sábado, 23 de enero de 2010

¡Abrumada!

Las lágrimas me impiden ver con claridad las palabras que escribo en la pantalla del ordenador. Hoy me he sentido todo el día especialmente sensible -el no poder desplazarme no me anima mucho-, y ahora, cuando ya son las once de la noche, no puedo reprimir mis sollozos. No lloro de tristeza, no. Lloro de emoción, de alegría, de felicidad. ¿Cómo es posible que en tan pocos días, haya recibido en mi blog más de 30 mensajes tan animosos y cariñosos de mis amigos-lectores después de haberos abandonado durante casi cuatro meses? Me siento abrumada. No os correspondo como es debido. ¡Quedan tan pobres mis palabras al lado de las vuestras!

Esta tarde me ha llamado Pepi, mi amiga incondicional e inseparable de Palamós, en Girona. Hemos charlado de un modo íntimo, como siempre. Ella habla mucho, como acostumbra, pero siempre sobre mí. Cuando cuelgo el teléfono, me doy cuenta de que no hemos conversado casi nada de sus cosas, de su familia… Creo que me quiere mucho. Es un cielo. Al final de la conversación le he dicho: ¡sí, mamá!, porque Pepi insiste una y otra vez en que para volver a ser la Dulós de siempre, lo único que debo hacer es cuidarme. Hemos hablado un buen rato de lo fuerte que yo soy. Física y mentalmente. Le he confesado que yo misma me sorprendía con lo que estaba aguantando con tanta fortaleza y buen humor. Mi amiga me ha hecho sentir muy feliz durante los minutos que ha durado la conversación.

Sigo con las muletas, sin poder hacer nada de nada, ni tan siquiera llevar un plato a la mesa, si no es dentro de una bolsa de plástico colgada de la asidera de los apoyos. La traumatóloga me ha dicho que el fémur roto tiene que soldarse. Así, mi plan de actividades es: todo el día en casa. Televisión. Comer en la cocina. Televisión. Ir al baño. Televisión. Y poco más. Constantemente me digo: “Todo pasa, todo se supera”. Pero habrá que tener paciencia, porque según la doctora, el hueso puede tardar en juntarse desde tres meses a un año y medio. ¡Menuda noticia!

Me he hecho una densitometría -prueba que evalúa el estado de los huesos-, y el diagnóstico es: osteoporosis, que según el diccionario significa “fragilidad de los huesos producida por una menor cantidad de sus componentes minerales, lo que disminuye su densidad”. Ésta es una enfermedad que suelen sufrir las personas de avanzada edad. La prueba me la encargó la reumatóloga, que la evaluará en nuestra próxima cita, a final de este mes.

También a final de mes tengo mi segunda revisión oncológica. La primera la pasé en octubre, con éxito. Estoy un poco nerviosa, la verdad. Todavía soy novata en este tema. Y las revisiones están demasiado cercanas una de la otra, lo que me hace creer que el riesgo de recaer en el cáncer es alto. Pero aquí estoy yo para seguir luchando.


domingo, 10 de enero de 2010

Nueva vida

El final del verano y el otoño de 2009 han marcado un antes y un después en mi vida. Mientras el cáncer me había hecho valorar y aprovechar cada instante de mi vida, unas cadenas hirientes me apretaban cada vez más fuerte, tanto, que no podía evitar que mis lágrimas brotaran a todas horas. Cada día me sentía más pequeña, como un objeto vano e inútil. Pero por fin opté por la vida y fui capaz de gritar “¡no!”. Y ese camino sólo lo podía iniciar sola… Edu ha dejado de formar parte de mis expectativas de vida. Cortar con él en el mes de octubre ha sido una decisión meditada y dolorosa. Ése ha sido el motivo de mi larga ausencia en el blog.

Ahora, río todos los días y a todas horas, me siento radiante, tranquila, alegre… ahora pienso que la vida me sonríe, que soy afortunada y que por fin puedo decir que padecer cáncer me ha hecho mucho mejor persona. Y lo digo con la plenitud del significado de estas palabras. He empezado una nueva existencia, que con todo lo que he vivido, se que será llena y rica.


En navidad fui a pasar unos días de vacaciones a casa de mis padres a Palamós en Girona. El día 27 de diciembre salí a cenar con unas amigas de la adolescencia. Gustamos de unos erizos de mar y rape a la plancha, todo fresquísimo y buenísimo. Lo pasamos genial. Alrededor de la una de la madrugada nos retiramos.














Andando por la calle, tuve la mala fortuna de pisar un charco, resbalé y caí de culo al suelo. ¡Qué dolor tan intenso sentí en la pierna derecha! ¡Me había roto la cabeza del fémur! Me llevaron a urgencias, a las 11 de la mañana ya estaba en el quirófano del hospital y a las 4 de la tarde descansaba en la habitación con una cicatriz de 15 cms en el muslo, una placa y unos cuantos clavos en el fémur. En total, estuve una semana ingresada.


Debería estar muy cabreada. Pero no. Sigo con una fortaleza increíble. La recuperación será lenta y dura, pero no pienso deprimirme. No, ahora no, porque sé que ha sido “una mal paso” -nunca mejor dicho-, y que la vida me sigue sonriendo. ¡Me esperan tantas cosas! Comí las uvas en el hospital con mis padres y fue una experiencia curiosa. Y esos días me visitaron muchos amigos, algunos de ellos compañeros de instituto que hacía años que no veía. No tenía derecho a quejarme de nada, porque por fortuna son muchas las personas que siguen cuidándome y queriéndome.














Una ambulancia me llevó de regreso a Madrid, a mi casa. El médico

dijo que no podía viajar sentada, tenía que ir recostada en un colchón “de vacío”, relleno de una bolitas de porexpán, para no notar nada los baches de la carretera. Así que no tuve otra opción que el viaje en ambulancia.


Ya estoy en casa y he empezado el periplo de médicos: de cabecera, reumatólogo, traumatólogo, oncólogo… a mi edad, cualquier rotura de cabeza de fémur que no sea un accidente de coche o muy traumática –como una caída de un tercer piso, por ejemplo- se considera osteoporosis. Y en esas estoy. Cada vez me muevo mejor por los hospitales… ¡como Pedro por su casa!

domingo, 4 de octubre de 2009

¡Os quiero tanto!

Estoy bien... No hace falta que os diga que lo he pasado mal, sin tan siquiera ganas de encender el ordenador. Ya se que me merezco una gran regañina, y que a los amigos no se los abandona así. No tengo palabras de disculpa... y más aún viendo lo mucho que me cuidáis y queréis todos vosotros. La Dulós fuerte y valiente ha tenido un pequeño resbalón, pero ya vuelve a estar en forma. !No sabéis lo mucho que os quiero!

miércoles, 5 de agosto de 2009

¡Más vale reir que llorar!


Dulós:
Siempre he destacado por tener una pésima memoria -qué lástima, me digo, porque para ser inteligente se precisa de ella-. Para suplir su falta, -porque lista creo que sí lo soy-, me valgo de infinidad de trucos y astucias.


Desde el inicio de mi enfermedad me propuse no perder ni un solo detalle de todo lo que viviera o pasara a mi alrededor. Para ello, compré una gran caja de cartón de esas que venden en los chinos, estampadas con flores de colores, y en ella fui almacenando regalos, escritos y recuerdos.


Esta mañana me sentía eufórica y contenta, y he abierto la caja con mucha ilusión. Con la ilusión de recordar momentos duros, pero también con aquellos que me hicieron reír cuando más hundida estaba. Lo primero que he cogido ha sido una pequeña libreta de tapas azules con incrustaciones de piedras que he llevado en el bolso durante meses. En ella anotaba mis actividades y sensaciones diarias. Era una especie de diario personal que luego me servía de base para escribir mi blog sobre el cáncer.


En una de sus primeras páginas he leído sobre una llamada de teléfono que, ahora y con el tiempo, se ha vuelto muy especial. Dos días después de haber perdido los pechos y acostada en la cama del hospital, me llamó un amigo muy querido, que es psiquiatra. Solo hablar con él siempre me levanta el ánimo. Esta vez también lo consiguió. Me hizo reír a carcajadas. Recuerdo, que, para consolarme, me soltó:

-“Tú lo que necesitas es un buen revolcón”
- “Sí… Pero tengo un problemilla: un revolcón sin pechos sería un poco chocante, ¿no?”
- “Cosas más raras se han visto”-me dijo.


La conversación fue cada vez más divertida y cómica, y los dos acabamos llorando de risa, aunque yo tenía que contenerme porque me dolía hasta el último cabello de mi cuerpo. Cuando conseguimos calmarnos un poco, le confesé que era yo la que animaba a familiares y amigos que venían a verme al Hospital. Para ello, intentaba estar todo el día de guasa. No quería que se sintieran mal por verme abatida. Por ejemplo, cuando me llamaban por teléfono y me preguntaban: “¿cómo estás?”, yo, sonriendo, respondía: “¡sin tetas!”


A mi amigo psiquiatra también le plantee que ya en aquellos momentos me preocupaba si tener esa actitud tan positiva estaba bien o mal, porque sentía un terrible miedo a despeñarme más adelante. No entendía muy bien cómo podía una sentirse tan bien con una enfermedad tan grave y habiendo perdido los dos pechos. Me sentía un bicho raro o como si estuviera viviendo un sueño. Mi amigo el psiquiatra me repetía que uno no se deprime si no quiere, si saca fuerzas de donde sea para evitarlo. Que era una lucha diaria el vivir positivamente…Y hasta hoy: si la gran depresión no ha llegado, ya nunca llegará.

lunes, 3 de agosto de 2009

Más ligera que el viento


Dulós:


Cuando estoy muy nerviosa, siempre me entran ganas de ir al baño. Es lo que me pasó cuando la enfermera estaba buscando el sobre con los resultados del Pet-Tac. Me pareció que tardaba demasiado tiempo, y como la espera ante el mostrador de radiología del Hospital de Sanchinarro se me hacía eterna, le dije a Eduardo que iba un momento al servicio. Al volver, mi pareja me miraba con ojos tiernos y humedecidos, y su sonrisa era dulce. Tenía el papel en la mano. Le pregunté: “¿ha salido bien, verdad?” Me dio un beso, nos fundimos en un intenso abrazo, y me dijo que sí, que había salido bien.

Hacía prácticamente un año que había escuchado la palabra cáncer. Hacía un año que cargaba con el enorme peso de la enfermedad. Muchos meses de lucha, sufrimiento, lágrimas… Y hoy, el resultado de una prueba me había convertido en vencedora de la batalla. Hoy, al certificar que en mi cuerpo no había “evidencia de enfermedad maligna activa en el momento actual” había subido al podio más alto de la vida para empezar a caminar de nuevo. En esos momentos, noté que andaba más ligera, como si pesara diez quilos menos. Como si me hubiera desprendido de una enorme piedra que llevaba encima de mi espalda. Y respiraba más hondo, se me llenaban completamente los pulmones de aire a cada bocanada. Me sentía como una pluma.

Pero los nervios no perdonan. Un año anidando en mis entrañas. Días antes de recoger el resultado, volví a padecer vómitos y me salieron de nuevo los molestos granos por algunas zonas de mi cuerpo. Y, ya contenta con el resultado en la mano, los nervios decidieron estallar y salir de mi cuerpo. Rompí a llorar desconsoladamente. Pero lloré de emoción, de alegría, de felicidad… ¡Qué bonitas y dulces saben estas lágrimas!

Tras recoger la prueba, tenía visita con la oncóloga Laura García Estévez. Esta vez el examen fue corto. Me felicitó, por supuesto, y me dijo que no me quería ver hasta octubre. “Ni yo a ella”, pensé con alegría. Dos meses por delante sin analíticas, ni ecografías, ni quimioterapia, ni… Aunque si tendré que pisar un hospital en un mes, porque el 11 de septiembre tengo que acudir al quirófano para la reconstrucción de mis pechos. Mantuvimos una breve conversación en la que le comenté lo contenta y orgullosa que me sentía de tener tantas amistades que me quisieran tanto y que me hubieran ayudado a superar la enfermedad. En este punto, la doctora tuvo una expresión de “duda”. Le dije:”…algunas personas nos demuestran más amor del que sienten, precisamente porque estamos enfermas, ¿verdad?”. “Sí”, asintió. Me hizo reflexionar.

La cita en el hospital había sido a las siete de la tarde. Al llegar a casa, preparamos una cena especial al estilo catalán-manchego, que nos encanta a toda mi familia, y a Eduardo también: pan con tomate, embutidos, quesos, y tortilla de patatas.

Una de las primeras llamadas de teléfono que recibí fue la de mi suegra Ana Mª. No he conocido persona que se repita tanto en sus palabras: “¿qué necesitas? Pídemelo…” Pero esta vez le dije que gracias, que no necesitaba nada, que tenía salud, a su hijo y a mis padres. ¿Qué más podría desear?

Esa noche dormí como un angelito, sino fuera por los molestos sofocos, que no hay manera de quitármelos de encima, por más remedios naturales que tome. Al día siguiente, no podía dejar de saltar y bailar por la calle y por dondequiera que fuera. Mi madre no hacía más que reír. Parecíamos dos niñas chicas.

Mis padres habían llegado a casa tres días antes de comunicarme el resultado de la prueba. Decidieron venir porque cada vez que me llamaban por teléfono, yo no hacía más que llorar. Tenía la sensibilidad a flor de piel, y la decisión de viajar fue acertada, porque con ellos me distraje mucho y me ayudaron a pasar con rapidez las horas.
En aquellos momentos pensar en la posibilidad de volver a empezar de nuevo el combate contra el cáncer me erizaba los cabellos y me hundía en la oscuridad. Pero, ¡qué caray! una ya es experta y sabe a ciencia cierta que la guerra estará ganada una vez más.