domingo, 4 de octubre de 2009

¡Os quiero tanto!

Estoy bien... No hace falta que os diga que lo he pasado mal, sin tan siquiera ganas de encender el ordenador. Ya se que me merezco una gran regañina, y que a los amigos no se los abandona así. No tengo palabras de disculpa... y más aún viendo lo mucho que me cuidáis y queréis todos vosotros. La Dulós fuerte y valiente ha tenido un pequeño resbalón, pero ya vuelve a estar en forma. !No sabéis lo mucho que os quiero!

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡Más vale reir que llorar!


Dulós:
Siempre he destacado por tener una pésima memoria -qué lástima, me digo, porque para ser inteligente se precisa de ella-. Para suplir su falta, -porque lista creo que sí lo soy-, me valgo de infinidad de trucos y astucias.


Desde el inicio de mi enfermedad me propuse no perder ni un solo detalle de todo lo que viviera o pasara a mi alrededor. Para ello, compré una gran caja de cartón de esas que venden en los chinos, estampadas con flores de colores, y en ella fui almacenando regalos, escritos y recuerdos.


Esta mañana me sentía eufórica y contenta, y he abierto la caja con mucha ilusión. Con la ilusión de recordar momentos duros, pero también con aquellos que me hicieron reír cuando más hundida estaba. Lo primero que he cogido ha sido una pequeña libreta de tapas azules con incrustaciones de piedras que he llevado en el bolso durante meses. En ella anotaba mis actividades y sensaciones diarias. Era una especie de diario personal que luego me servía de base para escribir mi blog sobre el cáncer.


En una de sus primeras páginas he leído sobre una llamada de teléfono que, ahora y con el tiempo, se ha vuelto muy especial. Dos días después de haber perdido los pechos y acostada en la cama del hospital, me llamó un amigo muy querido, que es psiquiatra. Solo hablar con él siempre me levanta el ánimo. Esta vez también lo consiguió. Me hizo reír a carcajadas. Recuerdo, que, para consolarme, me soltó:

-“Tú lo que necesitas es un buen revolcón”
- “Sí… Pero tengo un problemilla: un revolcón sin pechos sería un poco chocante, ¿no?”
- “Cosas más raras se han visto”-me dijo.


La conversación fue cada vez más divertida y cómica, y los dos acabamos llorando de risa, aunque yo tenía que contenerme porque me dolía hasta el último cabello de mi cuerpo. Cuando conseguimos calmarnos un poco, le confesé que era yo la que animaba a familiares y amigos que venían a verme al Hospital. Para ello, intentaba estar todo el día de guasa. No quería que se sintieran mal por verme abatida. Por ejemplo, cuando me llamaban por teléfono y me preguntaban: “¿cómo estás?”, yo, sonriendo, respondía: “¡sin tetas!”


A mi amigo psiquiatra también le plantee que ya en aquellos momentos me preocupaba si tener esa actitud tan positiva estaba bien o mal, porque sentía un terrible miedo a despeñarme más adelante. No entendía muy bien cómo podía una sentirse tan bien con una enfermedad tan grave y habiendo perdido los dos pechos. Me sentía un bicho raro o como si estuviera viviendo un sueño. Mi amigo el psiquiatra me repetía que uno no se deprime si no quiere, si saca fuerzas de donde sea para evitarlo. Que era una lucha diaria el vivir positivamente…Y hasta hoy: si la gran depresión no ha llegado, ya nunca llegará.

lunes, 3 de agosto de 2009

Más ligera que el viento


Dulós:


Cuando estoy muy nerviosa, siempre me entran ganas de ir al baño. Es lo que me pasó cuando la enfermera estaba buscando el sobre con los resultados del Pet-Tac. Me pareció que tardaba demasiado tiempo, y como la espera ante el mostrador de radiología del Hospital de Sanchinarro se me hacía eterna, le dije a Eduardo que iba un momento al servicio. Al volver, mi pareja me miraba con ojos tiernos y humedecidos, y su sonrisa era dulce. Tenía el papel en la mano. Le pregunté: “¿ha salido bien, verdad?” Me dio un beso, nos fundimos en un intenso abrazo, y me dijo que sí, que había salido bien.

Hacía prácticamente un año que había escuchado la palabra cáncer. Hacía un año que cargaba con el enorme peso de la enfermedad. Muchos meses de lucha, sufrimiento, lágrimas… Y hoy, el resultado de una prueba me había convertido en vencedora de la batalla. Hoy, al certificar que en mi cuerpo no había “evidencia de enfermedad maligna activa en el momento actual” había subido al podio más alto de la vida para empezar a caminar de nuevo. En esos momentos, noté que andaba más ligera, como si pesara diez quilos menos. Como si me hubiera desprendido de una enorme piedra que llevaba encima de mi espalda. Y respiraba más hondo, se me llenaban completamente los pulmones de aire a cada bocanada. Me sentía como una pluma.

Pero los nervios no perdonan. Un año anidando en mis entrañas. Días antes de recoger el resultado, volví a padecer vómitos y me salieron de nuevo los molestos granos por algunas zonas de mi cuerpo. Y, ya contenta con el resultado en la mano, los nervios decidieron estallar y salir de mi cuerpo. Rompí a llorar desconsoladamente. Pero lloré de emoción, de alegría, de felicidad… ¡Qué bonitas y dulces saben estas lágrimas!

Tras recoger la prueba, tenía visita con la oncóloga Laura García Estévez. Esta vez el examen fue corto. Me felicitó, por supuesto, y me dijo que no me quería ver hasta octubre. “Ni yo a ella”, pensé con alegría. Dos meses por delante sin analíticas, ni ecografías, ni quimioterapia, ni… Aunque si tendré que pisar un hospital en un mes, porque el 11 de septiembre tengo que acudir al quirófano para la reconstrucción de mis pechos. Mantuvimos una breve conversación en la que le comenté lo contenta y orgullosa que me sentía de tener tantas amistades que me quisieran tanto y que me hubieran ayudado a superar la enfermedad. En este punto, la doctora tuvo una expresión de “duda”. Le dije:”…algunas personas nos demuestran más amor del que sienten, precisamente porque estamos enfermas, ¿verdad?”. “Sí”, asintió. Me hizo reflexionar.

La cita en el hospital había sido a las siete de la tarde. Al llegar a casa, preparamos una cena especial al estilo catalán-manchego, que nos encanta a toda mi familia, y a Eduardo también: pan con tomate, embutidos, quesos, y tortilla de patatas.

Una de las primeras llamadas de teléfono que recibí fue la de mi suegra Ana Mª. No he conocido persona que se repita tanto en sus palabras: “¿qué necesitas? Pídemelo…” Pero esta vez le dije que gracias, que no necesitaba nada, que tenía salud, a su hijo y a mis padres. ¿Qué más podría desear?

Esa noche dormí como un angelito, sino fuera por los molestos sofocos, que no hay manera de quitármelos de encima, por más remedios naturales que tome. Al día siguiente, no podía dejar de saltar y bailar por la calle y por dondequiera que fuera. Mi madre no hacía más que reír. Parecíamos dos niñas chicas.

Mis padres habían llegado a casa tres días antes de comunicarme el resultado de la prueba. Decidieron venir porque cada vez que me llamaban por teléfono, yo no hacía más que llorar. Tenía la sensibilidad a flor de piel, y la decisión de viajar fue acertada, porque con ellos me distraje mucho y me ayudaron a pasar con rapidez las horas.
En aquellos momentos pensar en la posibilidad de volver a empezar de nuevo el combate contra el cáncer me erizaba los cabellos y me hundía en la oscuridad. Pero, ¡qué caray! una ya es experta y sabe a ciencia cierta que la guerra estará ganada una vez más.

martes, 28 de julio de 2009

¡La vida me da una nueva oportunidad y no la pienso desperdiciar!

Resultado de la Tomografía por emisión de positrones (Pet-Tac):

jueves, 23 de julio de 2009

La reina de los efectos secundarios


Dulós:
Mis padres siempre me han contado que desde muy pequeña ya era una niña con una personalidad muy fuerte. Según ellos, era muy impetuosa y tenaz, y también, tozuda y muy segura de mí misma. Cuando quería algo, era muy difícil hacerme cambiar de idea. Mi padre, que tiene un humor un tanto singular, ya desde mi tierna infancia me gastaba bromas en relación a mis “orígenes”. Decía que no me parecía a nadie de nuestra familia. Sabía que esas palabras me sacaban de quicio. Me dirigía sus chanzas con todo el cariño y amor del mundo. Todavía hoy me gasta las mismas bromas, y nos reímos los dos juntos, aunque ya no soy una niña que se lo cree todo. Pero de pequeña, en algunas ocasiones si llegué a creer lo que me contaba.

También era muy espontánea y natural y si quería vestir de un modo informal o alzaba la voz sin darme cuenta, mi padre me aseguraba que yo no era Domènech-Ruera. Y me explicaba con todo detalle que un buen día, mientras él y mi madre paseaban por el campo, me habían encontrado debajo de un puente medio vestida. Me comentaba que pensaron que provenía de una familia muy, muy pobre, y como les di lástima, me llevaron a su casa. Cuando mi padre me contaba esta historia, yo me enfadaba mucho, porque siempre me he sentido muy orgullosa de pertenecer a mi familia. Además, yo era la más patosa de la familia, la que siempre se caía, se rompía huesos, y además se arañaba y se hacía cortes… Cuando mi madre decía: “niñas, cuidado con… tal cosa”, yo le respondía: “mamá, di cuidado, Dulós”. Paradójicamente, en otras ocasiones, y justamente al contrario, me salía la “vena pijita”, es decir, me gustaba a veces despuntar por ser demasiado fina y elegante. Entonces, mi padre me aseguraba que yo era hija de un marqués y que por mis venas corría sangre azul. Que el marqués había muerto y ellos -mis padres- me habían adoptado.

Toda esta historia la reviví la larga noche anterior a la prueba del Pet-tac, en la que dormí muy mal, como me ocurre siempre cuando a la mañana siguiente tengo que someterme a pruebas y exploraciones. Los nervios siempre me atenazan. Eduardo y yo nos levantamos a las ocho de la mañana porque la cita en el Hospital era a las diez. Esta vez debía ir en ayunas: no debía haber comido nada en ocho horas, pero por suerte si me dejaron beber agua. Llegamos puntuales, y enseguida me atendieron. Una enfermera muy amable me llevó a una pequeña habitación. Allí, me inyectó los radiofármacos -agentes radioactivos- y me dijo: “ahora tienes que esperar una hora a que el medicamento llegue a todo tu cuerpo. Si quieres, puedes dormir.” Realmente no me costó nada echar una cabezadita. Me recordó que durante todo el día no podía estar cerca de niños ni de embarazadas. La radiación podría transmitirse y ser fatal para ellos. En el Hospital también existen unos aseos especiales para los enfermos a los que se les ha inyectado radiofármacos. Transcurrida una hora, un enfermero me despertó y me llevó a la sala de la enorme máquina que realiza el Pet-Tac. Allí acostada estuve unos 20 minutos, donde el frío era muy intenso. El enfermero me arropó, no con una, sino con dos mantas. El aparato es muy parecido al del Tac -a vista de las personas que no entendemos en medicina- pero más grande. La plancha en la que te encuentras, se va moviendo horizontalmente y, a diferencia de la máquina del Tac, no hace ruido. Y se agradece. Al terminar la exploración, me sentí liberada. Confío en no tener un nuevo cáncer, y deseo no pisar un hospital en mucho tiempo. Me despedí del personal sanitario con una alegría inmensa.

Edu quería transmitirme la confianza que él sentía en el resultado positivo de la prueba. Y me invitó a comer a un buen restaurante. Se sentía optimista y quería que yo me sintiera tan feliz como él. Yo comí poco, pero él se puso entre pecho y espalda una fabada que le sentó de maravilla. ¡Cómo me gusta cuando le veo feliz!

Al llegar a casa, vi un poco la tele, me conecté a internet, doblé la ropa limpia, puse el lavavajillas… Me sentía bien. Pero alrededor de las seis de la tarde sentí morirme. Desde esa hora y hasta las tres de la madrugada tuve continuas náuseas y vómitos, me dolía mucho el estómago, padecí un fuerte dolor de cabeza, y me salieron unos enormes granos en las axilas y debajo de los pechos. En un primer momento me asusté, y enseguida busqué en internet los efectos secundarios de los radiofármacos, y descubrí que los padecía “todos”. Aluciné. Leí: “Efectos secundarios, algunos de los cuales se dan en muy “raras” ocasiones”. Me quedé helada. Todos los que se detallaban en la larga lista, estaban en mi cuerpo.
¿Veis como es verdad que lo pillo todo? Y lo digo con humor, pero es la historia de mi vida… Tenía razón mi madre cuando me decía que tuviese cuidado…

lunes, 13 de julio de 2009

De nuevo el cáncer amenaza

Dulós:

Estoy abatida. No, más bien estoy derrumbada. Muy derrumbada. Esperaba tener ya el alta médica y mis tan ansiadas"vacaciones terapéuticas", y no, no ha podido ser. Y yo que lo había pregonado a bombo y platillo: el jueves seré “libre” y no tendré que pisar un hospital en todo el verano. Pero parece que el “cáncer”, de momento, no me da tregua. Maldito seas. Será que quizá no quiere que me tome unas largas vacaciones que empiecen en julio para alargarlas hasta agosto. ¡Me niego a quedarme sin vacaciones de verano! Creo que me las merezco, ¿no?

De todas las pruebas del chequeo que tenía que hacerme de fin de la quimioterapia, me faltaba la colonoscopia y los análisis de sangre. La colonoscopia me la hicieron bajo sedación anestésica, y el resultado fue que todo estaba en orden. Pero en los análisis de sangre, un marcador tumoral, el CEA, -antígeno carcinoembrionario- el porcentaje salió alto. Es decir, si el valor debe estar en una persona no fumadora en menos de 3,4 y en una fumadora en menos de 4,3, a mi me dio 10,39.

Cuando recogí los resultados en el hospital y los leí, lo primero que hice, nerviosa y alarmada, fue llamar a mi oncóloga, la doctora Laura García Estévez.


Le comenté el dato, y me dijo que efectivamente era alto. Me preguntó si fumaba mucho, y le respondí que bastante. Entonces me adelantó la cita para el día siguiente. Me explicó que tendría que estudiar los análisis, que ir descartando posibles recaídas o nuevos cánceres y me advirtió: “deja de fumar ahora mismo. A veces estos marcadores salen altos por culpa del tabaco”.

A las diez de la mañana del día siguiente estaba sentada en su consulta. Me temblaban las piernas. Casi no podía articular palabra. La doctora estudió detenidamente los análisis. Buscó mi histórico en este tipo de examen y vio que en algún otro momento, antes de padecer cáncer, también tuve este marcador un poco alto. Su diagnóstico fue el siguiente: me encargó que me hiciera un Pet-Tac: PET son las iniciales de Tomografía por Emisión de Positrones y TAC de Tomografía Axial Computarizada. También me dijo que no fumara “ni un solo cigarrillo”, y que en un mes volveríamos a realizar los análisis de los marcadores. Fue dura con el tabaco –como debía ser- y afirmó: “¿todavía no te has asustado bastante con el cáncer de mama? Si ahora tienes uno de pulmón, ya no podré curarte.” Sus palabras me llegaron dentro. Muy dentro. Tenía toda la razón. ¿Cómo es que sigo fumando después de todo lo que me ha pasado? Me asusté. No quiero morir. He dejado de fumar, y no me cuesta demasiado esfuerzo no hacerlo. Nunca pensé que sería capaz de vivir sin tabaco. Y puedo hacerlo. Con ayuda de parches, eso sí. Estoy impresionada. ¡Se puede!

lunes, 6 de julio de 2009

Un cumpleaños muy feliz

Dulós:

Hoy hace 46 años que mi madre me trajo a este mundo. Pero hoy prefiero celebrar mi "cero" cumpleaños. Me he sentido tan mal durante este último año y me siento tan bien ahora, que mi vida vuelve a tener ilusiones y esperanzas después de que muchas veces pensara que todo se había acabado... Y todos vosotros tenéis mucho que ver en ello. Mucho. Nunca sabréis cuánto os agradezco que hayáis estado a mi lado.



Gracias por haberme dado tanta "vida

Dulós, 6 de julio de 2009
cumplo "0" años gracias a ...


jueves, 2 de julio de 2009

Es hora de empezar a reparar mi cuerpo


Dulós:
Un año prácticamente sin pisar la calle. Un año metida en casa y en el hospital, en el que sólo he salido lo justo. Han sido 10 meses de reclusión forzosa con algún viaje corto y en coche, eso sí, de copiloto. Y poco más.


Descansar, descansar y descansar.

Todo indica que, de momento, voy a sobrevivir al cáncer, pero ahora me espera una larga pero esperanzadora labor de reparación de mi estropeado cuerpo.


Hace pocos días hice mi primera inmersión en el mundo de la gente “corriente”. Un amigo me invitó a su fiesta de cumpleaños. Era una cena de picoteo a las nueve de la noche. Y le dije que sí. Me sentía lo bastante fuerte como para aguantar toda la velada en un estado agradable, cordial y divertido. Y así fue. Me lo pasé genial.


Unos días antes de la celebración, me miré al espejo. Me dije: Dulós, creo que necesitas “chapa y pintura”. Y me puse manos a la obra.


Lo primero, fue visitar un centro de belleza. Era mi primera depilación después del cáncer. En cuanto a las uñas, la quimioterapia produce alteraciones en ellas, tales como la aparición de bandas blancas y su reblandecimiento. Por lo tanto, no se aconseja utilizar corta-cutículas, corta-callos, laca de uñas ni quitaesmaltes. Ahora que ya me veo las uñas sin bandas y más fuertes, pude hacerme, por fin, la pedicura. Me las pinte de “rojo matón”, el color que más me gusta.


Hace unos días decidí raparme la cabeza de nuevo porque empezaba a crecerme el cabello, pero dejando muchas calvas. Ahora, he visto que es la mejor decisión que pude haber tomado. Empezó a crecer otra vez el pelo, pero esta vez todo uniforme y muy fuerte. Ahora, casi tengo “una melena al viento…”. Cuando mi hermana pequeña, Cesca, me vio el pelo que tenía, se fijó en: “¡cuántas canas tienes!”. Me tocó la moral. Sí, ya sé que tengo edad de canas, pero no me gusta que se vean. Al día siguiente fui a la farmacia y compré un tinte de cabello. Me lo apliqué yo misma en casa y ha quedado un color entre rubio y rojizo precioso. Y sin una sola cana. ¡Me encanta! Además, ahora, con lo “largo” que lo tengo, ya puedo incluso hacerme un peinado: aplanado por delante y de punta por detrás. ¡Quién no se con forma es porque no quiere!


Otra de los cuidados urgentes que necesita mi cuerpo son los dientes. Mis dos incisivos centrales superiores han quedado muy separados entre sí por culpa de lo que sufre la boca y las encías por la quimioterapia. Hace unos días he visitado a mi dentista, Marta, pero me ha dicho que la quimio me ha dejado también dos caries. Me ha quitado una. Ahora tengo cita para eliminar la otra. Arreglar los incisivos, será en el siguiente encuentro.


Las cejas y pestañas ya me han crecido. Problema arreglado. Ya puedo pintarme sin problema.


La piel de todo el cuerpo me ha quedado extremadamente seca. Utilizo jabones de baño muy hidratantes, y cremas o aceites para después. Una vez a la semana, exfoliante. Además, bebo mucha agua. Y al tomar el sol, protección altísima, sobre todo en las cicatrices.


Mucho trabajo me costó acudir a la fiesta de mi amigo con un “look” que yo consideré “aceptable”. Incluso me atrevería a decir que “bueno”, dadas las circunstancias.
Fue una fiesta muy agradable y divertida. Conversé, reí, conocí a gente muy interesante… y aguanté como una leona. Hacía tanto tiempo que no salía que quería aprovechar hasta el último segundo. Gracias amigos. Gracias a la vida.

martes, 30 de junio de 2009

El comienzo de una nueva amistad: mis pechos y yo

Dulós:
Nueve meses después de la mastectomía bilateral, por fin he sido capaz de palparme las mamas. Hasta hoy, tan sólo las acariciaba suavemente cuando me duchaba o cuando les ponía crema hidratante o aceite de rosa mosqueta. Ha sido un momento totalmente estudiado, pensado, premeditado. Hacía días que me daba vueltas por la cabeza la idea de empezar a entablar una relación con ellas, ya que tendremos que convivir hasta el resto de nuestras vidas. Pero sólo imaginarme la situación me creaba pánico, dolor en el estómago y ganas de llorar. Hasta que, un mediodía, sin darle tiempo a mi cerebro a pensar ni a reaccionar, en cuanto me vino la idea a la cabeza, me tumbé en el sofá.
Puse cada una de mis temblorosas manos encima de cada uno de mis senos. Las deje quietas unos “eternos” instantes… Luego, despacio, muy despacio, apreté con los dedos cada uno de sus centímetros de piel y se hundieron suavemente en la silicona. Las noté firmes y no tan duras como imaginaba por el dolor y la tirantez que todavía siento. Observé que los bordes de las prótesis se podían tocar perfectamente y que las cicatrices, al tacto, eran casi imperceptibles. Fue un momento que me llenó de alegría. El miedo a lo desconocido siempre trae consigo inquietud y angustia. Ahora, mis mamas y yo hemos empezado a conocernos y a ser amigas. Seguro que nos llevaremos muy bien. Ya no les tengo miedo.

De momento, mis duchas diarias han cambiado. Enjabono mis pechos con más entusiasmo que antes, no como cuando no me atrevía casi ni a tocarlas. Ahora las limpio como cualquier otra parte de mi cuerpo. Empiezo a sentirme orgullosa de ellas, aunque todavía estén “a medio cocer”. Los pezones todavía tendrán que esperar.

El Dr. Martínez Murillo me recibió atareado, pero alegre, como siempre. La consulta iba con un poco de retraso. El cirujano plástico miró mis senos y me dijo que todo marchaba sobre ruedas.
- “¿Me vas a poner ya los pezones, doctor?” –le pregunté ilusionada-
- “Tú verás… si quieres, mañana mismo, pero no te podrás bañar en una piscina en un mes, y tendrás que ir con vendajes en los pechos.”

Evidentemente, opté por aplazar la operación hasta pasado el verano. “Qué más da”, me dije, y me conformé.

Salí muy animada de la consulta. El doctor me enseñó unas fotografías de unos pezones que había reconstruido a otra paciente y parecían totalmente naturales. ¡Eran espectaculares!

- “Los tuyos van a quedar mucho mejor” –afirmó con una sonrisa-
- “Lo sé” –contesté-

Le devolví la sonrisa. Nos deseamos un buen verano. Y me fui soñando con los pezones de la fotografía.

viernes, 26 de junio de 2009

Cáncer y sufrimiento

Dulós:
Mi hermana mayor, Lourdes, y yo, nos llevamos tan sólo catorce meses. De pequeñas éramos casi como dos gotas de agua. En algunas fotografías, me cuesta reconocer quién es quién. Durante la infancia hemos jugado y divertido muchísimo; también, por supuesto, nos hemos peleado.

Cuando yo tenía ocho años, nació mi hermano Enric. Un niño guapísimo y muy cariñoso. Pero cuando iba a cumplir tres añitos, un fatídico resbalón le llevó al fondo de la piscina de casa. Era el año 1974. Por la muerte de mi hermano, como es natural, sufrí muchísimo. Pensé que era muy injusta. Pero nunca olvidaré la preciosa frase que nos dijo mi padre a mi hermana y a mi: "vuestro hermano es un angelito que ha venido a traer paz y amor a nuestra familia. Como ya ha terminado su cometido, ha vuelto al cielo".

En 1977 nació Cesca. Por supuesto, fue una niña muy deseada. Devolvió la alegría y esperanza a nuestra familia. Cesca, de pequeña, era desenvuelta y ocurrente. Mi hermana mayor, que desde jovencita siempre ha sido seria y responsable, cuidaba mucho de la niña. Ella, la llamaba “mamá 2”. Yo, que era más alocada y traviesa, me peleaba más con ella. Ahora, las tres ya adultas y de caracteres bien distintos, somos como una piña. Nos queremos y respetamos muchísimo.

En el año 2000 me casé muy enamorada, pensando que había encontrado al hombre de mi vida. Pero no fue así. Porque años más tarde, mi marido, sin escrúpulos, permitió que quedaran sobre mis espaldas muchos millones de pesetas de deudas de sus negocios y me quedara en la calle. Al fin nos separamos.

Durante años he sentido rencor; rencor hacia determinadas situaciones que consideraba inmerecidas. Pero he descubierto que el rencor sólo mina a uno mismo. Sólo sufre el que odia, no el que es odiado. Después de cargar con este rencor durante años, hoy puedo decir, después de pasar lo peor de mi enfermedad, que lo he roto en mil pedazos y lo he desterrado de mi vida.
Pero… ¿queda algo de él en nuestro cuerpo? En el libro “Anti Cáncer" del Dr. David Servan-Schreiber, escribe:

“Hace dos mil años, el médico romano Galeno observó que las personas deprimidas eran especialmente propensas a desarrollar la enfermedad que hoy conocemos como cáncer. En 1759, un cirujano inglés escribió que el cáncer estaba relacionado con “los desastres de la vida, los que causan sufrimiento y dolor”. En 1846, las autoridades médicas británicas consideraban que el sufrimiento mental, los cambios repentinos en lo económico, los temperamentos sombríos… son la causa más poderosa de la enfermedad”.

El autor del libro relaciona el estrés psicológico con el cáncer. De todas maneras, los oncólogos actuales no se ponen de acuerdo respecto de la validez de este tipo de afirmaciones.

No es que yo quiera buscar un responsable de mi cáncer. Sólo expongo esta teoría. No tengo antecedentes familiares y me ha tocado a mí. Todo ello me da qué pensar. Y pensar, siempre es bueno.

Mis dos hermanas me ayudaron mucho durante mi separación y divorcio. También durante mi enfermedad, en la que cada una ha hecho todo lo que ha podido. Y me siento orgullosa de ellas. Han estado pendientes en todo momento de mí. Y sé que lo han pasado mal, muy mal, sencillamente, porque me quieren.

El fin de semana pasada fui a verlas. Mi hermana pequeña está con mucho lío, entre el trabajo y criar a sus dos preciosos hijos. Como siempre intenta agasajarme, además de darme cariño, me regaló una pulsera, y me dijo: “porque has sufrido mucho, pero has sido muy valiente. Te queremos”. Me emocioné. Es una de esas pulseras a la que se le van añadiendo pequeños colgantes, regalo de amigos, familiares. Así cada pieza lleva impregnado el recuerdo de esa persona.

A mi hermana mayor, Lourdes, la vi tan sólo durante unas horas. Eduardo y yo teníamos que volver a Madrid porque al día siguiente él trabajaba. Mi hermana me tenía preparada una lista de recetas homeópatas para mejorar mis sofocos, ya que se había preocupado en ir a preguntar a su médico naturista. También me regaló los medicamentos que debía tomar. Siempre está pendiente de buscar o preguntar qué alimentos, pastillas o gotas naturales debo tomar para mejorar mi salud.

¡Estoy contenta, porque tengo una gran familia!