martes, 30 de junio de 2009

El comienzo de una nueva amistad: mis pechos y yo

Dulós:
Nueve meses después de la mastectomía bilateral, por fin he sido capaz de palparme las mamas. Hasta hoy, tan sólo las acariciaba suavemente cuando me duchaba o cuando les ponía crema hidratante o aceite de rosa mosqueta. Ha sido un momento totalmente estudiado, pensado, premeditado. Hacía días que me daba vueltas por la cabeza la idea de empezar a entablar una relación con ellas, ya que tendremos que convivir hasta el resto de nuestras vidas. Pero sólo imaginarme la situación me creaba pánico, dolor en el estómago y ganas de llorar. Hasta que, un mediodía, sin darle tiempo a mi cerebro a pensar ni a reaccionar, en cuanto me vino la idea a la cabeza, me tumbé en el sofá.
Puse cada una de mis temblorosas manos encima de cada uno de mis senos. Las deje quietas unos “eternos” instantes… Luego, despacio, muy despacio, apreté con los dedos cada uno de sus centímetros de piel y se hundieron suavemente en la silicona. Las noté firmes y no tan duras como imaginaba por el dolor y la tirantez que todavía siento. Observé que los bordes de las prótesis se podían tocar perfectamente y que las cicatrices, al tacto, eran casi imperceptibles. Fue un momento que me llenó de alegría. El miedo a lo desconocido siempre trae consigo inquietud y angustia. Ahora, mis mamas y yo hemos empezado a conocernos y a ser amigas. Seguro que nos llevaremos muy bien. Ya no les tengo miedo.

De momento, mis duchas diarias han cambiado. Enjabono mis pechos con más entusiasmo que antes, no como cuando no me atrevía casi ni a tocarlas. Ahora las limpio como cualquier otra parte de mi cuerpo. Empiezo a sentirme orgullosa de ellas, aunque todavía estén “a medio cocer”. Los pezones todavía tendrán que esperar.

El Dr. Martínez Murillo me recibió atareado, pero alegre, como siempre. La consulta iba con un poco de retraso. El cirujano plástico miró mis senos y me dijo que todo marchaba sobre ruedas.
- “¿Me vas a poner ya los pezones, doctor?” –le pregunté ilusionada-
- “Tú verás… si quieres, mañana mismo, pero no te podrás bañar en una piscina en un mes, y tendrás que ir con vendajes en los pechos.”

Evidentemente, opté por aplazar la operación hasta pasado el verano. “Qué más da”, me dije, y me conformé.

Salí muy animada de la consulta. El doctor me enseñó unas fotografías de unos pezones que había reconstruido a otra paciente y parecían totalmente naturales. ¡Eran espectaculares!

- “Los tuyos van a quedar mucho mejor” –afirmó con una sonrisa-
- “Lo sé” –contesté-

Le devolví la sonrisa. Nos deseamos un buen verano. Y me fui soñando con los pezones de la fotografía.

viernes, 26 de junio de 2009

Cáncer y sufrimiento

Dulós:
Mi hermana mayor, Lourdes, y yo, nos llevamos tan sólo catorce meses. De pequeñas éramos casi como dos gotas de agua. En algunas fotografías, me cuesta reconocer quién es quién. Durante la infancia hemos jugado y divertido muchísimo; también, por supuesto, nos hemos peleado.

Cuando yo tenía ocho años, nació mi hermano Enric. Un niño guapísimo y muy cariñoso. Pero cuando iba a cumplir tres añitos, un fatídico resbalón le llevó al fondo de la piscina de casa. Era el año 1974. Por la muerte de mi hermano, como es natural, sufrí muchísimo. Pensé que era muy injusta. Pero nunca olvidaré la preciosa frase que nos dijo mi padre a mi hermana y a mi: "vuestro hermano es un angelito que ha venido a traer paz y amor a nuestra familia. Como ya ha terminado su cometido, ha vuelto al cielo".

En 1977 nació Cesca. Por supuesto, fue una niña muy deseada. Devolvió la alegría y esperanza a nuestra familia. Cesca, de pequeña, era desenvuelta y ocurrente. Mi hermana mayor, que desde jovencita siempre ha sido seria y responsable, cuidaba mucho de la niña. Ella, la llamaba “mamá 2”. Yo, que era más alocada y traviesa, me peleaba más con ella. Ahora, las tres ya adultas y de caracteres bien distintos, somos como una piña. Nos queremos y respetamos muchísimo.

En el año 2000 me casé muy enamorada, pensando que había encontrado al hombre de mi vida. Pero no fue así. Porque años más tarde, mi marido, sin escrúpulos, permitió que quedaran sobre mis espaldas muchos millones de pesetas de deudas de sus negocios y me quedara en la calle. Al fin nos separamos.

Durante años he sentido rencor; rencor hacia determinadas situaciones que consideraba inmerecidas. Pero he descubierto que el rencor sólo mina a uno mismo. Sólo sufre el que odia, no el que es odiado. Después de cargar con este rencor durante años, hoy puedo decir, después de pasar lo peor de mi enfermedad, que lo he roto en mil pedazos y lo he desterrado de mi vida.
Pero… ¿queda algo de él en nuestro cuerpo? En el libro “Anti Cáncer" del Dr. David Servan-Schreiber, escribe:

“Hace dos mil años, el médico romano Galeno observó que las personas deprimidas eran especialmente propensas a desarrollar la enfermedad que hoy conocemos como cáncer. En 1759, un cirujano inglés escribió que el cáncer estaba relacionado con “los desastres de la vida, los que causan sufrimiento y dolor”. En 1846, las autoridades médicas británicas consideraban que el sufrimiento mental, los cambios repentinos en lo económico, los temperamentos sombríos… son la causa más poderosa de la enfermedad”.

El autor del libro relaciona el estrés psicológico con el cáncer. De todas maneras, los oncólogos actuales no se ponen de acuerdo respecto de la validez de este tipo de afirmaciones.

No es que yo quiera buscar un responsable de mi cáncer. Sólo expongo esta teoría. No tengo antecedentes familiares y me ha tocado a mí. Todo ello me da qué pensar. Y pensar, siempre es bueno.

Mis dos hermanas me ayudaron mucho durante mi separación y divorcio. También durante mi enfermedad, en la que cada una ha hecho todo lo que ha podido. Y me siento orgullosa de ellas. Han estado pendientes en todo momento de mí. Y sé que lo han pasado mal, muy mal, sencillamente, porque me quieren.

El fin de semana pasada fui a verlas. Mi hermana pequeña está con mucho lío, entre el trabajo y criar a sus dos preciosos hijos. Como siempre intenta agasajarme, además de darme cariño, me regaló una pulsera, y me dijo: “porque has sufrido mucho, pero has sido muy valiente. Te queremos”. Me emocioné. Es una de esas pulseras a la que se le van añadiendo pequeños colgantes, regalo de amigos, familiares. Así cada pieza lleva impregnado el recuerdo de esa persona.

A mi hermana mayor, Lourdes, la vi tan sólo durante unas horas. Eduardo y yo teníamos que volver a Madrid porque al día siguiente él trabajaba. Mi hermana me tenía preparada una lista de recetas homeópatas para mejorar mis sofocos, ya que se había preocupado en ir a preguntar a su médico naturista. También me regaló los medicamentos que debía tomar. Siempre está pendiente de buscar o preguntar qué alimentos, pastillas o gotas naturales debo tomar para mejorar mi salud.

¡Estoy contenta, porque tengo una gran familia!

martes, 23 de junio de 2009

Todas contra el cáncer


Dulós:
Elegante y sofisticada. Natural y espontánea. Todo en una misma persona. Así es Sandra Ibarra, que me presentaron un mediodía de hace ya más de siete meses. Sin apenas conocerme, toda ella fue cariño y fuerza hacia mí, y consiguió que viera el cáncer como a un pequeño diablo al que machacaría sin perdón.

Desde que me diagnosticaron el cáncer, mi querida amiga Ana siempre me hablaba de Sandra Ibarra. Me decía que yo había afrontado mi enfermedad con tanto coraje, que esa energía tan positiva tenía que aprovecharla para ayudar a otras personas. Por eso quería que conociera a su amiga Sandra. Y organizó una comida. Cuando la modelo entró en el salón, percibí que tenía un “algo” que hacía que todo el mundo se girase a su paso, porque irradiaba belleza y energía. No hicieron falta muchas excusas para iniciar un interesante diálogo a tres bandas ameno y positivo. Charlamos de mi enfermedad, de la suya, y de su recién creada Fundación de ayuda contra el cáncer.





La Fundación Sandra Ibarra nació el 2 de octubre de 2008 con el espíritu de apoyar la investigación de la enfermedad del cáncer para poder curarlo y vencerlo. Y mientras no se llega a ese objetivo, lo que desea esta Fundación es prevenirlo con los medios que conocemos: suprimir el tabaco, cuidar la alimentación, llevar una vida sana, hacer deporte… Y, sobre todo, se quiere desmitificar el cáncer como una impronunciable terrible larga enfermedad. ¿Por qué la gente todavía no se atreve a decir que alguien ha muerto de “cáncer”?


Cuando comimos juntas era el mes de octubre y yo todavía me encontraba bien físicamente, no había empezado la quimioterapia y no era plenamente consciente de la que se me venía encima. Recuerdo que enseguida le propuse a Sandra colaborar con su Fundación. Ella, muy a mi pesar, y por supuesto, sabiendo muy bien de lo que hablaba, me dijo con mucha dulzura: “puedes hacer muchas cosas, me encanta tener a una periodista en la Fundación, ya iremos hablando…”. En ese momento ya me hubiera puesto a trabajar, pero, tal y como la realidad me ha demostrado, durante todos estos meses no he podido ni cuidar de mí misma. Sandra lo sabía muy bien.




Hace unos días, hablé con Sandra por teléfono y me invitó a asistir con ella a un pase de modelos de ropa interior y bañadores para mujeres a las que les han extirpado un pecho o los dos. Este desfile estaba organizado por la Asociación Española contra el Cáncer, y fue un pase precioso, pero sobretodo emotivo, porque quienes lucían la ropa sobre el escenario no eran modelos profesionales, sino mujeres que han padecido o padecen todavía cáncer de mama.







La mayoría de espectadoras de la sala éramos también mujeres enfermas, ex enfermas, o parientes de enfermas. Se derramaron muchas lágrimas, no de tristeza, sino de emoción.






Eran bañadores que reflejaban las tendencias actuales de la moda y que además permitían lucir una figura cien por cien femenina.



Al salir del desfile, medité sobre la pérdida de mis pechos, y arropada y rodeada por tantas mujeres como yo, vi claro que la Dulós original resurgía de sus cenizas. Tuve deseos de sumergirme en el mar y tomar el sol en bañador.

Espero que las pruebas y análisis de este mes de junio salgan bien, y que en verano, pueda ya llevar una vida más o menos “normal”. Será entonces cuando tenga ya la fuerza suficiente para explicar a los cuatro vientos que el cáncer se cura. Es una dura lucha, pero hay que armarse bien y combatir. Y en esta guerra la depresión no tiene cabida.

jueves, 11 de junio de 2009

Al patíbulo… con dignidad

Dulós:
Estas últimas semanas he tenido un bajón. Los médicos y las enfermeras me dicen que no me preocupe, que es normal, que esperar las pruebas de “los tres meses” es angustioso y extenúa psicológicamente. ¡Y vaya si es verdad! Me siento como si hubiera estallado el volcán que crecía en mi interior. Estoy nerviosa, cansada de esperar y esperar, me sigo viendo fea por más que mis cabellos vayan creciendo… y sobretodo, necesito que alguien me diga que todo el sufrimiento que soporto desde hace tantos meses ha valido para algo. Necesito que me digan: ¡estás bien, no tienes metástasis! Ver la muerte de tan cerca durante mucho tiempo agota al más fuerte.

Esta semana he empezado con los famosos análisis y pruebas que se realizan a los tres meses de terminar la quimioterapia. El primer día, en casa, me arreglé y maquillé a conciencia. Me sentía como quien va al patíbulo a morir, y me dije:”a la muerte con mis mejores galas”. Quería sentirme más fuerte de lo que había estado los últimos días por si debía escuchar alguna mala noticia. No se trataba de dar pena a nadie. Al salir del domicilio, le dije a Eduardo que me sentía agobiada. Me preguntó que por qué, y le contesté nerviosa: “¡porque me pueden decir que tengo cáncer en los pulmones, en el hígado, o en la punta del pie!”. Me sentía al borde de un precipicio, como si dependiera de una simple y leve ráfaga de viento despeñarme o seguir en pie. Mi pareja intentó animarme y me dijo: “Dulós, tienes que ser positiva, ya verás que todo va a ir bien”.



La primera de las pruebas que me han practicado en el Hospital de Madrid Norte Sanchinarro ha sido una radiografía de tórax. Cuando la enfermera nos entregó a Eduardo y a mí las placas para que las guardáramos, las saqué del sobre y las miré detalladamente, con las manos temblorosas. Los pulmones se veían como siempre se ven en una radiografía, negros. Entre la negrura, vi unas manchas blancas… “¡Qué tontería!” me dijo Eduardo, “¡no pretenderás ahora saber leer las radiografías!”. Nos sonreímos, y me calmé.

A los pocos minutos, una doctora me llamó. Me iba a hacer una eco abdominal. Entré en la consulta, me tumbé en la camilla, y me extendió el gel por el abdomen. La médico comenzó a ver mis órganos abdominales por la pantalla. Yo no paraba de hablar, como siempre hago cuando estoy nerviosa. Ella me explicó que era de Córdoba, que su padre vivía en Francia y que también padecía cáncer… Yo, hablaba y escuchaba, pero mis sentidos estaban centrados en la prueba. Me fijaba en cómo la doctora movía la mano, dónde paraba el aparato para capturar una imagen, miraba su expresión… hasta que dijo: “tienes el hígado muy bien”. En ese momento casi salto de la camilla para abrazarla. “¿De verdad?”, le pregunté. “Sí, está perfecto”… “¿Y los riñones?... ¿qué tal?” añadí. La doctora me explicó que tenía unos quistes de líquido que no tenían nada que ver con el cáncer y que no eran para nada peligrosos. La prueba, había resultado todo un éxito.
Tan sólo me habían practicado dos exámenes de la larga serie prescrita, pero a mí, ya me animaron y pude dejar atrás mis pensamientos oscuros. Todavía tumbada en la camilla, por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajada, sosegada… feliz. Volvía a verme con un pie en la tierra.


Antes de salir, le expliqué que estaba escribiendo un blog sobre mi enfermedad, y le pregunté si quería hacerse una fotografía conmigo para publicarla. Sentenció:”por supuesto, me encantará salir en el blog y animar a otros enfermos”. La sesión de fotos fue de lo más divertida. Estábamos sólo ella y yo en la consulta, y tuvimos que utilizar el disparador automático de la cámara. Pero no acertábamos con el encuadre. A la doctora se le ocurrió cambiar de lugar una estantería para que nos sirviera de base para la cámara. Al final, las dos quedamos contentas. Antes de irme, nos dimos unos besos de despedida deseándonos… ¡salud, mucha salud!

Eduardo:
Si, estas esperas son duras y en algún momento tiene que aflorar tanta tensión, y en esos momentos estamos. Lo cierto es que lo que menos hemos hecho durante todo este tiempo de espera es hablar sobre las pruebas, pero conforme se iba acercando el momento, la tensión iba creciendo. De hecho, al dirigirnos al hospital, Dulós y yo casi no nos hemos cruzado palabra y en la sala de espera -hacía mucho tiempo que no estábamos en esa sala- nos hemos dedicado al noble arte del “terraceo”, o sea, comentarios banales del sitio, de las personas de la sala, sin ninguna trascendencia. Cualquier cosa que nos hiciera llevar la imaginación lejos.

Llega el momento en que Dulós entra a hacerse la ecografía. Ahora ya sabemos por qué tardó tanto en salir de la consulta, pero en aquel momento a mi me pareció eterno. Hasta que salió del examen, y sólo con ver su cara, ya lo decía todo…de momento las cosas iban bien. Muy bien. ¡Nos fuimos de “turné” por el hospital para saludar a tanta gente conocida! Terminamos celebrando las buenas noticias en la cafetería. Dulós andaba en ayunas, y yo soy muy solidario…

martes, 9 de junio de 2009

Amistad cibernauta

Dulós:
¿Qué hay más valioso en esta vida que sentir amor y cariño? ¿Cuánto vale una sonrisa? ¿Y un abrazo?

Todo esto es lo que me ha llegado dentro de una preciosa caja. Una caja llena de sentimientos y de pequeños grandes regalos que una persona muy especial ha hecho para mí: Mª José.

Mª José es una mujer a la que sólo he visto en fotografías. Y ella sólo me conoce por mi blog y por algunos e-mails que nos hemos mandado. En uno de sus escritos, se define como una persona muy normal, y dice de ella textualmente: “criada en un barrio muy humilde, pero del que también sale gente normal y con educación como mis hermanos y yo”.

Sí, eres normal, porque… ¿Quién en esta vida es más que otro? ¿Dónde reside la “normalidad de las personas”?: ¿En su dinero? ¿En su trabajo? ¿En su belleza?
Mª José, eres muy normal, sí, como somos todos, pero tú tienes en tu corazón y en tu mente unas cualidades excepcionales que te hacen ser “grande”. Y muy pocas personas en esta vida pueden recibir este
calificativo. Gracias por ser como eres. Gracias por dejarme ser tu amiga.









http://tata6868.blogspot.com/

sábado, 6 de junio de 2009

¡Adiós… “bola de billar”!

Dulós:
¡Cuando me depilaba, jamás imagine que algún día depilarme pudiera hacerme tanta ilusión como me hace ahora! Ni utilizar las “malditas” pinzas de las cejas… Ya veis cómo cambian los gustos en esta vida. Sí, ya ha empezado a salir vello por mi cuerpo y cabellos en mi cabeza. Pocos, de momento, muy pocos, pero para mí representan casi una selva.



Por fortuna, pronto dejaré en el cajón los pañuelos, las gorras y la peluca, porque con estos calores no hay quien los aguante. Harta de ellos, algún día he salido a la calle sin ponérmelos, porque creo que las molestias -y quizá también la edad- nos hacen olvidar a menudo las manías y la vergüenza. Y he podido comprobar que ver a una persona de mi edad andando por la calle o tomando café en un bar con la cabeza casi sin cabellos, todavía hoy llama la atención. Recuerdo una tarde en la que me sentí especialmente observada. Estaba sentada en la barra de una cafetería. En el salón, ocupaban una mesa dos matrimonios jóvenes y una niña de unos diez años. Los mayores me miraron en repetidas ocasiones, eso sí, intentando disimular lo más posible. Pero me di cuenta de sus miradas de soslayo, por supuesto. La pequeña, me miraba directamente a la cara, a los ojos. Sin complejos. Sin tapujos. Su expresión denotaba extrañeza y sorpresa. Me puse nerviosa. Me sentí como un mono de feria. Sonreí a la niña, y me fui.


Ese día me acordé de la tarde en que me compré la peluca. Lo pasé fatal. Todavía no había empezado las sesiones de quimioterapia y conservaba mi larga melena. Debía verme bien con unos cabellos postizos… pero no lo conseguí, porque mi color exacto no lo había, ni tampoco mi longitud de cabellos. En la tienda, lo primero en que me fijé fue en una mujer de unos cincuenta años que en la cabeza solamente lucía unos pocos cabellos medio canosos, cortos y muy rizados. Tenía muchas zonas claras. En ese momento me entró pánico. Me imaginé a mi misma así, dentro de muy poco tiempo… y se me cayó el alma a los pies. Me miré en uno de los espejos de la tienda, dibujé una sonrisa, y grabé esa imagen en mi cerebro, quizá para cuando necesitara recordarla. Al final me llevé una peluca rubia, demasiado rubia para mi gusto, y demasiado corta para lo que estaba acostumbrada. Pero esos falsos cabellos rubios me salvarían de caer al pozo en varias ocasiones.


He ido a ver a mi amiga de la peluquería de Pozuelo de Alarcón. Me ha reñido: “¡Ya está bien, ya sé que no me has necesitado todo este tiempo, pero podías haber entrado al menos para verme!” Tenía razón. Nos abrazamos y le dije que cada vez que pasaba por delante de la peluquería me acordaba de ella, pero que se me hacía un nudo en la garganta solamente con pensar en entrar en el local y ver a señoras “maravillosas” con melenas “maravillosas”. Mi amiga me rapó la cabeza para asegurar un crecimiento uniforme de mi cabello. Me fui a casa contenta, sabiendo que el principio del fin de mi calvario capilar, había comenzado. Desde ese día me ocurre algo curioso: por las mañanas, nada más despertarme, lo primero que hago, instintivamente, es llevarme las manos a la cabeza. Como cuando esperaba el maldito día en que iba a perder los cabellos por culpa de la quimioterapia. Ahora, al abrir los ojos, temo que mis pelos no sean más que parte de un sueño. Pero mis manos y mi tacto me confirman que son reales.





Eduardo:
Lo del pelo, efectivamente lo ha llevado muy mal. Pero da gusto comprobar cada mañana como va creciendo poquito a poco. Ya no hay gorras por encima de la mesa del salón y no recuerdo, o hago por no recordar, cuando fue la última vez que se puso la peluca. Eso sí, el pelo “nuevo” es muy oscuro, y muy duro. Se supone que con el tiempo y conforme vaya creciendo, se irá haciendo más suave. Hace unos días estábamos comprando en un supermercado y nos paramos en la estantería de los champuses, y compramos uno para ella. Le brillaban los ojos como hacia mucho tiempo que no lo hacían, parecía una niña chica. Un bonito momento. Todo empieza a ser un recuerdo, un mal recuerdo. Ya era hora.