la menstruación durante unos tres años. En caso de decidir adoptar, no se pueden empezar los trámites hasta que haya pasado un año después del alta de una enfermedad grave. El cáncer es una de ellas. Siempre he tenido muy vivo el instinto maternal, y parece que ahora el cáncer me lo ha puesto muy, pero que muy difícil. Cada vez soy más consciente que cuando con el cáncer perdí dos pechos perdía muchas más cosas…

Hace tres fines de semana, el sábado, nos subimos al coche y mi pareja y yo viajamos a la población catalana de Premià de Mar, donde vive Cesca con su marido Miquel y su hijo Oriol de dos años, a conocer al nuevo miembro de la familia: Biel. El peque es un niño muy guapo y bueno y sólo llora cuando tiene hambre. Para mí, este nacimiento es muy especial. El pequeño, con toda una vida por delante y su tía Dulós, luchando por dejar la vida del cáncer atrás… Él lo tiene todo; yo, sólo tengo el ahora. Ya desde pequeño le voy a inculcar que debe disfrutar de todos los momentos, que hay que vivir apurando cada segundo. Muchas veces nos perdemos en guerras personales inútiles que nos alejan de la felicidad del instante.

Y ese fin de semana practiqué ese lema. El domingo por la mañana, los primos de Eduardo, Marta y Julio, que casualmente también viven en Premià de Mar, nos invitaron a navegar. Me sentí libre, vital… me crecí en la proa de la embarcación como la protagonista de Titánic… El mar estaba en calma, hacía sol y la temperatura era agradable. Fue una mañana estupenda. No tenía ninguna otra preocupación que la de disfrutar del día y de la compañía de la familia. Luego nos invitaron a comer una excelente paella y nos despedimos hasta la próxima visita, que espero que sea en Navidades.

Y el domingo por la tarde, mi familia materna –toda vive en Cataluña- me preparó una gran sorpresa. Fui a visitar a mi tía Pilar, la enfermera, en Granollers, imaginando que se acercarían a su casa unos pocos parientes, los que pudieran, a saludarme… Pero, ¡no daba crédito a lo que pasó! ¡Se presentaron mi madre y sus siete hermanas con sus respectivos maridos, y también mis miles de primos y sobrinos…! Nadie quiso perderse mi fugaz visita a Barcelona, y cambiaron sus planes para ir a mimarme, abrazarme, agasajarme… La familia de mi madre es muy extensa y todo el mundo esta muy pendiente de mi y de mi enfermedad. ¡Hay momentos en que mi teléfono móvil saca humo! Es una pena que hoy en día las familias sean de tan solo dos o tres hijos, porque yo me siento muy arropada y querida con mi larga y extensa dinastía.

Eduardo:
Pues si, el día que recibimos la foto de Biel tomamos conciencia de que ya no podríamos tener un/a peque. Fue un momento tenso en el que Dulós miraba la foto con ojos llorosos y me miraba a mi, y si, fue lo que nos faltó para reventar. ¿Porqué lloras? Me preguntaba, y lo sabía muy bien. Instantes después me repuse y en un hábil movimiento se me ocurrió proponer el ir a Barcelona a ver a Biel cuanto antes, así que nos pusimos a planearlo. Dicho y hecho, la sola idea de salir a ver a la familia hizo que cambiara la cara.
Y el viaje fue de los mejores que hemos hecho, aunque sólo durase 4 días. Su familia había montado una fiesta para ella, son gente increíble muy muy buena gente, y en todo momento han estado con ella. Están consiguiendo que todo esto pase mejor y más rápido para Dulós. Con sus hermanas, su cuñado, Biel y su hermanito lo pasamos de miedo, vaya par de sobrinillos! Te alegran el día con solo mirarles. Y con mi familia pudimos disfrutar del mar en un paseo en barco, por cierto que me maree, pero no un mareo de nada, omitiré los detalles. Dulós dice que el mar estaba en calma y yo estoy en total desacuerdo, que conste en acta. Han sido unos días maravillosos.

A su familia, a la mía, a amigos y conocidos desde aquí quiero mostrar mi eterna admiración y gratitud por estar ahí haciendo que todo sea más fácil, mucho más fácil.

martes, 11 de noviembre de 2008

Primer corte de pelo

Dulós:
Hace 32 años que no me corto mucho el pelo. Desde los 13 años. Y entonces lloré durante días. Siempre he querido llevar el pelo largo. Desde pequeña. Me gustaba lucir melena. Durante el verano de 1976 me apunté a unos campamentos en los Pirineos con el centro excursionista de Granollers. Mi madre debió pensar que sería más cómodo y más práctico para mí llevar el pelo corto en la montaña. Así que, cuando fui a la peluquería de mi pueblo yo sola a cortarme las puntas, mi madre había ido antes a hablar con la peluquera. “Cuando mi hija venga y te diga que le cortes tan sólo las puntas, déjaselo como a un chico. Estará mucho más mona y adecuada para ir de acampada.” ¡Qué disgusto me llevé ese día! Todavía hoy lo recuerdo. Si bien es cierto que no tuve ningún problema con mis cabellos durante mis días en el monte, me sentí fea, desnuda... Me faltaba algo de mi personalidad. Y esa sensación se tornó en trauma. Hasta hoy. Necesito mi melena.

Siempre luzco una cabellera muy larga. Me gusta. Me siento bien. Cuando voy a la peluquería a cortarme las puntas, amenazo a la oficial con que si me corta más de un centímetro, no le pagaré. O bien le digo que le diré a su jefa que se ha sobrepasado. Y es que normalmente a los peluqueros, y con mucha razón, les gusta cortar más de lo que les pedimos las clientes. Muchas de nosotras solemos tener las puntas muy abiertas por culpa precisamente de cortar poco y lo que desean ellos es sanear el pelo y dejarlo en buenas condiciones. Pero yo odio que me corten más de lo que quiero.

Y hoy, precisamente he tenido que cortarme más de lo que quería. Me han dejado mi melena 5 centímetros más corta. Y dentro de poco, me dejaran el pelo como a un chico. Son los pasos previos a la alopecia total. Estos cortes son para que me acostumbre a verme con el cabello corto, y no me vea de repente sin pelo. Sin embargo, para mí, cuando eso ocurra, será tan duro con cortes previos como sin ellos. Pero toda historia siempre tiene su final feliz: Cuando esta tarde me he visto en el espejo, me he encontrado más atractiva de lo que imaginaba. ¡32 años después, hoy he superado el trauma de mi melena!

Quimioterapia, Sí


Dulós:
“Tendrás que someterte a quimioterapia. Tu caso es muy complicado. En su estudio he empleado mucho tiempo.” Así me comunica la doctora Laura García Estévez la fatal noticia. Al hablar, la médico me mira directamente a los ojos, y utiliza una voz dulce pero firme y contundente. Yo, hacía días que estaba nerviosa. Cuanto más se acercaba la cita con la oncóloga, más me dolía el estómago y más inquieta me encontraba. Tenía el presentimiento de que me diría que sí debía recibir quimioterapia. Y yo misma me tranquilizaba pensando que lo primero era conservar la vida, que las sesiones pasarían rápido, que mi fortaleza me impediría caer en un pozo profundo… Pero no cabe duda de que una ínfima esperanza me mantenía animada, pensaba que quizá tendría suerte y no tendría que pasar por este tratamiento tan duro… Al recibir la noticia me quedo inmóvil, con la mente en blanco. No siento nada. No digo nada. No estoy asustada.

Mis sentimientos ante la quimioterapia son contradictorios. ¿Quizá es que en el fondo deseo recibir quimioterapia? Si me hubieran dicho que no, ¿siempre me habría quedado la duda de que alguna célula maligna campara a sus anchas por alguna parte de mi cuerpo? ¿Hubiera tenido desesperantes pesadillas en las que me anunciaban que el cáncer reaparecía en mis pulmones o en mis huesos? Me aterra recibir el tratamiento, pero también me aterra irme a casa sin él.

“¿La prueba del fish her2 ha salido positiva?”, le pregunto a la doctora Estévez? Incomprensiblemente me contesta que no, que ha salido negativa. Me quedo estupefacta. No entiendo nada. Tantos días esperando el resultado negativo de ese análisis clínico que determina la virulencia del cáncer y ahora no sirve para salvarme del infierno de mi deterioro físico. La médico, como siempre con su discurso sencillo y claro, me argumenta que he padecido un tipo de cáncer en el que que sus células se multiplican a una velocidad de vértigo. Demasiado rápido. Y me da una serie de datos más de mi enfermedad que, todos juntos, no dejan lugar a dudas para el tratamiento de quimioterapia.

Ahora me siento realmente enferma. Enferma de verdad. Cuando me dijeron que tenía cáncer sabía que estaba localizado en mis senos, porque después de practicarme multitud de pruebas, no tenía metástasis. Una vez extirpados, estaba libre de ese maldito mal que podía acabar con mi vida. El demonio había abandonado mi cuerpo. Pero ahora, al anunciarme el tratamiento de quimioterapia, me siento desprotegida, indefensa, desarmada, como si miles de alimañas preparadas para atacar pasearan libremente por mi cuerpo acechando mis órganos.

El 25 de noviembre, a las 5 de la tarde, recibiré la primera sesión. En total, serán 6, una cada tres semanas. En el hospital me han dado un libro en el que me explican todo lo que debo saber sobre la quimioterapia. He podido leer algunos de sus devastadores efectos: náuseas, vómitos, cansancio, alopecia, mucositis y conjuntivitis. Estoy asustada. Lo que peor llevo es la caída del cabello. Me horroriza pensar en el día en que me vea ante el espejo totalmente calva. Todo el mundo me dice que es poco tiempo, que luego me crecerá el pelo más fuerte y más sano, que hay pelucas maravillosas… Pero no soy capaz ni de pensar en ese momento. Cuando me lo imagino, me entra ese dolor típico de estómago previo al lloro. No tengo pechos, y ahora, no tendré cabello. Serán momentos duros, lo sé, pero es lo que me toca vivir. Y menos mal que puedo decir “vivo”.

Eduardo:
El día de hoy ha sido complicado, toda la mañana preguntandonos que diría la oncóloga y, por supuesto, agarrandonos como locos a la última visita en la que nos dijeron que quizás podríamos librarnos de la quimio… Pero por desgracia va a ser que no, el cáncer de Dulós era “virulento”, así que la doctora nos explica los resultados de las últimas pruebas, tiene la decisión tomada de antemano, pero aun así prefiere explicarnos muy llanamente cuales han sido y Dulós, con esa entereza que lleva demostrando desde el primer día, decide sin ninguna duda someterse al tratamiento. ¡Qué puedo decir!!!. Un momento de susto, un par de miradas entre nosotros y ya está, a mentalizarse y a prepararse para lo que haga falta.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Por fin en casa...

Dulós:
“Nena, parece que estés trabajando, todo el día con el teléfono en la oreja y la agenda abierta”. Mi madre sonreía: se sentía orgullosa de que los amigos no se hubieran olvidado de su hija. Todos los días venían a verme y me hacían pasar un buen rato.

Sólo yo era plenamente consciente de que al cruzar el umbral de mi casa empezaría a vivir lo que era mi nueva vida. Atrás quedarían los cuidados de las amables enfermeras del hospital, la cama mecanizada, los medicamentos con el gota a gota… Ahora me enfrentaba a unos utensilios y mobiliario normales, y no sería nada fácil adaptarme a ellos.

La primera noche en casa intenté pasarla en la cama de matrimonio junto a Eduardo, pero de madrugada, desistí y me fui al salón. Las cicatrices del pecho me dolían mucho y sólo podía dormir mirando al techo. En la cama, inconscientemente, intentaba darme la vuelta, y cada dos por tres y me despertaba con un inmenso dolor. Intenté poner cojines a ambos lados de mi cuerpo, pero igualmente me daba la vuelta. Durmiendo en el sofá, al ser estrecho, no me muevo, y duermo de un tirón toda la noche. Hace ya más de un mes que he vuelto del hospital y sigo durmiendo en el sofá del salón. No sé cuánto tiempo seguiré durmiendo sin Eduardo a mi lado. La verdad es que es triste y duro.

El cirujano plástico, el Dr. Martínez Murillo, no me dejó duchar hasta pasadas tres semanas de la operación. Me ha indicado unas esponjas que llevan jabón incorporado y que no necesitas enjuagarte. Las mojas con un poco de agua, te lavas, y ¡lista! Sin estas esponjas alguien tendría que haberme ayudado a lavarme. ¡Menos mal que me encanta que me peinen, porque sola tampoco podía hacerlo!

Otro de los inconvenientes que tuve al llegar a casa fue para comer. En las axilas tenemos muchas terminaciones nerviosas, con lo cual sufrí mucho dolor en los brazos y casi no podía moverlos. A parte de que necesitaba que me cortaran la comida en trozos pequeños, el plato debía estar a pocos centímetros de mi boca, porque no podía hacer el movimiento de subir y bajar las manos. Mi madre lo solucionó estupendamente con la bandeja del microondas.

Cuando por fin puedes salir a la calle, nada de llevar peso. En el bolso, sólo las llaves de casa. El primer día, quieres verte guapa y maravillosa, después de tanto tiempo sin arreglar. Abrí el armario… esto no, esto tampoco, esto es muy ajustado, esto marca pecho, esto es muy liso… No encontré nada que disimulara que estaba plana de pecho completamente. La verdad es que me hubiera podido poner cualquier cosa con un pañuelo que disimulara un poco, pero mi suegra me dijo que mejor que compráramos algo especial que ocultara mi pecho liso. Y así nos encontramos paseando por unos grandes almacenes mi suegra, mi suegro, Eduardo y yo, buscando algo que era casi imposible de encontrar. ¿A quién se le ocurre pensar que vendan ropa para mujeres sin senos? De mostrador en mostrador, y con los hombres ya casi desquiciados pero sin atreverse a quejarse por respeto a mí, de repente vi una maravillosa blusa roja con unos volantes en su parte delantera. Me acerqué a la dependienta, se la pedí, me la probé, y me estaba bastante bien. La verdad es que los volantes distraían la atención del poco pecho que tapaban. Le comente en un susurro a la dependienta que tenía cáncer y que me acababan de quitar los pechos y estuvo muy comprensiva y cariñosa conmigo. Da gusto encontrar gente como ella.