Ya luzco mis pechos definitivos. Los pechos que me acompañarán el resto de mi vida. Unos pechos que permanecerán firmes mientras mi cuerpo vaya envejeciendo. Durante los días previos a la operación en la que me han implantado las prótesis de silicona, me he sentido muy inquieta. Porque sé que ahora ya no tendré excusa para seguir echando de menos mis senos auténticos. Me digo: “ya está bien de tonterías… ¡Ya es hora de que aceptes tus nuevos pechos!” Lo sé. Pero el subconsciente todavía se niega a aceptar la realidad y a ver mis nuevos senos de silicona como algo bueno para mí. Veréis:
La noche antes de la operación tuve una pesadilla horrible. A las 5 de la mañana me desperté sobresaltada. En el sueño, me obligaban a viajar en avión. Yo gritaba que no podía volar, que temía por mis pechos, que podían estallar. Pero varias personas me subieron a rastras al avión… En la siguiente imagen que recuerdo me veo a mi misma atada a la butaca con los pechos reventados. Estoy llena de sangre y grito desesperadamente: “¡lo sabía!, ¡ya os lo decía!” En ese momento me desperté. Lo pasé fatal. Nunca llegué a creerme la historia del estallido de los pechos de la actriz Ana Obregón en un avión. De todas maneras, dejaré de ver tanto programa del corazón…
El día de la operación ingresé a la una del mediodía en el Hospital de Madrid Sanchinarro, en ayunas. Después del papeleo de rigor, Eduardo, su madre y yo subimos a la habitación. Me puse el camisón del hospital, y a los pocos minutos vinieron a buscarme para ir al quirófano. Una vez allí, todo fue muy rápido. Recuerdo que me pusieron el brazalete para controlar la tensión, en vez de en el brazo, en la pierna. Me llenaron de “cachivaches”, y me dormí mientras charlaba de mis nuevos pechos con las doctoras que me estaban preparando para la intervención. El despertar de la operación, también fue curioso. Recuerdo como “flashes” en los que grito: “¡ya tengo pechos!, ¡mis pechos!”, mientras me tocaba la zona con las manos para asegurarme de que los tenía implantados.
Estuve adormilada todo el día. Eduardo cogía el teléfono, que no paraba de sonar, y explicaba a familiares y amigos que todo había ido muy bien. Ya por la noche, me espabilé un poco, pero me sentía tan dolorida y cansada que apenas miré la televisión.
Después de una noche tranquila, me desperté con un dolor fuerte en el pecho, pero también con un raro escozor en el escote. Enseguida vi que el esparadrapo me quemaba la piel. La enfermera me lo quitó como pudo, porque al estirar se llevaba parte de mi piel con él y me hacía mucho daño. El esparadrapo me había producido alergia. Está claro que las sesiones de quimioterapia han dejado mi cuerpo demasiado sensible y débil.
El doctor Martínez Murillo me visitó muy pronto. Pasaban pocos minutos de las ocho de la mañana. Miró las cicatrices, y me explicó que había agrandado la zona que ocupaban los expansores, para que las prótesis se esparcieran más. Entendí porqué me hacía tanto daño la zona de debajo de las axilas y por encima de las costillas. Me dio el alta y me fui a casa.
Ahora estoy convaleciente. Paso los días descansando, escribiendo, leyendo… es toda la actividad que me permite el post-operatorio. Y contestando al teléfono. Todas las personas que llaman me felicitan por tener ya implantados mis nuevos pechos. Pero yo les explico que me siento casi igual de mutilada que antes de la operación. Creo que hasta que no me reconstruyan los pezones, me veré así. La intervención será dentro de unos dos meses. El camino de sentirse de nuevo mujer es lento y tortuoso. Pero sé que lo conseguiré. Aunque sufro, no pierdo la esperanza.
Eduardo
Volvemos a estar en una habitación del Hospital de San Chinarro… La situación nos resulta bastante familiar, pero hay muchísimo menos nerviosismo en el ambiente. No tiene nada que ver con la primera vez que estuvimos ingresados. En cuanto llegamos, Dulós ordenó sus cosas y se puso el camisón, y en poco menos de media hora ya vinieron a por ella. ¡Qué diferencia con la primera operación, en la que se fue llorando y casi gritando porque... la iban a amputar! Esta vez, estábamos de tan buen humor que incluso fuimos capaces de bromear con el camillero. Yo creo que no pasaron ni 45 minutos y Dulós ya estaba de vuelta en la habitación, y además, medio despierta. Otra gran diferencia de la primera intervención: esta vez sólo venia con goteros puestos, nada de botes de drenaje, nada de vendajes por todo el cuerpo… ¡su aspecto era mucho mejor!