martes, 23 de junio de 2009

Todas contra el cáncer


Dulós:
Elegante y sofisticada. Natural y espontánea. Todo en una misma persona. Así es Sandra Ibarra, que me presentaron un mediodía de hace ya más de siete meses. Sin apenas conocerme, toda ella fue cariño y fuerza hacia mí, y consiguió que viera el cáncer como a un pequeño diablo al que machacaría sin perdón.

Desde que me diagnosticaron el cáncer, mi querida amiga Ana siempre me hablaba de Sandra Ibarra. Me decía que yo había afrontado mi enfermedad con tanto coraje, que esa energía tan positiva tenía que aprovecharla para ayudar a otras personas. Por eso quería que conociera a su amiga Sandra. Y organizó una comida. Cuando la modelo entró en el salón, percibí que tenía un “algo” que hacía que todo el mundo se girase a su paso, porque irradiaba belleza y energía. No hicieron falta muchas excusas para iniciar un interesante diálogo a tres bandas ameno y positivo. Charlamos de mi enfermedad, de la suya, y de su recién creada Fundación de ayuda contra el cáncer.





La Fundación Sandra Ibarra nació el 2 de octubre de 2008 con el espíritu de apoyar la investigación de la enfermedad del cáncer para poder curarlo y vencerlo. Y mientras no se llega a ese objetivo, lo que desea esta Fundación es prevenirlo con los medios que conocemos: suprimir el tabaco, cuidar la alimentación, llevar una vida sana, hacer deporte… Y, sobre todo, se quiere desmitificar el cáncer como una impronunciable terrible larga enfermedad. ¿Por qué la gente todavía no se atreve a decir que alguien ha muerto de “cáncer”?


Cuando comimos juntas era el mes de octubre y yo todavía me encontraba bien físicamente, no había empezado la quimioterapia y no era plenamente consciente de la que se me venía encima. Recuerdo que enseguida le propuse a Sandra colaborar con su Fundación. Ella, muy a mi pesar, y por supuesto, sabiendo muy bien de lo que hablaba, me dijo con mucha dulzura: “puedes hacer muchas cosas, me encanta tener a una periodista en la Fundación, ya iremos hablando…”. En ese momento ya me hubiera puesto a trabajar, pero, tal y como la realidad me ha demostrado, durante todos estos meses no he podido ni cuidar de mí misma. Sandra lo sabía muy bien.




Hace unos días, hablé con Sandra por teléfono y me invitó a asistir con ella a un pase de modelos de ropa interior y bañadores para mujeres a las que les han extirpado un pecho o los dos. Este desfile estaba organizado por la Asociación Española contra el Cáncer, y fue un pase precioso, pero sobretodo emotivo, porque quienes lucían la ropa sobre el escenario no eran modelos profesionales, sino mujeres que han padecido o padecen todavía cáncer de mama.







La mayoría de espectadoras de la sala éramos también mujeres enfermas, ex enfermas, o parientes de enfermas. Se derramaron muchas lágrimas, no de tristeza, sino de emoción.






Eran bañadores que reflejaban las tendencias actuales de la moda y que además permitían lucir una figura cien por cien femenina.



Al salir del desfile, medité sobre la pérdida de mis pechos, y arropada y rodeada por tantas mujeres como yo, vi claro que la Dulós original resurgía de sus cenizas. Tuve deseos de sumergirme en el mar y tomar el sol en bañador.

Espero que las pruebas y análisis de este mes de junio salgan bien, y que en verano, pueda ya llevar una vida más o menos “normal”. Será entonces cuando tenga ya la fuerza suficiente para explicar a los cuatro vientos que el cáncer se cura. Es una dura lucha, pero hay que armarse bien y combatir. Y en esta guerra la depresión no tiene cabida.

jueves, 11 de junio de 2009

Al patíbulo… con dignidad

Dulós:
Estas últimas semanas he tenido un bajón. Los médicos y las enfermeras me dicen que no me preocupe, que es normal, que esperar las pruebas de “los tres meses” es angustioso y extenúa psicológicamente. ¡Y vaya si es verdad! Me siento como si hubiera estallado el volcán que crecía en mi interior. Estoy nerviosa, cansada de esperar y esperar, me sigo viendo fea por más que mis cabellos vayan creciendo… y sobretodo, necesito que alguien me diga que todo el sufrimiento que soporto desde hace tantos meses ha valido para algo. Necesito que me digan: ¡estás bien, no tienes metástasis! Ver la muerte de tan cerca durante mucho tiempo agota al más fuerte.

Esta semana he empezado con los famosos análisis y pruebas que se realizan a los tres meses de terminar la quimioterapia. El primer día, en casa, me arreglé y maquillé a conciencia. Me sentía como quien va al patíbulo a morir, y me dije:”a la muerte con mis mejores galas”. Quería sentirme más fuerte de lo que había estado los últimos días por si debía escuchar alguna mala noticia. No se trataba de dar pena a nadie. Al salir del domicilio, le dije a Eduardo que me sentía agobiada. Me preguntó que por qué, y le contesté nerviosa: “¡porque me pueden decir que tengo cáncer en los pulmones, en el hígado, o en la punta del pie!”. Me sentía al borde de un precipicio, como si dependiera de una simple y leve ráfaga de viento despeñarme o seguir en pie. Mi pareja intentó animarme y me dijo: “Dulós, tienes que ser positiva, ya verás que todo va a ir bien”.



La primera de las pruebas que me han practicado en el Hospital de Madrid Norte Sanchinarro ha sido una radiografía de tórax. Cuando la enfermera nos entregó a Eduardo y a mí las placas para que las guardáramos, las saqué del sobre y las miré detalladamente, con las manos temblorosas. Los pulmones se veían como siempre se ven en una radiografía, negros. Entre la negrura, vi unas manchas blancas… “¡Qué tontería!” me dijo Eduardo, “¡no pretenderás ahora saber leer las radiografías!”. Nos sonreímos, y me calmé.

A los pocos minutos, una doctora me llamó. Me iba a hacer una eco abdominal. Entré en la consulta, me tumbé en la camilla, y me extendió el gel por el abdomen. La médico comenzó a ver mis órganos abdominales por la pantalla. Yo no paraba de hablar, como siempre hago cuando estoy nerviosa. Ella me explicó que era de Córdoba, que su padre vivía en Francia y que también padecía cáncer… Yo, hablaba y escuchaba, pero mis sentidos estaban centrados en la prueba. Me fijaba en cómo la doctora movía la mano, dónde paraba el aparato para capturar una imagen, miraba su expresión… hasta que dijo: “tienes el hígado muy bien”. En ese momento casi salto de la camilla para abrazarla. “¿De verdad?”, le pregunté. “Sí, está perfecto”… “¿Y los riñones?... ¿qué tal?” añadí. La doctora me explicó que tenía unos quistes de líquido que no tenían nada que ver con el cáncer y que no eran para nada peligrosos. La prueba, había resultado todo un éxito.
Tan sólo me habían practicado dos exámenes de la larga serie prescrita, pero a mí, ya me animaron y pude dejar atrás mis pensamientos oscuros. Todavía tumbada en la camilla, por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajada, sosegada… feliz. Volvía a verme con un pie en la tierra.


Antes de salir, le expliqué que estaba escribiendo un blog sobre mi enfermedad, y le pregunté si quería hacerse una fotografía conmigo para publicarla. Sentenció:”por supuesto, me encantará salir en el blog y animar a otros enfermos”. La sesión de fotos fue de lo más divertida. Estábamos sólo ella y yo en la consulta, y tuvimos que utilizar el disparador automático de la cámara. Pero no acertábamos con el encuadre. A la doctora se le ocurrió cambiar de lugar una estantería para que nos sirviera de base para la cámara. Al final, las dos quedamos contentas. Antes de irme, nos dimos unos besos de despedida deseándonos… ¡salud, mucha salud!

Eduardo:
Si, estas esperas son duras y en algún momento tiene que aflorar tanta tensión, y en esos momentos estamos. Lo cierto es que lo que menos hemos hecho durante todo este tiempo de espera es hablar sobre las pruebas, pero conforme se iba acercando el momento, la tensión iba creciendo. De hecho, al dirigirnos al hospital, Dulós y yo casi no nos hemos cruzado palabra y en la sala de espera -hacía mucho tiempo que no estábamos en esa sala- nos hemos dedicado al noble arte del “terraceo”, o sea, comentarios banales del sitio, de las personas de la sala, sin ninguna trascendencia. Cualquier cosa que nos hiciera llevar la imaginación lejos.

Llega el momento en que Dulós entra a hacerse la ecografía. Ahora ya sabemos por qué tardó tanto en salir de la consulta, pero en aquel momento a mi me pareció eterno. Hasta que salió del examen, y sólo con ver su cara, ya lo decía todo…de momento las cosas iban bien. Muy bien. ¡Nos fuimos de “turné” por el hospital para saludar a tanta gente conocida! Terminamos celebrando las buenas noticias en la cafetería. Dulós andaba en ayunas, y yo soy muy solidario…

martes, 9 de junio de 2009

Amistad cibernauta

Dulós:
¿Qué hay más valioso en esta vida que sentir amor y cariño? ¿Cuánto vale una sonrisa? ¿Y un abrazo?

Todo esto es lo que me ha llegado dentro de una preciosa caja. Una caja llena de sentimientos y de pequeños grandes regalos que una persona muy especial ha hecho para mí: Mª José.

Mª José es una mujer a la que sólo he visto en fotografías. Y ella sólo me conoce por mi blog y por algunos e-mails que nos hemos mandado. En uno de sus escritos, se define como una persona muy normal, y dice de ella textualmente: “criada en un barrio muy humilde, pero del que también sale gente normal y con educación como mis hermanos y yo”.

Sí, eres normal, porque… ¿Quién en esta vida es más que otro? ¿Dónde reside la “normalidad de las personas”?: ¿En su dinero? ¿En su trabajo? ¿En su belleza?
Mª José, eres muy normal, sí, como somos todos, pero tú tienes en tu corazón y en tu mente unas cualidades excepcionales que te hacen ser “grande”. Y muy pocas personas en esta vida pueden recibir este
calificativo. Gracias por ser como eres. Gracias por dejarme ser tu amiga.









http://tata6868.blogspot.com/

sábado, 6 de junio de 2009

¡Adiós… “bola de billar”!

Dulós:
¡Cuando me depilaba, jamás imagine que algún día depilarme pudiera hacerme tanta ilusión como me hace ahora! Ni utilizar las “malditas” pinzas de las cejas… Ya veis cómo cambian los gustos en esta vida. Sí, ya ha empezado a salir vello por mi cuerpo y cabellos en mi cabeza. Pocos, de momento, muy pocos, pero para mí representan casi una selva.



Por fortuna, pronto dejaré en el cajón los pañuelos, las gorras y la peluca, porque con estos calores no hay quien los aguante. Harta de ellos, algún día he salido a la calle sin ponérmelos, porque creo que las molestias -y quizá también la edad- nos hacen olvidar a menudo las manías y la vergüenza. Y he podido comprobar que ver a una persona de mi edad andando por la calle o tomando café en un bar con la cabeza casi sin cabellos, todavía hoy llama la atención. Recuerdo una tarde en la que me sentí especialmente observada. Estaba sentada en la barra de una cafetería. En el salón, ocupaban una mesa dos matrimonios jóvenes y una niña de unos diez años. Los mayores me miraron en repetidas ocasiones, eso sí, intentando disimular lo más posible. Pero me di cuenta de sus miradas de soslayo, por supuesto. La pequeña, me miraba directamente a la cara, a los ojos. Sin complejos. Sin tapujos. Su expresión denotaba extrañeza y sorpresa. Me puse nerviosa. Me sentí como un mono de feria. Sonreí a la niña, y me fui.


Ese día me acordé de la tarde en que me compré la peluca. Lo pasé fatal. Todavía no había empezado las sesiones de quimioterapia y conservaba mi larga melena. Debía verme bien con unos cabellos postizos… pero no lo conseguí, porque mi color exacto no lo había, ni tampoco mi longitud de cabellos. En la tienda, lo primero en que me fijé fue en una mujer de unos cincuenta años que en la cabeza solamente lucía unos pocos cabellos medio canosos, cortos y muy rizados. Tenía muchas zonas claras. En ese momento me entró pánico. Me imaginé a mi misma así, dentro de muy poco tiempo… y se me cayó el alma a los pies. Me miré en uno de los espejos de la tienda, dibujé una sonrisa, y grabé esa imagen en mi cerebro, quizá para cuando necesitara recordarla. Al final me llevé una peluca rubia, demasiado rubia para mi gusto, y demasiado corta para lo que estaba acostumbrada. Pero esos falsos cabellos rubios me salvarían de caer al pozo en varias ocasiones.


He ido a ver a mi amiga de la peluquería de Pozuelo de Alarcón. Me ha reñido: “¡Ya está bien, ya sé que no me has necesitado todo este tiempo, pero podías haber entrado al menos para verme!” Tenía razón. Nos abrazamos y le dije que cada vez que pasaba por delante de la peluquería me acordaba de ella, pero que se me hacía un nudo en la garganta solamente con pensar en entrar en el local y ver a señoras “maravillosas” con melenas “maravillosas”. Mi amiga me rapó la cabeza para asegurar un crecimiento uniforme de mi cabello. Me fui a casa contenta, sabiendo que el principio del fin de mi calvario capilar, había comenzado. Desde ese día me ocurre algo curioso: por las mañanas, nada más despertarme, lo primero que hago, instintivamente, es llevarme las manos a la cabeza. Como cuando esperaba el maldito día en que iba a perder los cabellos por culpa de la quimioterapia. Ahora, al abrir los ojos, temo que mis pelos no sean más que parte de un sueño. Pero mis manos y mi tacto me confirman que son reales.





Eduardo:
Lo del pelo, efectivamente lo ha llevado muy mal. Pero da gusto comprobar cada mañana como va creciendo poquito a poco. Ya no hay gorras por encima de la mesa del salón y no recuerdo, o hago por no recordar, cuando fue la última vez que se puso la peluca. Eso sí, el pelo “nuevo” es muy oscuro, y muy duro. Se supone que con el tiempo y conforme vaya creciendo, se irá haciendo más suave. Hace unos días estábamos comprando en un supermercado y nos paramos en la estantería de los champuses, y compramos uno para ella. Le brillaban los ojos como hacia mucho tiempo que no lo hacían, parecía una niña chica. Un bonito momento. Todo empieza a ser un recuerdo, un mal recuerdo. Ya era hora.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Con Tetas si hay paraíso

Dulós:
Ya luzco mis pechos definitivos. Los pechos que me acompañarán el resto de mi vida. Unos pechos que permanecerán firmes mientras mi cuerpo vaya envejeciendo. Durante los días previos a la operación en la que me han implantado las prótesis de silicona, me he sentido muy inquieta. Porque sé que ahora ya no tendré excusa para seguir echando de menos mis senos auténticos. Me digo: “ya está bien de tonterías… ¡Ya es hora de que aceptes tus nuevos pechos!” Lo sé. Pero el subconsciente todavía se niega a aceptar la realidad y a ver mis nuevos senos de silicona como algo bueno para mí. Veréis:

La noche antes de la operación tuve una pesadilla horrible. A las 5 de la mañana me desperté sobresaltada. En el sueño, me obligaban a viajar en avión. Yo gritaba que no podía volar, que temía por mis pechos, que podían estallar. Pero varias personas me subieron a rastras al avión… En la siguiente imagen que recuerdo me veo a mi misma atada a la butaca con los pechos reventados. Estoy llena de sangre y grito desesperadamente: “¡lo sabía!, ¡ya os lo decía!” En ese momento me desperté. Lo pasé fatal. Nunca llegué a creerme la historia del estallido de los pechos de la actriz Ana Obregón en un avión. De todas maneras, dejaré de ver tanto programa del corazón…

El día de la operación ingresé a la una del mediodía en el Hospital de Madrid Sanchinarro, en ayunas. Después del papeleo de rigor, Eduardo, su madre y yo subimos a la habitación. Me puse el camisón del hospital, y a los pocos minutos vinieron a buscarme para ir al quirófano. Una vez allí, todo fue muy rápido. Recuerdo que me pusieron el brazalete para controlar la tensión, en vez de en el brazo, en la pierna. Me llenaron de “cachivaches”, y me dormí mientras charlaba de mis nuevos pechos con las doctoras que me estaban preparando para la intervención. El despertar de la operación, también fue curioso. Recuerdo como “flashes” en los que grito: “¡ya tengo pechos!, ¡mis pechos!”, mientras me tocaba la zona con las manos para asegurarme de que los tenía implantados.

Estuve adormilada todo el día. Eduardo cogía el teléfono, que no paraba de sonar, y explicaba a familiares y amigos que todo había ido muy bien. Ya por la noche, me espabilé un poco, pero me sentía tan dolorida y cansada que apenas miré la televisión.

Después de una noche tranquila, me desperté con un dolor fuerte en el pecho, pero también con un raro escozor en el escote. Enseguida vi que el esparadrapo me quemaba la piel. La enfermera me lo quitó como pudo, porque al estirar se llevaba parte de mi piel con él y me hacía mucho daño. El esparadrapo me había producido alergia. Está claro que las sesiones de quimioterapia han dejado mi cuerpo demasiado sensible y débil.

El doctor Martínez Murillo me visitó muy pronto. Pasaban pocos minutos de las ocho de la mañana. Miró las cicatrices, y me explicó que había agrandado la zona que ocupaban los expansores, para que las prótesis se esparcieran más. Entendí porqué me hacía tanto daño la zona de debajo de las axilas y por encima de las costillas. Me dio el alta y me fui a casa.

Ahora estoy convaleciente. Paso los días descansando, escribiendo, leyendo… es toda la actividad que me permite el post-operatorio. Y contestando al teléfono. Todas las personas que llaman me felicitan por tener ya implantados mis nuevos pechos. Pero yo les explico que me siento casi igual de mutilada que antes de la operación. Creo que hasta que no me reconstruyan los pezones, me veré así. La intervención será dentro de unos dos meses. El camino de sentirse de nuevo mujer es lento y tortuoso. Pero sé que lo conseguiré. Aunque sufro, no pierdo la esperanza.

Eduardo
Volvemos a estar en una habitación del Hospital de San Chinarro… La situación nos resulta bastante familiar, pero hay muchísimo menos nerviosismo en el ambiente. No tiene nada que ver con la primera vez que estuvimos ingresados. En cuanto llegamos, Dulós ordenó sus cosas y se puso el camisón, y en poco menos de media hora ya vinieron a por ella. ¡Qué diferencia con la primera operación, en la que se fue llorando y casi gritando porque... la iban a amputar! Esta vez, estábamos de tan buen humor que incluso fuimos capaces de bromear con el camillero. Yo creo que no pasaron ni 45 minutos y Dulós ya estaba de vuelta en la habitación, y además, medio despierta. Otra gran diferencia de la primera intervención: esta vez sólo venia con goteros puestos, nada de botes de drenaje, nada de vendajes por todo el cuerpo… ¡su aspecto era mucho mejor!

viernes, 8 de mayo de 2009

La “máquina” de hacer pis y caca

Dulós:
Cuando caí enferma, pensé en el mucho tiempo libre que iba a tener. Me di cuenta de que jamás en la vida había estado tantos meses sin ocupaciones laborales. Y me preocupé. No sabía si sería capaz de aguantar todo este tiempo sin trabajar. Toda mi vida lo he hecho, y, a parte de sentirme orgullosa de ello, me lo he pasado genial. Fue entonces, al inicio de mi enfermedad, cuando se me ocurrió la idea de adoptar un nuevo perro en mi familia. Hace casi 13 años que convivo con Mistu -significa cerilla en catalán-, un cooker bonachón y tranquilo. El pobre ya está muy mayor, y aunque me niego a aceptarlo, se que no le queda mucho tiempo en este mundo. Le adoro, le cuido, le mimo… se ha quedado sordo, y no puedo evitar que en breve pierda los dientes o se quede ciego. Pensé que era un buen momento para conocer a una nueva mascota, y, además, tendría tiempo de sobras para dedicarme a ella, criarla y enseñarla.

Una tarde, merendando en casa de unos amigos, comenté mi deseo de una nueva mascota, mientras Edu y yo disfrutábamos de su maravillosa compañía y la de sus dos preciosas perras de raza Golden. Me dijeron que conocían a un criador muy bueno, y que podían conseguirme uno para mí. ¡Uf! ¡En ese momento explotó mi corazón! Por supuesto les dije que sí, que me encantaría, que muchas gracias… Pero lo mejor fue cuando una tarde, mientras yo estaba en el sofá de casa abatida por mi reciente mastectomía, me llamó Ester y me dijo que ya había recogido a nuestro cachorro. Me explicó que era precioso, muy cariñoso y juguetón, y que ella lo cuidaría hasta que yo estuviera un poco mejor y que pudiera moverme para ocuparme de él. Ester es una chica tremendamente cariñosa, natural y buena gente. Le pregunté si podía acercarse a casa para que pudiera conocer al animalito ¡Me hacía tanta ilusión! Nunca olvidaré la imagen de Ester con el perrito en brazos cruzando el umbral de mi vivienda. En cuanto vi al animal, le cogí en brazos y le acaricié, y me negué -con todas mis pocas fuerzas- a que el cachorro se fuera de casa. Pensé que la satisfacción de tenerle al lado superaría con creces mis dolores y mis dificultades físicas. Se quedó…

Eduardo empezó a llamarle “la máquina de hacer pis y caca”. Y me hacía reír. Todos los perros bebés hacen sus necesidades en el sitio en que les pilla. Pero es que nos parecía que este perro lo hacía demasiado a menudo, y en cualquier parte. Curiosamente, nunca escogía el jardín para desahogarse. A menudo, Eduardo se dirigía al perro -que le miraba con ojos curiosos- para explicarle el capítulo de barrio sésamo de “dentro-fuera”.

El cachorro era un labrador de pelo corto. Le llamamos Gos, que significa perro en catalán. El nombre lo sugirió el amigo que me lo regaló. Su madre le enseñó de pequeño a hablar en catalán y la palabra “gos” le hacía mucha gracia. Además, me dijo que le sonaba muy bien y que era original. Y le hice caso. Ahora, mi perro y su nombre me parecen los más estupendos del mundo. El Gos ya tiene nueve meses y por fin ha aprendido a hacer sus necesidades fuera. Sin embargo, ahora es mucho más travieso que de pequeño. Pero os aseguro que a los que defienden que las mascotas hacen una gran labor psicológica de ayuda, y además proporcionan autoestima a las personas, les aplaudo. Conmigo lo han conseguido.

Eduardo:

La “máquina” de hacer pis y caca… eso sería abreviando, porque también es un “comesillones” compulsivo, o un “tragamaderadesillas”… en fin, un pequeño destructor. Menos mal que es lo más lindo y cariñoso del mundo, y eso lo compensa todo.

Por las noches sube a la cama a dormir conmigo, y se queda tranquilo hasta que suena el despertador, momento en el que se desatan los nervios y comienza una sesión de lametones y arañazos con las patas, que dura hasta que uno se levanta y le da de comer. Pero esto solo pasa cuando el despertador consigue que me mueva y me despierte, porque si lo apago y sigo durmiendo, el Gos se coloca a mi lado con la cabeza en la almohada….y espera pacientemente a que me levante. La verdad es que tiene su gracia.

Por supuesto, si a eso de las 5 o 6 de la madrugada no le abrimos el jardín para que salga a hacer sus necesidades, por la mañana nos encontramos un par de regalitos en mitad del salón. Es lo que se llama un perro de costumbres puñeteras, pero es joven y se le pasará…espero…

Ha sido el regalo perfecto, es listísimo y más bueno que el pan, aunque no se esté quieto ni un minuto. Y lo de sus incursiones en el mundo del mueble, esperamos que con el tiempo deje de utilizarlas como aperitivos. Todavía podemos dar gracias porque no ha descubierto el maravilloso mundo de la moda y la zapatería. Cruzaremos los dedos.

domingo, 26 de abril de 2009

¡Si te pica…!

Dulós:
Excepto en cara, cuello y escote, tengo todo el cuerpo lleno de granos. Unos granos rojos que me pican mucho, aunque intento no rascarme para no extenderlos y dejarme marcas de por vida. El inicio de mi relación con ellos se remonta al sábado de la semana pasada por la noche.

Recostada en el sofá de casa, estaba viendo una película con Eduardo. De repente, me di cuenta de que llevaba un buen rato rascándome las piernas. Encendí la luz y vi que tenía unos pocos granos. “Quizá está empezando a salirme el vello de las piernas, y por eso me salen granos que pican tanto…”, le comenté a mi pareja. “¡Qué bien, vuelven a nuestras vidas las depilaciones!”, me respondió sonriendo. La película tuvo un final feliz -como casi todas- y Eduardo y yo nos fuimos a dormir.

Pero el domingo por la mañana, al despertarme, no sólo no me habían abandonado los granos, sino que tenía más. Y empecé a preocuparme. Decidí esperar a ver cómo evolucionaban durante el día, pero por la noche, Eduardo y yo decidimos volver a visitar nuestra ya "familiar" sala de urgencias del Hospital. Esta vez fuimos al de Madrid Sanchinarro.

Después de un largo tiempo acostada en una camilla, y después de realizarme inspecciones oculares y análisis, la doctora de guardia sentenció: “reacción alérgica en estudio” y describió los granos como “micropápulas eritematosas y pruriginosas”. En el mismo centro me inyectaron un medicamento antialérgico y me comentaron que quizá me había producido reacción adversa el antibiótico que estaba tomando para curar mi otitis. Me miraron los oídos y, al verlos, me dijeron que suspendiera el tratamiento y que consultara con mi oncóloga.

Laura García Estévez me visitó el martes. El antibiótico lo había dejado hacía tan sólo un día y medio, pero la alergia iba a más. La doctora, después de repasar los nuevos medicamentos que estaba tomando estos últimos días, pensó que quizá mi cuerpo reaccionara mal a un fármaco que había empezado a tomar para la ansiedad. También cabía la posibilidad de una alergia al tamoxigeno, pero la oncóloga me aseguró que este medicamento antiestrógenos no suele dar reacciones de este tipo. Pero no quedaba más remedio que esperar la evolución de los granos en mi cuerpo. El viernes al mediodía, en manos también de mi médico de cabecera, ya había cambiado de medicamento para la ansiedad y había tomado dos tipos distintos de antiestamínicos, tanto orales como en crema y la doctora de mi pueblo, Villanueva del Pardillo me inyectó el conocido antialérgico “urbason”.

Esta semana tenía una cita importante en el quirófano del Hospital de Madrid Sanchinarro, donde me iban a implantar los pechos definitivos de silicona. El lunes, al verme mi cirujano plástico, decidió posponer la operación prevista para el miércoles 22 de abril al miércoles de la siguiente semana. Por un lado me sentí aliviada por no poner en riesgo mi cuerpo y las futuras cicatrices, pero por otro… ¡tengo ya tantas ganas de lucir un escote estupendo!

Ahora son las siete del la tarde del domingo. Espero que remitan pronto los picores, porque sino tendré que atarme las manos para no rascarme. Paciencia no me falta. Con el cáncer he aprendido muchas cosas, y una de ellas es a tener paciencia. Para bien o para mal, todo llega a su debido tiempo. El dolor lo aguanto muy bien… lo que me matan son las tremendas ganas que tengo de acabar ya con todas las operaciones.

Eduardo:
¿Una reacción alérgica? Madre mía, como está la pobre, totalmente llena de granos. Resulta preocupante. Y como el or
igen no está muy claro, deberemos seguir el método de prueba y error, cambiando medicamentos. En un ultimo intento, el viernes le pusieron una inyección de urbasón. Por cierto, que la doctora comentó que el pinchazo era intramuscular y que por tanto, dolía. ¿Dolía? Otra vez estamos haciendo daño a Dulós. Confiaba en que doliera poco, porque ya lo ha pasado bastante mal. Si, ya se que es un pinchazo, pero eso de que podía “doler” me llegó al alma…
Además nos recetaron una crema, un antiestamínico local, y por la noche me encargué de untársela por donde ella no podía. Si no dan pronto con una solución, deberemos posponer de nuevo la operación.

martes, 21 de abril de 2009

"Mejor dos que uno"

Dulós:

-“¿Te vas a operar?” -pregunta la enfermera mientras me prepara para realizar un electrocardiograma-

- “Sí, me van a quitar los expansores y a ponerme prótesis de silicona”

- “¿En los dos pechos?”

- “Sí, en los dos…” -respondo con cierta amargura-

Después de explicarle que el izquierdo me lo extirparon porque el cáncer estaba muy avanzado, pero que el derecho lo decidí porque me lo recomendaron los médicos, dijo:

-“Es la mejor decisión que podías haber tomado. Ahora los dos pechos te quedaran perfectos e iguales; te verás mucho mejor que con uno natural y otro de silicona”. A lo que añadió: “además, te has olvidado del problema del cáncer de mama para siempre”.

La enfermera no sabía que esas mismas palabras las he oído infinidad de veces. “En tu caso, mejor los dos pechos que uno…”. La primera vez que oí esa frase fue cuando mi ginecólogo, el Dr. Manuel Marcos, me dio los resultados de las biopsias realizadas en los bultos hallados en ambos pechos y me explicó que sólo tenía cáncer en el izquierdo. Ese día, con unas delicadas palabras, me recomendó que también me extirpara el sano, porque mi cáncer era bilateral -que suele presentarse en ambos órganos- y en tan sólo un año seguramente me habría atacado al otro pecho. “Piensa que, con toda probabilidad, en poco tiempo tendrás que volver a pasar por el quirófano, y por tanto sufrirás física y emocionalmente dos veces”, me aseguró, “pero haremos lo que tú quieras”. El doctor me dio tantas razones para que decidiera extirparme los dos, que sin demasiada convicción asentí, aunque con lágrimas en los ojos y en el alma.

Y ya no tristeza, sino rabia fue lo que sentí la siguiente vez que me dieron exactamente el mismo consejo. Fue la doctora Skaarup, la ginecóloga del mismo equipo médico del doctor Marcos y que también me estaba tratando. Pero la “famosa” frase todavía la he oído muchas otras veces: por ejemplo, de boca de mi médico de cabecera, y ahora, de la enfermera del electrocardiograma. Mi doctora de Villanueva del Pardillo me dijo: “Con esta decisión te quitas la ansiedad de padecer cáncer de por vida”. Y lo que siempre me viene a la cabeza es: “sí, habré tomado la decisión correcta, pero… ¿y a mi quien me consuela?, ¿quién me devuelve mis sensaciones perdidas?”. Soy perfectamente consciente de que todos me han dado este consejo con su mejor intención. Son médicos y lo que quieren es curarme. Y así lo han hecho. Porque no se me olvida que en la biopsia posterior a la operación, los resultados anunciaron que ya tenía un cáncer incipiente en el seno derecho. No tengo más que felicitar al doctor Marcos y a la doctora Skaarup. No se equivocaron. Lo hicieron muy bien. Pero todavía hoy, cuando oigo de nuevo las palabras de “mejor dos…”, me entra cierto enfado. Enfado conmigo misma. Enfado porque todavía no he aprendido a vivir sin pechos. “Si al menos me hubiera quedado uno…”, pienso. Preferiría mil veces tener un seno reconstruido y el otro caído, que dos senos maravillosos… de silicona. Pero sé que tengo que aceptar la situación. No puedo seguir viviendo echando de menos algo que jamás volverá. La vida es mucho más que “dos pechos y dos pezones”. Lo sé.

La enfermera me realizó el electrocardiograma en pocos minutos, y me dijo que pasara a recoger los resultados al cabo de una hora. Esta prueba forma parte del preoperatorio para la inminente intervención senos. A primera hora me habían extraído sangre para hacerme análisis, y ahora me harían una radiografía del abdomen. Ya con todos los resultados, me visitó el anestesista, el doctor Carlos Corbacho Fabregat. Después de hacerme un montón de preguntas, me dijo que las pruebas habían salido muy bien, y que no había ningún problema para la anestesia. También me aseguró que la otitis no representaba ningún peligro para la intervención.

Y aquí me tenéis. Contenta porque las pruebas han dado buenos resultados, y porque, espero, que nada impedirá que muy pronto luzca senos “nuevos”. Aunque el anestesista me advirtió que es una operación dolorosa, yo le razoné que: “¡después de perder dos pechos en un quirófano, para mí no es nada la reconstrucción!