Dulós:
Cuando estoy muy nerviosa, siempre me entran ganas de ir al baño. Es lo que me pasó cuando la enfermera estaba buscando el sobre con los resultados del Pet-Tac. Me pareció que tardaba demasiado tiempo, y como la espera ante el mostrador de radiología del Hospital de Sanchinarro se me hacía eterna, le dije a Eduardo que iba un momento al servicio. Al volver, mi pareja me miraba con ojos tiernos y h
umedecidos, y su sonrisa era dulce. Tenía el papel en la mano. Le pregunté: “¿ha salido bien, verdad?” Me dio un beso, nos fundimos en un intenso abrazo, y me dijo que sí, que había salido bien.
Hacía prácticamente un año que había escuchado la palabra cáncer. Hacía un año que cargaba con el enorme peso de la enfermedad. Muchos meses de lucha, sufrimiento, lágrimas… Y hoy, el resultado de una prueba me había convertido en vencedora de la batalla. Hoy, al certificar que en mi cuerpo no había “evidencia de enfermedad maligna activa en el momento actual” había subido al podio más alto de la vida para empezar a caminar de nuevo. En esos momentos, noté que andaba más ligera, como si pesara diez quilos menos. Como si me hubiera desprendido de una enorme piedra que llevaba encima de mi espalda. Y respiraba más hondo, se me llenaban completamente los pulmones de aire a cada bocanada. Me sentía como una pluma.
Pero los nervios no perdonan. Un año anidando en mis entrañas. Días antes de recoger el resultado, volví a padecer vómitos y me salieron de nuevo los molestos granos por algunas zonas de mi cuerpo. Y, ya
Tras recoger la prueba, tenía visita con la oncóloga Laura García Estévez. Esta vez el examen fue corto. Me felicitó, por supuesto, y me dijo que no me quería ver hasta octubre. “Ni yo a ella”, pensé con alegría. Dos meses por delante sin analíticas, ni ecografías, ni quimioterapia, ni… Aunque si tendré que pisar un hospital en un mes, porque el 11 de septiembre tengo que acudir al quirófano para la reconstrucción de mis pechos. Mantuvimos una breve conversación en la que le comenté lo contenta y orgullosa que me sentía de tener tantas amistades que me quisieran tanto y que me hubieran ayudado a superar la enfermedad. En este punto, la doctora tuvo una expresión de “duda”. Le dije:”…algunas personas nos demuestran más amor del que sienten, precisamente porque estamos enfermas, ¿verdad?”. “Sí”, asintió. Me hizo reflexionar.
La cita en el hospital había sido a las siete de la tarde. Al llegar a casa, preparamos una c
Una de las primeras llamadas de teléfono que recibí fue la de mi suegra Ana Mª. No he conocido persona que se repita tanto en sus palabras: “¿qué necesitas? Pídemelo…” Pero esta vez le dije que gracias, que no necesitaba nada, que tenía salud, a su hijo y a mis padres. ¿Qué más podría desear? 
Esa noche dormí como un angelito, sino fuera por los molestos sofocos, que no hay manera de quitármelos de encima, por más remedios naturales que tome. Al día siguiente, no podía dejar de saltar y bailar por la calle y por dondequiera que fuera. Mi madre no hacía más que reír. Parecíamos dos niñas chicas.
Mis padres habían llegado a casa tres días antes de comunicarme el resultado de la prueba. Decidieron venir porque cada vez que me llamaban por teléfono, yo no hacía más que llorar. Tenía la sensibilidad a flor de piel, y la decisión de viajar fue acertada, porque con ellos me distraje mucho y me a
En aquellos momentos pensar en la posibilidad de volver a empezar de nuevo el combate contra el cáncer me erizaba los cabellos y me hundía en la oscuridad. Pero, ¡qué caray! una ya es experta y sabe a ciencia cierta que la guerra estará ganada una vez más.