Ya luzco mis pechos definitivos. Los pechos que me acompañarán el resto de mi vida. Unos pechos que perm

La noche antes de la operación tuve una pesadilla horrible. A las 5 de la mañana me desperté sobresaltada. En el sueño, me obligaban a viajar en avión. Yo gritaba que no podía volar, que temía por mis pechos, que podían estallar. Pero varias personas me subieron a rastras al avión… En la siguiente imagen que recuerdo me veo a mi misma atada a la butaca con los pechos reventados. Estoy llena de sangre y grito desesperadamente: “¡lo sabía!, ¡ya os lo decía!” En ese momento me desperté. Lo pasé fatal. Nunca llegué a creerme la historia del estallido de los pechos de la actriz Ana Obregón en un avión. De todas maneras, dejaré de ver tanto programa del corazón…
El día de la operación ingresé a la una del mediodía en el Hospital

Estuve adormilada todo el día. Eduardo cogía el teléfono, que no paraba de sonar, y explicaba a familiares y amigos que todo había ido muy bien. Ya por la noche, me espabilé un poco, pero me sentía tan dolorida y cansada que apenas miré la televisión.
Después de una noche tranquila, me desperté con un dolor fuerte en el pecho, pero también con un raro escozor en el escote. Enseguida vi que el esparadrapo me quem
El doctor Martínez Murillo me visitó muy pronto. Pasaban pocos minutos de las ocho de la mañana. Miró las cicatrices, y me explicó que había agrandado la zona que ocupaban los expansores, para que las prótesis se esparcieran más. Entendí porqué me hacía tanto daño la zona de debajo de las axilas y por encima de las costillas. Me dio el alta y me fui a casa.
Ahora estoy convaleciente. Paso los días descansando, escribiendo, leyendo… es toda la actividad que me permite el post-operatorio. Y contestando al teléfono. Todas las personas que llaman me felicitan por tener ya implantados mis nuevos pechos. Pero yo les explico

Eduardo
Volvemos a estar en una habitación del Hospital de San Chinarro… La situación nos resulta bastante familiar, pero hay muchísimo menos nerviosismo en el ambiente. No tiene nada que ver con la primera vez que estuvimos ingresados. En cuanto llegamos, Dulós ordenó sus cosas y se puso el camisón, y en poco menos de media hora ya vinieron a por ella. ¡Qué diferencia con la primera operación, en la que se fue llorando y casi gritando porque... la iban a amputar! Esta vez, estábamos de tan buen humor que incluso fuimos capaces de bromear con el camillero. Yo creo que no pasaron ni 45 minutos y Dulós ya estaba de vuelta en la habitación, y además, medio despierta. Otra gran diferencia de la primera intervención: esta vez sólo venia con goteros puestos, nada de botes de drenaje, nada de vendajes por todo el cuerpo… ¡su aspecto era mucho mejor!