
Dulós:
Siempre he destacado por tener una pésima memoria -qué lástima, me digo, porque para ser inteligente se precisa de ella-. Para suplir su falta, -porque lista creo que sí lo soy-, me valgo de infinidad de trucos y astucias.
Siempre he destacado por tener una pésima memoria -qué lástima, me digo, porque para ser inteligente se precisa de ella-. Para suplir su falta, -porque lista creo que sí lo soy-, me valgo de infinidad de trucos y astucias.
Desde el inicio de mi enfermedad me propuse no perder ni un solo detalle de todo lo que viviera o pasara a mi alrededor. Para ello, compré una gran caja de cartón de esas que venden en los chinos, estampadas con flores de colores, y en ella fui almacenando regalos, escritos y recuerdos.
Esta mañana me sentía eufórica y contenta, y he abierto la caja con mucha ilusión. Con la ilusión de reco


En una de sus primeras páginas he leído sobre una llamada de teléfono que, ahora y con el tiempo, se ha vuelto muy especial. Dos días después de haber perdido los pechos y acostada en la cama del hospital, me llamó un amigo muy querido, que es psiquiatra. Solo hablar con él siempre me levanta el ánimo. Esta vez también lo consiguió. Me hizo reír a carcajadas. Recuerdo, que, para consolarme, me soltó:
-“Tú lo que necesitas es un buen revolcón”
- “Sí… Pero tengo un problemilla: un revolcón sin pechos sería un poco chocante, ¿no?”
- “Cosas más raras se han visto”-me dijo.
- “Sí… Pero tengo un problemilla: un revolcón sin pechos sería un poco chocante, ¿no?”
- “Cosas más raras se han visto”-me dijo.

La conversación fue cada vez más divertida y cómica, y los dos acabamos llorando de risa, aunque yo tenía que contenerme porque me dolía hasta el último cabello de mi cuerpo. Cuando conseguimos calmarnos un poco, le confesé que era yo la que animaba a familiares y amigos que venían a verme al Hospital. Para ello, intentaba estar todo el día de guasa. No quería que se sintieran mal por verme abatida. Por ejemplo, cuando me llamaban por teléfono y me preguntaban: “¿cómo estás?”, yo, sonriendo, respondía: “¡sin tetas!”

A mi amigo psiquiatra también le plantee que ya en aquellos momentos me preocupaba si tener esa actitud tan positiva estaba bien o mal, porque sentía un terrible miedo a despeñarme más adelante. No entendía muy bien cómo podía una sentirse tan bien con una enfermedad tan grave y habiendo perdido los dos pechos. Me sentía un bicho raro o como si estuviera viviendo un sueño. Mi amigo el psiquiatra me repetía que uno no se deprime si no quiere, si saca fuerzas de donde sea para evitarlo. Que era una lucha diaria el vivir positivamente…Y hasta hoy: si la gran depresión no ha llegado, ya nunca llegará.