Nuri llevó su enfermedad de una manera muy diferente a la mía. A Nuri le encantaba viajar. Recuerdo que un verano, al volver de unas vacaciones en Irán, la ingresaron en el hospital de Sant Pau de Barcelona. Tenía la barriga muy hinchada y le dolía mucho. Sin todavía prescripción médica, Nuri y yo comentamos la posibilidad de que hubiera cogido algún virus en su viaje.
El caso es que cuando me enteré que padecía cáncer fue un año antes de que falleciera. Pero ella ya supo de su mal mucho antes. Y ese dolor no quiso compartirlo con casi nadie. Yo lo supe porque me lo dijo Franc, un chico del grupo de amigos. “No lo digas a nadie, ni a ella tampoco, porque no quiere que se sepa”. Franc también me dijo que Nuri llevaba peluca. Me impresionó muchísimo. Yo no había notado nada, parecía su pelo de verdad, con el mismo color, el mismo corte. Pero yo me la imaginaba sin pelo, y me moría de pena…
Nuri no tenía padres. Su madre también había fallecido de cáncer y su padre del corazón. Vivía con su hermana un par de años menor que ella. Nuri era de mi edad. Y cada año en nochebuena, el grupo de amigos íntimos, después de cenar con nuestros padres, continuábamos la fiesta en casa de Nuri. Aquél día éramos como su familia, todos la queríamos un montón, y todos nos queríamos. Hasta bien entrada la madrugada, charlábamos relajadamente ante la chimenea, comíamos frutos secos y jugábamos una partida de Trivial Pursuit. Lo pasábamos realmente bien.
Y llegó un día en que Nuri se abrió. Y habló claramente y directamente de su enfermedad. Y la escuché decir en voz alta la palabra “cáncer”. Recuerdo cómo luchaba ferozmente contra la enfermedad. Ella nunca imaginó su muerte. Nunca. Nuri se cuidaba mucho. Y después de varias sesiones de quimioterapia, me contó que la someterían a un tratamiento experimental. Ella estaba segura de que funcionaría. Pero yo me llené de dudas…
Y llegó el 24 de diciembre en que hablé por última vez con ella. Ese año no fui a su casa porque yo ya vivía en Madrid. Esas navidades las disfrutó, fue muy feliz, pero después de las fiestas… todo cambió. Harta de sufrimiento, dejó de luchar. No sé qué le pasaría, desconozco las razones de este cambio…
No supe de ella nada, ni tan siquiera que eran sus últimos días, hasta que el 17 de enero me llamó mi hermana y me dijo: “La Nuri s’ha mort”.
¿Cómo no voy ahora a pensar en mi querida amiga Nuri? Tú luchaste y perdiste. Yo lucho y… Sé que voy a vencer, sé que soy fuerte, que me han diagnosticado la enfermedad a tiempo, pero en un rincón de mi corazón está tu recuerdo, Nuri. Y estas navidades has estado más presente que nunca en mis pensamientos. Tu fortaleza ante el cáncer me anima, el recuerdo de tu feroz lucha me da coraje, tu alegría ante la enfermedad se me contagia… Te tengo presente Nuri, y me acuerdo de ti. Alguna lágrima he derramado: por ti, y también por lo que será de mí.