Dulós:
Estas últimas semanas he tenido un bajón. Los médicos y las enfermeras me dicen que no me preocupe, que es normal, que esperar las pruebas de “los tres meses” es angustioso y extenúa psicológicamente. ¡Y vaya si es verdad! Me siento como si hubiera estallado el volcán que crecía en mi interior. Estoy nerviosa, cansada de esperar y esperar, me sigo viendo fea por más que mis cabellos vayan creciendo… y sobretodo, necesito que alguien me diga que todo el sufrimiento que soporto desde hace tantos meses ha valido para algo. Necesito que me digan: ¡estás bien, no tienes metástasis! Ver la muerte de tan cerca durante mucho tiempo agota al más fuerte.
Esta semana he empezado con los famosos análisis y pruebas que se realizan a los tres meses de terminar la quimioterapia. El primer día, en casa, me arreglé y maquillé a conciencia. Me sentía como quien va al patíbulo a morir, y me dije:”a la muerte con mis mejores galas”. Quería sentirme más fuerte de lo que había estado los últimos días por si debía escuchar alguna mala noticia. No se trataba de dar pena a nadie. Al salir del domicilio, le dije a Eduardo que me sentía agobiada. Me preguntó que por qué, y le contesté nerviosa: “¡porque me pueden decir que tengo cáncer en los pulmones, en el hígado, o en la punta del pie!”. Me sentía al borde de un precipicio, como si dependiera de una simple y leve ráfaga de viento despeñarme o seguir en pie. Mi pareja intentó animarme y me dijo: “Dulós, tienes que ser positiva, ya verás que todo va a ir bien”.
La primera de las pruebas que me han practicado en el Hospital de Madrid Norte Sanchinarro ha sido una radiografía de tórax. Cuando la enfermera nos entregó a Eduardo y a mí las placas para que las guardáramos, las saqué del sobre y las miré detalladamente, con las manos temblorosas. Los pulmones se veían como siempre se ven en una radiografía, negros. Entre la negrura, vi unas manchas blancas… “¡Qué tontería!” me dijo Eduardo, “¡no pretenderás ahora saber leer las radiografías!”. Nos sonreímos, y me calmé.
A los pocos minutos, una doctora me llamó. Me iba a hacer una eco abdominal. Entré en la consulta, me tumbé en la camilla, y me extendió el gel por el abdomen. La médico comenzó a ver mis órganos abdominales por la pantalla. Yo no paraba de hablar, como siempre hago cuando estoy nerviosa. Ella me explicó que era de Córdoba, que su padre vivía en Francia y que también padecía cáncer… Yo, hablaba y escuchaba, pero mis sentidos estaban centrados en la prueba. Me fijaba en cómo la doctora movía la mano, dónde paraba el aparato para capturar una imagen, miraba su expresión… hasta que dijo: “tienes el hígado muy bien”. En ese momento casi salto de la camilla para abrazarla. “¿De verdad?”, le pregunté. “Sí, está perfecto”… “¿Y los riñones?... ¿qué tal?” añadí. La doctora me explicó que tenía unos quistes de líquido que no tenían nada que ver con el cáncer y que no eran para nada peligrosos. La prueba, había resultado todo un éxito.
Tan sólo me habían practicado dos exámenes de la larga serie prescrita, pero a mí, ya me animaron y pude dejar atrás mis pensamientos oscuros. Todavía tumbada en la camilla, por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajada, sosegada… feliz. Volvía a verme con un pie en la tierra.
Antes de salir, le expliqué que estaba escribiendo un blog sobre mi enfermedad, y le pregunté si quería hacerse una fotografía conmigo para publicarla. Sentenció:”por supuesto, me encantará salir en el blog y animar a otros enfermos”. La sesión de fotos fue de lo más divertida. Estábamos sólo ella y yo en la consulta, y tuvimos que utilizar el disparador automático de la cámara. Pero no acertábamos con el encuadre. A la doctora se le ocurrió cambiar de lugar una estantería para que nos sirviera de base para la cámara. Al final, las dos quedamos contentas. Antes de irme, nos dimos unos besos de despedida deseándonos… ¡salud, mucha salud!
Eduardo:
Si, estas esperas son duras y en algún momento tiene que aflorar tanta tensión, y en esos momentos estamos. Lo cierto es que lo que menos hemos hecho durante todo este tiempo de espera es hablar sobre las pruebas, pero conforme se iba acercando el momento, la tensión iba creciendo. De hecho, al dirigirnos al hospital, Dulós y yo casi no nos hemos cruzado palabra y en la sala de espera -hacía mucho tiempo que no estábamos en esa sala- nos hemos dedicado al noble arte del “terraceo”, o sea, comentarios banales del sitio, de las personas de la sala, sin ninguna trascendencia. Cualquier cosa que nos hiciera llevar la imaginación lejos.
Llega el momento en que Dulós entra a hacerse la ecografía. Ahora ya sabemos por qué tardó tanto en salir de la consulta, pero en aquel momento a mi me pareció eterno. Hasta que salió del examen, y sólo con ver su cara, ya lo decía todo…de momento las cosas iban bien. Muy bien. ¡Nos fuimos de “turné” por el hospital para saludar a tanta gente conocida! Terminamos celebrando las buenas noticias en la cafetería. Dulós andaba en ayunas, y yo soy muy solidario…