Cuando llegué al hospital para recibir los medicamentos de la sexta y última sesión de quimioterapia, no me encontraba especialmente contenta ni animada. Me sentía apática. Ni yo misma sabía por qué mi mente reaccionaba de una forma tan fría. Todo el mundo, Eduardo, amigos, familiares… se empeñaban en recordarme con gran alegría que “era la última toma, que ya había terminado”. Debía estar contenta, pero… mi alma se negaba a sentirse aliviada.
Era verdad que se habían acabado las torturas de la quimioterapia, pero… ¿para siempre? Esa pregunta todavía hoy me martillea el cerebro. Quienes me quieren, piensan y me transmiten que he superado el cáncer, que nunca en la vida deberán volver a administrarme quimio, pero… yo no lo tengo tan claro. Por lo menos no lo siento así. Si el cáncer ya ha atacado mi cuerpo dos veces, ¿por qué no tres?
Después de una intervención de hemorroides, encontraron las células malignas al hacer la biopsia posterior, y en consecuencia y por lo tanto, ya las habían extirpado de mi cuerpo. Este tipo de cáncer, si se coge a tiempo, -como fue mi caso- no entraña riesgos para la vida del paciente, porque no crea metástasis. Ahora bien, si no se controla adecuadamente, acaba por diseminarse por todo el recto, por los tejidos anexos, a los ganglios linfáticos, y finalmente, a órganos importantes como hígado, ovarios o riñones.
Aquí no acaban mis antecedentes con células “complicadas”. A los veinte años sufrí lo que se llama displasia cervical, que es un desarrollo anormal de células en el cuello del útero. Esta enfermedad no es cáncer, pero estas células pueden convertirse en cancerosas si no se tratan adecuadamente. Actualmente se habla mucho de este mal, porque el ya conocido Virus del Papiloma Humano es una causa común de él. En España han empezado a vacunar a niñas y a adolescentes contra este virus, pero ha creado problemas a alguna de las vacunadas. Mi ginecóloga me quemó con láser estos tejidos anormales, y, por fortuna, nunca más he vuelto a padecer displasia.
Con todo lo que os he contado, ¿entendéis que mi cabeza le dé vueltas a la posibilidad de recaer de mi cáncer actual? Lo que siento es absolutamente humano…
Está claro que esta enfermedad requiere grandes dosis de paciencia. Y avanzar poco a poco, alcanzando metas. Pero soy demasiado impulsiva, y me gustaría poder decirme ya: “Dulós, tu cuerpo está sano”. No tengo otro remedio que esperar a junio. No por ello voy a desperdiciar estos tres meses llorando mi pena, deprimiéndome y encerrándome en casa. Me niego. Seguiré disfrutando todo lo que pueda. Seguro que con esta actitud ganaré más que perderé.
Al acabar esta última sesión, Eduardo quiso “celebrarlo”, y sin yo saberlo, había comprado una caja de bombones y me la dio en el mismo hospital de día. Pero la gran fiesta todavía está por llegar. Serán unos momentos mágicos, seguro.
Eduardo:
Pues ha sido la última, pero no lo parece. Dulós no se ha hecho a la idea de que ya no hay más, y creo que su problema son los nervios. Después de estos meses de pasarlo mal, ahora queda la larga espera hasta los análisis completos para saber que todo ha acabado. Básicamente, tiene mucho miedo.
En los análisis previos a la última quimio, todo estaba perfecto, como siempre... sólo salió un poquito alto el colesterol… Debe ser por los medicamentos porque nunca se ha cuidado tanto una alimentación como lo hace Dulós con la suya. Pero en estas pruebas había un dato nuevo que en otros análisis nunca nos había planteado la doctora: al ver los resultados, nos comento que hasta el día siguiente no sabríamos cómo habían salido “los marcadores tumorales”. ¡Esto no lo sabíamos!, en el resto de los análisis de cada quimio nunca nos habían incluido “los marcadores” -que nosotros sepamos-. Así que yo me lo tomé como una primera aproximación a los resultados de tantos meses de sufrimiento, y en la confianza de que todo iba a salir bien, no volví a nombrar el tema. Con la Doctora Laura Gracía Estévez quedamos en que si saliera algo, digamos, fuera de lo normal, nos avisaría por teléfono. Le quitamos hierro al asunto, nos fuimos a la quimio, y después a casa. Fin del martirio silencioso.
Y efectivamente, no hubo llamada del hospital, por tanto, todo correcto, tan correcto que ni lo hemos comentado en casa, y cuando Dulós lea lo que estoy escribiendo… sonreirá. Y a recuperarse para los análisis, que ya queda menos. Esto ya está “¡finiquitado!”